Allá por marzo de 1952, el entonces párroco de Villarino de los Aires don Juan Manuel Hernández, envía al Centro de Estudios Salmantinos, dentro de la sección de costumbres populares, concretamente en la Hoja Folklórica número 16, una descripción somera, que explicaba la creencia de que "hay en este pueblo una creencia tan aferrada a la existencia de las brujas, que por mucho que se trabaje es difícil desarraigarla. ¡Y cuidado que en el Catecismo de adultos la combato con todas mis fuerzas!, y lo mismo en las conversaciones particulares... y cuando ya no se atreven a afirmarla delante de mí, suelen decirme: "Brujas, acaso no las haya; pero espíritus malignos...".
Por eso, cada noche de la víspera de San Juan de Sahagún, es decir, el 11 de junio, los vecinos de Villarino prenden hogueras -llamadas de San Juan- para ahumarse y quedar libres de espíritus malignos. Además, recuerdan la leyenda de los aquelarres de las brujas de Villarino -que eran famosas en el imaginario español- en el puente del regato Zarapayas, con luna llena o sin ella, allí hacían sus ritos.
Y sigue el cura don Juan Manuel, como se le llamaba en el pueblo, "y es tanto el poder que le atribuyen estas gentes, que cualquier contratiempo y hasta enfermedades, creen que pueden causar". Y pasa a explicar algunos ejemplos que "lo demuestran claramente".
Un día cayó enfermo un amigo del párroco. La enfermedad duraba un mes tras otro mes. Don Juan Manuel preguntó al médico y le informó de que era un cáncer. El párroco le realiza visitas para "animarlo a llevar con paciencia y resignación cristiana la enfermedad". Y el enfermo le dice al cura: "¿Sabe usted quién tiene la culpa de mi enfermedad?". Y, extrañado, le pregunta el cura "quién: Mi hermana", le contesta el enfermo. Y, claro, su hermana era una mujer a la que tenían por bruja en el pueblo. Y el párroco tuvo que desistir de sacarlo de esa idea. Es más, explica don Juan Manuel, supo que una hija del enfermo "había estado ahumando la habitación para que salieran de allí las brujas".
Otra leyenda, narrada por el cura, cuenta que un día salió un cazador con su escopeta. A los doscientos metros de su casa "se encuentra con una persona tenida por bruja; se vuelve rápido y deja la escopeta en casa. Lo ve un amigo y le pregunta: ¿Pues cómo te vuelves? He visto a fulana... y eso basta para que hoy no matara nada".
Otro día es una mujer que está candando una puerta, la del cementerio precisamente, se arregla malamente, porque la llave está algo gastada. Va a casa del párroco y le dice: "Mire usted a ver si puede candar la puerta, pasó por allí la fulana -a quien tenían por bruja- y me dijo: Anda, anda, que no la podrán pechar -candar-, y no he podido".
También cuenta don Juan Manuel que una mujer se queja porque se le ha estropeado varios años el mondongo y dice: "Sin duda es la causa fulana, porque estamos enfadados con ella". Hacen las paces y aquel año dice que no se le ha estropeado: "Ven, era por eso", repite.
Una leyenda local: brujas, hogueras y 'ajumerios'
Cuando el reloj del Ayuntamiento da las doce de la noche, el humo que provocan las cañas comienza a invadir todos los rincones. El olor a tomillo impregna los cuerpos y el aire. Es el momento preciso para conjurar los espíritus y ahuyentar a las brujas que, no muy lejos de allí, celebran su particular fiesta. Los primeros en saltar estos zajumerios, envueltos en un humo espeso, son los mozos, a los que siguen los más pequeños y, así, hasta que llega el turno a las mujeres que levantándose las sayas y dejando al aire las enaguas, también intentan evitar el conjuro. Y al saltar sobre la hoguera, como es de rigor, los vecinos recitan una cantinela a modo de fórmula mágica:
Por aquí pasó San Juan,
yo no lo vi,
sarna en ti,
salú en mí.
Las notas de la gaita y el tamboril arrecian su ritmo de pasacalles. En este momento, se abren las casas para que en ellas penetre la virtud benefactora del humo. En la Plaza, todos los presentes danzan, brincan y cantan al juego del corro asidos de la mano alrededor de las brasas de la hoguera.
Mozos y mozas, hombres y mujeres, abuelos y abuelas, niños y jóvenes, forman un inmenso grupo que integra la ronda. El tío Chicharro, Juan del Corral, Gabino y Camarolo abren la marcha con sus gaitas y tamboriles; tras ellos, Félix Roquito redobla sus castañuelas, otro mozo toca el acordeón, varias mujeres marcan pautas musicales con el almirez, y detrás el gran grupo que rasca botellas de anís, repica en sartenes, melodía con tapaderas, toca panderos y panderetas, bate palmas y canta la ronda de San Juan, que levanta de sus camas a los enfermos, provoca una sonrisa en las viudas y rememora dulces recuerdos a los mozos, cuando pasan bajo sábanas blancas su primera noche de miel.
De San Juan a San Pedro
van cinco días,
que los pasan los mozos
con alegría, con alegría.
Una moza que asoma a un balcón muestra una tímida sonrisa que desciende hasta la vista de su pretendiente.
Me pusiste el ramo,
Dios te lo pague.
Me rompiste más tejas
que el ramo vale.
El cortejo sigue por el barrio de Las Flores hasta que llega a la plaza del Castillo, donde una vecina ofrece perrunillas, aceitunas y un trago de aguardiente. Cuando el grupo llega a la Plaza, el Ayuntamiento invita a dulces, chorizo asado y, si tercia, también sardinas.
A coger el trébole,
el trébole, el trébole.
A coger el trébole
los mis amores van.
Mientras el pueblo ahuyenta los maldeojos, baila y canta, Concha Bartolomé García, a la que los vecinos conocen como la Casalera, por un camino ancho, empedrado y lleno de bastardos que se cruzan en la vereda y relucen con la claridad de la luna llena, se dirige al caudaloso arroyo de Zarapayas. De la oscuridad se elevan gritos imperceptibles en la distancia. Tras pasar una curva, la inquietante mujer, toda ella de riguroso luto, divisa una claridad distante que no es más que la luminosidad irradiante de una inmensa lumbre que envuelve en rojo a un puente y, al compás de las llamas, danzan sombras a su alrededor.
Los acontecimientos que acontecen esta noche de San Juan nada tienen de extraño para las gentes del lugar. Porque es precisamente en este lugar, según la creencia local, donde las brujas sayaguesas y riberanas celebran sus bailes y aquelarres en el valle Zarapayas. Y, de ese lugar, surte otra leyenda:
Un vecino se dirigía a pescar, y cuando iba derecho a los cachones, en la aceña Nueva, en el propio valle de Zarapayas, escucha un ruido. Se acerca a la parte de aguas abajo del puente, bien construido en piedra, y observa un baile, toques y más bailes. Y, viendo que son las brujas, se sigue adelante hacia las laderas del Tormes aunque, piensa, que esta noche ya no pesca nada, "porque andan paquí estas", dice para sí.
Cuando llega frente a la falla Palombera, o de las palomas" baja hasta el río, y veo una luz en los picones de Fermoselle. Y volvió a decirse: "Esta noche yacabé". Tiró una red, tiró más veces, hasta que se le prendió en un rincón sin pescar nada. Tuvo que regresar para casa. De regreso, cuando intentó cruzar el puente, a toda marcha, lo agarraron por el brazo, pero logra huir camino arriba.
Dicen por el pueblo que la mujer de un vecino conocido era bruja y después que se acostaba, todas las noches, "ella marchaba a lo que iba". Narran que una noche dijo el marido: "Esta noche me voy a dormir aquí, encima del escaño, a ver dóndi va o qué hace. Conqui dice qu’ella todo se le volvía, ¿no te acuestas ya?... ¿no te vas a la cama? No, esta noche quiero dormir aquí". Cuando vio que no se iba a la cama, se puso a hacer las acciones de lo que tuviera. La mujer cogió un tiesto y dice que tenía "una medecina y se untó toda la cara". Cuando se acabó de dar y él ya estaba roncando. Creyendo que estaba dormido, ella dijo:
Sin Dios y sin Santa María
Por la chimenea arriba,
Por cima de nogales
Por cima de zarzales
A los arenales de Sevilla.
Y quien escribe, para cerrar esta historia (Viaje a Villarino. Luis Falcón, 2001), recita para evitar también conjuros:
Sin Dios y sin Santa María
Por la chimenea arriba,
Por entre nogales
Por baju de zarzales
A los arenales de Sevilla.
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