Crónicas rurales y de amigos: San Miguel del Pino
Mi amigo Castellanos, el de la tora, volvió de nuevo a la carga y nos reunió al grupo habitual de amigos para celebrar el cumpleaños de Enrique Clérigo en su casa de San Miguel del Pino, a una veintena de kilómetros de la capital pucelana. Enrique, Quique para los amigos, es un industrial vallisoletano que se dedica a la venta de materiales de construcción y tiene su negocio en Santovenia del Pisuerga. Por ello, por su trabajo, no puede acudir con la frecuencia que nosotros, ya jubilatas, hacemos periódicamente.
Y de río a río porque junto a San Miguel del Pino pasa el Padre Duero, que viene caudaloso después de recibir las aguas del Pisuerga unos kilómetros aguas arriba. Ya lo dice el refrán: "El Duero lleva la fama y el Pisuerga lleva el agua". Delicioso paseo que hicimos tras la pitanza por sus riberas, con los restos del viejo puente, ya derruido, que en tiempos albergó un molino harinero.
Pero vayamos a la pitanza que fue de órdago y además cocinada por el propio Quique. Castellanos y él anfitrión se fueron por delante para los preparativos. Les acompañaron dos madrileños, padre e hijo, compañeros de profesión del amigo Castellanos; sobre todo Antonio, que es de su edad, y ambos comercializaron en su día elementos de electricidad; "chispas" se denominan entre ellos. Sergio, su hijo, ha seguido su estela y es comercial de una empresa americana. Antonio, que ya no cumple los 70, es alcalde sociata de la localidad alcarreña de Caspueñas y dice llevarlo con mucha dignidad.
Más tarde nos uniríamos Vicente y un servidor a bordo de su flamante Mercedes y posteriormente llegaron Poli y Mariano. De ellos ya les hemos hablado en anteriores crónicas. Todos jubilatas y con todo el tiempo del mundo para estos menesteres...
Cuando llegamos a la casa del anfitrión todo estaba dispuesto para sentarnos; eso se denomina a mesa puesta y mantel. Quique, afanoso, tenía en un fuego salchichas y panceta, mientras que en la chimenea saltaba chispas la leña para recibir una parrillada de chuletillas de lechazo.
Enseguida dimos cuenta de las salchichas, blanca y roja, y de la panceta, además de unas patatas fritas que el bueno de Quique había puesto para el aperitivo. Mientras, el olor de la parrillada inundaba la coqueta bodega que la familia tiene dispuesta para estas ocasiones, donde obviamente no faltan los buenos caldos. Para esta ocasión degustamos un magnum de Toro y el consabido clarete de Cigales con su correspondiente casera...
La amplia y deliciosa parrillada se complementó con dos buenas ensaladas y, aparte, pimiento rojo crudo con su aliño. Para aligerar Quique nos ofreció unas mandarinas y Poli, como siempre, se trajo el café en un termo que lo aderezamos con leche condensada.
Eso sí, el azúcar ni probarla... porque Vicente, aludiendo a Castellanos y en su honor, nos sorprendió con una caja de deliciosas pastas de miel de Astorga que arropamos con los consabidos orujos de todo tipo, destacando uno de miel y otro blanco que sedujeron al personal.
Antes del paseo por la pesquera del Padre Duero, donde conocimos a un primo de Poli que trabajó en la Confederación Hidrográfica del Duero, hubo alguna discrepancia sobre política donde Antonio nos comentó lo de la alcaldía y su hijo Sergio su afinidad al PSOE. Todo en un clima de moderación.
Y la sorpresa vino de la mano de Vicente cuando sacó unos añejos recortes de sus escritos, en forma de obituarios, que nos leyó con deleite y pasión. Eso sí, las gafas de cerca tuvo que prestárselas Poli, mientras que Mariano se mostró quisquilloso con la narrativa de Vicente; cosas de la edad y de la amistad...
¡Felicidades, Quique, y hasta la próxima!