Jesús Cintora (Ágreda, 1977) es licenciado en Comunicación Audiovisual, presentador de televisión y radio, analista, escritor y conferenciante. Se considera optimista por naturaleza y esa actitud no le impide explicar con crudeza -sin perder la sonrisa que heredó de su madre- las realidades que considera denunciables y ejercer un periodismo de denuncia que buscar “despertar” al lector. El 11 de agosto llevará a su Soria natal, al Espacio Cultural La Alameda, ‘No quieren que lo sepas’, una obra que alcanza ya la tercera edición, que presenta este lunes, a las 20 horas, en el Palacio del Conde Luna de León.
Si la ignorancia es la felicidad, como dicen… ¿pretende hacer infelices a sus lectores?
No comparto que la ignorancia sea felicidad. Qué horror. Me suena a eso de “muera la inteligencia” que dicen que le gritó Millán Astray a Unamuno precisamente en Salamanca. Aunque hay quien está revisando ese acontecimiento. En esencia, sí se produjo un choque muy actual: la cultura y el progreso frente al aborregamiento y el retroceso. Y yo soy de los que quiere avanzar. Por eso, escribo y hago periodismo. Intento poner luz donde otros quieren oscuridad. Entre mis lectores habrá de todo, felices e infelices. Lógicamente. Soy periodista, no repartidor de pastillas para la felicidad. Aunque le aseguro que mi sonrisa, que heredé de mi madre, a muchos les hace felices y a otros les jode como si fuera una patada en la espinilla. Qué le vamos a hacer.
¿Cómo resume el contendido de ‘No quieren que lo sepas’?
El libro muestra las redes de poder, quién maneja el cotarro en España, qué manos mecen la cuna y por qué gozan de privilegios, por qué son intocables. Este país ha avanzado mucho, pero hay ámbitos donde había que contar por qué seguimos con esa rémora de desigualdad, impunidad, caciques o redes clientelares. Si hay jueces, inspectores de Hacienda o periodistas que son apartados por hacer bien su trabajo, había que contar por qué. Si el presidente de una eléctrica gana unos 40.000 euros al día y llama tontos a clientes que pagan cada vez más por el recibo, hay que explicarse por qué esa prepotencia.
Se habrá quedado usted a gusto repartiendo críticas o denuncias…
Pues hay de todo en el libro, como en mi trayectoria profesional. Pasajes para sonreír y momentos para la ironía no faltan. Que yo sea ácido a menudo es lo que más les amarga a quienes pretenden callarme. Quizás deberíamos reflexionar por qué está habiendo en los últimos tiempos menos programas de televisión de investigación o denuncia y muchos más para tener distraído al personal. Y la vida son las dos cosas: es distraerse, pero también es afrontar cada día una serie de problemas que afrontan los ciudadanos. Hay quien promueve y financia, a veces con el dinero de todos, que no entremos al fondo de unos cuantos asuntos.
Afirma que pretende que el libro ayude a reflexionar… ¿a qué conclusiones ha llegado después de tratar y contar tantos asuntos, y algunos tan ‘feos’?
Estamos muy necesitados de regeneración, no de estancamiento o retroceso. No podemos tener una justicia tan politizada, tan a la medida de los poderosos, con eméritos impunes, corruptos con casos prescritos, sin juzgar o indultados, récord de aforamientos.
¿Qué cambios deben darse para mejorar, en la medida de lo posible, el panorama que dibuja y quién debe llevarlos a cabo?
En una democracia, el interés general debe defenderlo la política, los representantes elegidos por la ciudadanía deben abogar por lo de todos, pero hay resistencias de gente muy poderosa, cesiones ante ellos, favoritismos, miedos, incapacidades… De todo un poco. Y también hay avances, claro. Eso sí, siempre está presente el muro de ese poder que no se presenta a las elecciones pero que maneja hilos. Hay parcelas donde apenas llegan los cambios e incluso quienes, si pueden, retroceden. Por encima de todo esto tiene que estar el empuje de la sociedad. El conocimiento, la educación, ser exigentes, no estar adormecidos ni que nos pueda el miedo o el letargo.
De todos los asuntos que aborda en esta obra, ¿cuáles le han resultado más escandalosos?
Hay muchos que están sorprendiendo al lector en un libro que va por la tercera edición. Es posible que la madre del cordero se muestre nítidamente cuando un jefe del Estado tiene el dinero fuera de España, con paraísos fiscales, testaferros, hábitos de vida absolutamente sobrados y queda impune. Porque le hacen un traje a medida y le dan cobertura desde la justicia, Hacienda, la política y muchos medios. Aquí se ha callado mucho tiempo lo del rey y se ha castigado al periodista que lo contaba. También el pueblo tiene una responsabilidad cuando traga y consiente eso.
¿Somos muy laxos, algo así como consentidores profesionales los españoles?, ¿tragamos con demasiadas cosas?
Hay generaciones de españoles que lucharon más y conquistaron derechos. Los avances no caen del cielo, como esos beneficios de las eléctricas. Progresar es una voluntad del día a día. Los que tienen la sartén por el mango prefieren una sociedad que se va friendo mientras ellos cocinan a su gusto. ‘No quieren que lo sepas’ es un libro que tiene esa vocación de mostrar para conocer y despertar.
¿Es usted optimista sobre el futuro de España?
Por supuesto. España y Castilla y León tienen un entorno natural, cultural y artístico maravilloso. Y mucha gente que se lo curra. Gentes de las que madrugan de verdad, no de esos que se llenan mucho la boca y no dan palo al agua. Que también los hay, claro. El optimismo también se muestra trabajando para avanzar. Este libro es un trabajo para intentar aportar un granito de arena en ese sentido. Soy optimista por naturaleza, pero basado en la cultura del esfuerzo. Desde muy pequeño me esforcé por sacar las mejores notas, tuve grandes maestros de escuela en Ágreda, pero también me tocó currar mucho en la ganadería, el campo, albañilería con mi abuelo… El optimismo también es esforzarse cada día, querer mejorar currándoselo.
Del autor de ‘No quieren que lo sepas’, ¿cuál podría ser o será el siguiente ‘azote’ de periodismo de denuncia?
Yo no azoto, cuento. No es azotar, es informar. A veces se le ponen términos que suenan agresivos a un tipo de periodismo que simplemente es eso: periodismo, contar lo que pasa. Hay que contarlo, no hay que callarse o permitir que te callen. Somos testigos de nuestro tiempo y debemos observar y comunicarlo, hacérselo llegar a la ciudadanía y también a esos que deben mejorar las cosas, para que tomen nota, porque les estamos viendo y lo sabemos. Aunque no quieren que lo sepas.