El color es relativo
A su presentación han asistido la concejala de Cultura y Turismo, Ana María Redondo, y el coleccionista y comisario de la muestra, Jaime Sordo.
Son obras de la Colección Los Bragales, de Jaime Sordo, quien sostiene que una colección carece de esencia si no se abre a la sociedad, ni no se exhibe y comparte, si no crea nuevos públicos y un acercamiento hacia el arte contemporáneo, en particular, y la cultura, en general. Por ello, siempre dispuesto a ceder su colección desinteresadamente con el anhelo de que las obras que engrosan su pasión sirvan de vehículo entre la los creadores y el público al que van dirigidas, ofreciéndose como mediador entre artistas y sociedad.
Esta muestra en que podremos ver algunas de las obras de su colección, nos muestra todas aquellas piezas en blanco y negro que forman parte de su pinacoteca y que por primera vez se verán juntas en Valladolid, en un escenario único como es el Museo de la Pasión.
La Colección Los Bragales nace como consecuencia de la labor que Jaime Sordo, viene desarrollando como coleccionista de arte moderno y contemporáneo. Jaime, ingeniero de profesión y empresario por vocación, comenzó su relación con el arte en los años 70, momento en el que adquiere las primeras piezas siendo aún universitario. Fue ese el inicio de una pasión que no ha visto fin y que continúa arrastrándole a ferias nacionales e internacionales, a galerías de todo el mundo o a recibir premios como el reconocimiento al coleccionista del año 2013 por el Instituto de Arte Contemporáneo (IAC).
La importancia de su colección no es sólo estimable por la excepcional calidad de las muchas piezas que lo conforman, sino también por el valor social que ha sabido imprimir en su concepción de colección que se ha materializado en numerosas exhibiciones, con la colección como eje fundamental o acompañando a otras colecciones en la creciente cesión o préstamo temporal de piezas. Cabe resaltar en este punto su estrecha relación con el MAS de Santander, el TEA de Tenerife o el Centro de Arte de Alcobendas.
Su compromiso con el arte y el coleccionismo le lleva a impulsar junto a un importante número de coleccionistas nacionales la Asociación 9915, de la que es Presidente. Desde ella pretenden posicionar al coleccionista en la cadena de valor del sector del arte Contemporáneo, promover la unión de intereses de los coleccionistas y fomentar la formación de nuevos coleccionistas, así como crear las herramientas necesarias para regular y difundir esta actividad básica del mercado del arte en España.
Así en la selección que conforma esta exposición, encontramos el precedente lingüístico de la idea del “blanco y negro”, en el díptico de Ignasi Aballí compuesto por las obras Negro de humo y Blanco de China. Es el “grado cero” del dibujo, propuesto por este artista representante de la segunda generación del conceptual catalán más racionalista y extremo. Para Aballí, que trabaja directamente con sistemas de clasificación, los materiales en estado puro, los aspectos metalingüísticos, las valoraciones y las propias definiciones del objeto artístico, la práctica conceptual racionalista va más allá, como señala Issa Mª Benítez Dueñas: “se empieza por des-estructurar la pintura para acabar de-construyendo el lenguaje y la relación de éste con lo real”.
Y de forma similar en los dibujos de Elena Asins fechados en 2001, Díptico I y II o en Euskaldun I-VI, del mismo año cuyos volúmenes y variaciones sirven a la idea del “vascohablante”, a partir de una condensación volumétrica y masiva de un concepto a la vez arraigado y mutante en sus variaciones y consideraciones sociales, políticas y lingüísticas.
Si lanzásemos una moneda al aire, -la moneda del espacio dibujado en esta exposición -, y nos saliera cruz, descubriríamos la indagación hermética y aritmológica de Pablo Palazuelo, dibujada con tinta china al encuentro con la evolución de la forma a partir del fenómeno primigenio (ur fenomena) en geometría. Si buscásemos la cara en el otro lado, podríamos encontrar la experiencia de Juan Carlos Bracho y su acción dibujistica con el espacio y sus delimitaciones físicas, perceptivas y procesuales: rayitas, líneas, puntos y polvo de grafito ponen negro sobre el blanco de la hoja y el muro, del aire y nuestra respiración.
El dibujo contemporáneo y sus medios de representación esenciales, la línea frente a la masa-sombra, el dialogo entre el claro-oscuro del volumen y la delimitación de la figura con la línea, se ponen de manifiesto en un nuevo polo de intereses, planteados esta vez en las respectivas obras de Javier Arce y Kepa Garraza: La libertad guiando al pueblo y Protester III, de 2007 y 2015 respectivamente.
En el caso de Arce, la traslación del icono revolucionario pintado por Delacroix en 1830 es recuperado mediante la línea de contorno dibujando todos los personajes del famoso cuadro, y logrando esta vez poner límites a una escena en el original difuminada por la polvareda del avance del pueblo sobre los cadáveres mártires de la revolución, en una reducción conceptual de una de las alegorías más difundidas del género de la pintura histórica, y dibujado por el artista en un gran papelón de colosales dimensiones, rescatado de la papelera y desmadejado su gurruño de papel. Frente a esta escalofriante obra, otra no menos sobrecogedora, Kepa Garraza utiliza al límite la técnica del claro-oscuro para representar un manifestante de nueva generación. Sumido casi en la total oscuridad de su penumbra y a punto de apagarse por completo sus últimos restos de luz, dejando que su vida se escape, desvanecido en el negro total y convertido definitivamente en su propia sombra, símbolo de la personalidad inconsciente que muestra actos impulsivos, indeseados incluso y muchas veces relacionados con factores colectivos.
Otro polos interesantes constituidos como extremos, serian encontrados en la fotografías de Douglas Gordon –siniestro correlato del negro en la ceguera- y Joao Onofre –fulgor del blanco líquido de un surtidor de luz acuática-; en los dibujos del movimiento centrífugo de Paloma Polo en El recorrido de la totalidad y la estaticidad orgánica y centrípeta de Ernesto Neto; en la fotografías de Perejaume y Georges Rousse, dibujo fotográfico y abigarrado a vista de pájaro de un entramado de carretas en D´excriure Aixi del catalán, y en la presencia inquietante de un volumen de sombra que llena un interior industrial y abandonado en Santander I en el caso del francés; también en sendos videos de Elena Almeida y Manu Arregui, por la pura fisicidad analógica y cruda en la portuguesa que nos habla del duro viaje en el tiempo de la vivencia en común, frente a la sofisticada creación en 3D de Arregui donde lo material y lo artificial viven conjuntamente buscando y reivindicando asimismo su convivencia.
O en la corporeidad de las fotografías de Alberto Ros, desnudos de luz evanescente en liza con su propio deseo y perplejas ante sí mismas, frente al crudo tratamiento, poesía maldita y sombra expresionista de los personajes sometidos al discurso visceral de Bernardí Roig.
Dos dípticos -o al menos así parecen funcionar, en blanco y negro, aunque individualmente, en blanco y en negro, cumplan bien sus propósitos- marcan quizá los dos polos que tensan con intensidad esta selección de piezas. De un lado el medido análisis intelectual del padre del pop británico Richard Hamilton, que, con sus Chrome Guggenheim y Black Guggenheim, relieves de poliéster de 1970, señalaba la versión fría y distante referida al diseño industrial y al consumo de masas, como iconos intergeneracionales de alcance universal.
En el extremo opuesto, la escenificación que Erwin Olaf propone en sus cinematográficas The Mother de las respectivas series fotográficas Dusk y Dawn, ambas de 2009. Una escena doblada, en las que la madre negra y la madre blanca crean la tensión psicológica de lo inevitable, una narración instantánea de presagios y complejos, expresados mediante un lujo de detalle recargado y nauseabundo, que aluden al momento perdido, al signo de la madre.
Capítulo aparte lo forman en esta selección, los papeles y telas del informalismo y el expresionismo abstracto español de los cincuenta y sesenta. Con la ascética austeridad de los gestos oscuros de Rafael Canogar, la negra arqueología arquetípica de Manuel Millares o la hermética sígnica y matérica del alquimista que fue Antoni Tápies, del eco limpio de Eduardo Chillida aquí en un aguafuerte o, ya en las postrimerías de la cita posmoderna, de una singular e interesantísima pieza de Alfredo Alcain titulada en 2001, Alrededor de Saura.
Piezas de Eduardo Gruber o Sara Huete, de Santiago Sierra o Juan Uslé, Cristina Iglesias o Adam Pendleton, Per Barclay o Esther Ferrer y Alain Urrutia, Esther Partegas o Juliao Sarmento, Rosemarie Trockel o la preciosa y enigmática Semiopolis del gran fotógrafo español Joan Fontcuberta, van construyendo mediante la nueva fotografía y la fotografía documental, el fotograbado o la tipografía y la pintura o el dibujo al carboncillo, la diversidad y la heterogeneidad de intereses del coleccionista de Los Bragales, que encuentra en sus distintas propuestas el rinconcito donde plegarse, donde habitar camuflado, donde sentirse inopinadamente prolongado.
Llega entonces el dibujo de Jaume Plensa, y recordamos entonces aquel sueño cuyo protagonista se vio a sí mismo como discípulo de un mago blanco vestido de negro, quien le instruyó hasta cierto límite a partir del cual –le dijo- le sería preciso aprender del mago negro vestido de blanco.
Y en esa polaridad de carácter binario, de la práctica del blanco y negro cuyo mecanismo se ejercita por la reconciliación de opuestos, se encuentra la idea de la síntesis del coleccionismo y su equilibrio personal y emocional, social y cultural, que ejercita pública y ejemplarmente Jaime Sordo y tantos otros magníficos coleccionistas en nuestro país.
La muestra podrá contemplarse hasta el 6 de mayo.