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En pleno corazón de la Sierra de Francia, entre calles empedradas y balcones adornados con flores, la villa de La Alberca guarda un secreto que ha endulzado la vida de los salmantinos durante siglos: el arte de las turroneras.

Estas artesanas además de mantener viva una tradición que se remonta a tiempos medievales, también han elevado a un emblema cultural y turístico de Salamanca. La mezcla de miel de la sierra y almendras de las Arribes es más que turrón, es historia comestible, legado de generaciones que apostaron por el sabor como carta de presentación.

En un mundo cada vez más industrializado, estas mujeres representan la resistencia frente a la producción en masa. Desde los aromas que inundan los mercados de diciembre hasta la textura crujiente del turrón duro de nueces, cada pieza es el resultado de un proceso artesanal que se mantiene casi inalterado desde sus orígenes.

Pero, ¿qué hace especial a este oficio y qué desafíos enfrenta en el siglo XXI? Para descubrirlo, EL ESPAÑOL de Castilla y León ha hablado con Ana Becerra, turronera y heredera de una tradición familiar que se encuentra en un momento crucial de su historia.

En una fría mañana de lunes de diciembre, con la niebla aún abrazando las calles de Salamanca, Ana monta su puesto con la destreza de quien ha repetido el gesto cientos de veces. “Formo parte de la cuarta generación de turroneras en mi familia”, explica mientras organiza cuidadosamente sus productos.

“Todo comenzó con el excedente de miel en la sierra y las almendras de las Arribes. Nuestros antepasados aprovecharon esos ingredientes y crearon un producto único que empezó a feriarse y rápidamente ganó aceptación”. La receta base, que incluye miel, clara de huevo y almendra, es una reliquia que ha pasado de manos árabes a cristianas, forjando un puente entre culturas que aún se saborea hoy.

Dos turistas franceses adquiriendo los productos artesanos en la Plaza del Mercado | Luis Cotobal Cotobal

La Alberca, con su mezcla de influencias árabes, judías y cristianas, fue el escenario perfecto para que esta receta perdurara en el tiempo. La tradición consiguió mantenerse en los hogares, encontrando en los mercados locales y en las ferias de Salamanca un espacio donde consolidarse como parte esencial de la cultura salmantina.

Un producto único

Aunque el turrón suele asociarse con regiones como Alicante y Jijona, los productos de La Alberca tienen un carácter especial que los distingue. Ana nos destaca el turrón duro de nueces como su especialidad: “Es algo que no se encuentra en otros lugares. La gente conoce más el blando, pero este turrón es sin duda nuestro sello”.

También añade que la calidad de los ingredientes locales, como la miel de la Sierra de Francia y las almendras de las Arribes, marca la diferencia. “Todo es de aquí. Es un orgullo poder trabajar con productos de tanta calidad”.

El oficio, aunque profundamente tradicional, no es inmune a los cambios. Algunas turroneras de La Alberca han optado por innovar, pero Ana prefiere mantener intacta la receta original. “La innovación no siempre es necesaria. Para eso está otra artesana del pueblo, Mariluz, que es más vanguardista. Nosotras seguimos fieles a la receta que nos ha dado éxito durante generaciones”, comenta orgullosa de su compañera.

El turismo, motor y reto

En un entorno rural, el turismo juega un papel crucial en la supervivencia de estas tradiciones. La albercana reconoce que Salamanca capital es un pilar importante para su trabajo. “El turismo de la ciudad nos aporta muchísimo, especialmente en Navidad, cuando las luces atraen a más visitantes”.

Sin embargo, durante el resto del año, la venta se centra en La Alberca y en mercados locales, donde el producto artesanal sigue teniendo un público fiel.

Un futuro incierto, pero esperanzador

A pesar de su popularidad, el futuro del oficio no está garantizado. “Corre peligro”, admite Ana. “Las nuevas generaciones se forman en otros estudios y prefieren dedicarse sobe lo que se han formado. En mi caso, siempre supe que quería continuar con esta tradición, pero no todos sienten lo mismo”. Este desafío, sumado a la competencia de productos industriales, pone en jaque un legado que necesita adaptarse sin perder su esencia.

El oficio de las turroneras enfrenta desafíos, pero también cuenta con un apoyo incondicional de los salmantinos y turistas. El auge de los productos artesanos en los últimos años ha dado un nuevo impulso a este mercado, aunque Ana insiste en que el mayor reto es asegurar la continuidad generacional. “No sé qué pasará, pero tengo la esperanza de que alguien siga esta tradición”.

Más allá del mercado navideño

Aunque diciembre es la temporada más intensa, el turrón se elabora y se vende durante todo el año en La Alberca. “Empezamos a preparar los turrones de Navidad en septiembre. Durante el resto del año, fabricamos según la demanda”, explica. Este equilibrio entre producción y venta garantiza que el producto sea siempre fresco y conserve su calidad artesanal.

El cariño de los clientes es uno de los mayores incentivos para nuestras turroneras. “Es muy gratificante cuando la gente vuelve año tras año. Te hacen sentir parte de sus tradiciones navideñas, y eso no tiene precio”.

La historia de Ana y sus compañeras es más que una simple anécdota navideña; es un recordatorio del valor de las tradiciones y del impacto de la artesanía en la identidad cultural de un lugar. En cada barra de turrón hay un fragmento de historia, un pedazo de Salamanca que invita a ser saboreado.

Y es que el turrón de La Alberca es más que solo un producto, es el testimonio de cómo la tradición puede sobrevivir en un mundo que cambia a pasos agigantados. Con cada pieza vendida, estas artesanas demuestran que cuando algo se elabora con pasión y calidad, es garantía de convertirse en un símbolo imborrable de la cultura.

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