Salamanca es sinónimo de cultura, historia y tradición. En lo que a la arquitectura se refiere, la ciudad charra alberga un sinfín de edificios y monumentos que se han convertido en visita obligada para los miles de turistas que la visitan cada año.
Sin embargo, como en todas las ciudades, hay ciertas construcciones que pasan más desapercibidas que otras, sin un motivo aparente, pues, por lo general, suelen ser igual o incluso más impresionantes que el resto.
Si pensamos en el patrimonio arquitectónico de Salamanca, lo primero que se nos viene a la cabeza, más allá de la plaza Mayor, la Universidad y la Catedral, es la casa de las Conchas, el huerto de Calixto y Melibea, la Clerecía, el Puente Mayor del Tormes e incluso el palacio de la Salina y de San Boal, el convento de San Esteban o la casa Lis.
Ahora bien, cabe destacar que la ciudad de Salamanca alberga otros edificios y monumentos, igual de asombrosos y atractivos, pero mucho más desconocidos, que nada tienen que envidiar a los anteriormente citados.
Es el caso del Pozo de Nieve de Salamanca, un depósito subterráneo de más de siete metros de profundidad, cubierto por una bóveda de pizarra y construido en el siglo XVIII a base de adobes o ladrillos en forma circular. No solo llama la atención por su estructura, sino también por su interesante historia. Y es que, aunque antaño los pozos de nieve se podían encontrar en diferentes ciudades y pueblos de todo el territorio nacional, lo cierto es que el de Salamanca es uno de los pocos que han logrado perdurar en el tiempo.
Este forma parte del convento del Carmen Calzado de San Andrés, también denominado 'El Escorial salmantino' por sus dimensiones y estilo arquitectónico, lo que permite completar la visita admirando parte de la antigua muralla medieval de Salamanca, las caballerizas y tenadas del convento, parte de la torre nordeste del complejo, así como las galerías subterráneas. El Ayuntamiento organiza visitas guiadas para conocer este espacio, desde que entre 2016 y 2017 lo adaptó para hacerlo visitable.
Los pozos de nieve fueron levantados con la finalidad de que la sociedad de la época, a falta de modernidades como la nevera, pudiese tener un lugar donde almacenar la nieve para convertirla en hielo, que luego aprovechaban para guardar y conservar alimentos perecederos, para hacer helados e incluso con fines terapéuticos. Sin duda, una original idea de supervivencia que ha servido de utilidad hasta hace bien poco.
Pero ¿cuál era su funcionamiento? Todo apunta a que se trataba de un proceso sencillo. Durante el invierno, los neveros recogían la nieve y la llevaban al pozo, o bien cuando nevaba o, en su lugar, en cántaros de barro. En el caso de Salamanca, desde las sierras de Francia o Béjar. Una vez allí, se procedía a aislar las paredes con capas de paja y nieve apelmazada, de manera alterna. Así, cuando se acordaba su venta, se aprovechaba cada una de las capas de nieve entrelazadas con paja y se entregaban en tablas capaces de garantizar el aislamiento del calor hasta la época estival.
Y es que, los pozos de nieve también contaban con un desaguadero, donde se evacuaba el agua procedente de la fusión de la nieve, y, a su alrededor, con balsas artificiales, construidas en zonas de sombra y adosadas a los muros de ermitas, conventos y colegios, y cuya función era recoger el carámbano de las heladas.
Si bien es cierto que esta iniciativa no fue implantada por ciudadanos españoles, sino que fueron los árabes quienes la patentaron en Iberia. No obstante, en el siglo XIX los pozos de nieve pasaron a ser fábricas de hielo, lo que dio lugar al abandono de estas antiguas construcciones de ladrillo. En Salamanca, la fábrica, la cual estuvo en funcionamiento desde la posguerra hasta la década de los 70, se ubicaba en la conocida como Casa de las Viejas, hoy sede de la Filmoteca de Castilla y León.
No cabe duda de que el Pozo de Nieve de Salamanca es uno de esos lugares de la ciudad que más consigue sorprender a quienes lo visitan. No te dejará indiferente, así que para tu próxima escapada no te vayas sin acercarte.