Lóbrego manto que lacraba un día soriano en uno de sus inviernos mesetarios; frio seco al raso externo; en interiores calor y color de albero. Así nos vimos, sentimos y convivimos, cuantiosos diletantes de la fiesta brava, el sábado pasado en el Hotel La Barrosa de Abejar.
Al hilo de aquello, cuyo porqué de la cita dejé ya expuesto en este periódico digital hace breves fechas, hoy quiero detenerme precisamente en la figura que no estaba en el guion, y que no debe faltar en todo festejo taurino. La organización tuvo a bien hacer subir al espacio de laureados al Maestro D. Eugenio Gómez, fiel exponente de la música de los toros y en los toros, arte a compás en los ruedos del mundo.
Un hombre, natural de El Tiemblo (Ávila), que nunca había tenido relación alguna con las tierras sorianas hasta llegar a La Barrosa, de Abejar, y que lleva toda su extensa vida entregado a la música; a su interpretación y a su creación en los pentagramas, siendo un virtuoso del clarinete.
Vino a cuento el correr esa mano, a modo de digresión útil de la palabra, porque el Maestro Gómez es autor del pasodoble dedicado al salmantino becerrista, sensación y esperanza de nuestros días y futuro del toreo, Marco Pérez, y que, en aquel momento de reconocimientos, le hizo entrega de las partituras de la composición que a él le dedica.
Eugenio, le voy a apear el usteo, que no el respeto, porque si no se me va a enfadar; bueno, no, es broma porque es una persona de temple. Como digo, es también autor, entre otros y además del mencionado, de los pasodobles dedicados a los periodistas Carlos Martín Santoyo y Santos García Catalán; a los toreros Sergio Rodríguez (novillero con picadores), y a los matadores César Jiménez, Joselillo … Y se despidió, tras su intervención, bajo el compromiso solemne de culminar la composición de un nuevo pasodoble, a estrenar de aquí a un año en el mismo escenario que le agasajó, que ya había comenzado a escribir y que llevará por título “Hotel La Barrosa”.
Por su parte, Marco dijo, al escuchar su pasodoble, “no pude evitar ponerme a torear y a brincar de la alegría”. No es de extrañar, porque que a los quince años ya tengas tu propio pasodoble es, como dicen los jóvenes, para alucinar.
Pero, permítame el lector que yo también alucine y me recree evocando sentimientos; déjeme sentarme en mi tendido y escuchar notas que suenan al compás de una templada faena, ajustando ese virtuoso solo de clarinete al mecer de una aterciopelada muleta que culminan, al rematarse ambas creaciones, en un sonoro y rotundo ¡olé! que, desde el palco al ruedo, llena de magia la plaza.
Y por ello sueño, en mi Soria, un “Domingo de Calderas”, en tarde selecta, oír a nuestra banda de música, bajo la batuta del Maestro Aceña, acariciando el ambiente con la interpretación del pasodoble del Maestro Gómez, dedicado a “Marco Pérez” y, en el mismo anillo, a este mismo cuajando una inspirada y excelsa obra de arte ante un toro negro.
Abrocho, saliéndome del alma, con letristas palabras -que me acomodo- del pasodoble de mi peña, inspiración de D. Florentino Blanco (y música de D. Santiago Bartolomé) y porque en ese “Coso de San Benito”, en esa tarde cantada, estará viéndote y escuchando tu pasodoble, Marco, mi Peña Taurina Soriana, que siempre será soñadora de laureles en una tarde gitana, con perfume de claveles, rindiendo su culto en la meseta fría a nuestra adorada fiesta brava.