Educado, humilde y responsable. Alberto Rodríguez Cillero (28 años) acude a su encuentro con EL ESPAÑOL – Noticias de Castilla y León maletín en mano tras un día duro. El palentino de nacimiento, aunque vallisoletano de adopción, asume que a partir de su ordenación como sacerdote vivirá en Medina de Rioseco.
Alberto fue ordenado nuevo sacerdote vallisoletano el pasado domingo, 12 de septiembre, por el arzobispo Ricardo Blázquez, en una ceremonia de ordenación que ha tenido lugar dos años después de la última en la que Luis Arturo Vallejo accedió al presbiterado.
Pregunta. ¿Cómo recuerda esa ordenación de sacerdote por parte de Ricardo Blázquez?
Respuesta. Todavía está muy reciente en mi memoria, la recuerdo llena de gratitud y felicidad. En primer lugar a Dios, quien, indigno como soy, me ha llamado a su servicio como sacerdote. También a don Ricardo, porque ha sido el obispo que me ha acompañado todos estos años y me hizo muy feliz recibir esta gracia de sus manos. Y, cómo no, a mi familia, hermanos sacerdotes, amigos queridos, personas que estuvieron ahí y que han estado durante estos años, rezando, apoyando, sosteniendo también mi vocación. Sí, no podría recordar este momento sin mencionar las palabras gratitud y felicidad.
P. Asegura que cada día tienen que luchar para identificarse cada vez más con Cristo para cumplir con su labor de sacerdote. ¿Cómo lo hace usted?
R. Identificarse con Cristo implica configurar mi vida con la misma vida que él vivió: implica ser sacerdote, sí, como lo fue él, pero también siervo y víctima. ¿Cómo hacerlo? Mirando a Cristo y pidiéndole que me conceda la gracia necesaria para poder vivir mi sacerdocio siempre con alegría, humildad, y sobre todo, fidelidad. Sin embargo, sin olvidar que ser sacerdote es algo que sobrepasa a cualquier persona y sé de sobra que no soy digno de este don recibido, pero, como ya decía San Pablo: “No es que ya lo haya conseguido o que ya sea perfecto: yo lo persigo, a ver si lo alcanzo como yo he sido alcanzado por Cristo” (Flp. III, 12).
P. Lleva un año de diácono. ¿Cómo ha sido?
R. En una palabra: maravilloso. Lo cual no quiere decir que no haya habido cruces y sufrimientos, pero he recibido tanto de Dios, de la Iglesia y de tantas y tantas personas que me han cuidado y ayudado, que no podría haber soñado con nada mejor.
P. ¿Cómo fue celebrar en Medina de Rioseco la última vez como diácono antes de ser sacerdote?
R. Yo diría que fue una sensación paradójica. En primer lugar me invadió una tristeza de una etapa que terminaba, de un trayecto del camino que llegaba a su fin. Pero, por otro lado, sobrepujaba con mucho la inmensa alegría, porque sabía que no era un adiós, sino un “hasta pronto”, y que cuando volviese lo haría como sacerdote. Eso la dije a la Virgen de Castilviejo, nuestra patrona: “cuando te vuelva a ver, seré sacerdote; así que cuídame tan bien como has hecho hasta ahora, Madre”.
P. En Medina de Rioseco, además, comenzará su ministerio, junto con seis pueblos. ¿Cómo lo espera?
R. Lo espero con gran ilusión y con una cierta preocupación por la inmensa responsabilidad que supone ser sacerdote de una comunidad. Espero poder ayudar a los fieles a acercarse a Dios, poder ayudar a crear comunidad para llegar juntos al cielo, que en el fondo, para eso estamos aquí.
P. ¿Cómo asume eso de ser sacerdote?
R. En la homilía de mi ordenación, don Ricardo dijo algo importante: a los sacerdotes se les llama, también “Alter Christus”, “otro Cristo”. Como antes decía, todos somos indignos de ser sacerdotes, es gracia de Dios y regalo suyo. Yo ahora mismo me veo como al joven Apóstol San Juan, que acompañó al Maestro con otros once, todavía ingenuo, quizás sin comprender del todo las Palabras de infinita sabiduría que salían de los labios de Cristo, pero, y esto es lo importante, y en lo que me fijo especialmente: le fue siempre fiel, hasta el pie de la Cruz. Así quiero vivir yo mi sacerdocio, acompañando a aquel que me llamó hasta el mismo pie de la cruz.
P. ¿Cuándo le llegó a usted la llamada de Dios para acabar siendo sacerdote?
R. Estudié el grado en filosofía en la Universidad de Valladolid. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza la idea de ser sacerdote cuando empecé. La descubrí, justo, en el verano del último año. Recuerdo que mientras estaba en internet, quizás lo compartió un sacerdote en alguna red social, encontré por casualidad un texto: Haerent Animo, en el que el Papa san Pío X hablaba sobre el sacerdocio, sobre cómo debería ser un sacerdote, sobre el estilo de vida que él deseaba para los sacerdotes. Y recuerdo cómo esa noche salí al balcón, y mirando a las estrellas, comencé inexplicablemente a llorar. Podía ser puro sentimiento de melancolía, o quizás... Podía ser algo que venía de más arriba. Y pensé que ese modelo de vida que había leído, quizás, podía ser para mí, podía ser lo que Dios quería de mí. Estudié, el curso siguiente, el Máster de profesor de secundaria, y a lo largo de ese año fui discerniendo mi vocación, conocí un sacerdote que es un auténtico santo, y al que quiero y admiro desde la primera vez que le vi; también su ejemplo me animó. Y eso es importante, hoy en día parece que sólo arrastran los famosos a los que les siguen masas de fans; pero no, también una vida sencilla, de santidad y fidelidad a Dios puede tener el suficiente atractivo como para que al mirarla, Dios nos llame. En septiembre de 2015, al terminar el máster, entré al seminario.
P. ¿Cómo es su día a día?
R. Apenas he comenzado, así que no podría dar una respuesta total. Pero sí que sé qué es irrenunciable: la oración, que es el dialogo amoroso con Dios; la celebración de la santa Misa y de los demás sacramentos; la atención espiritual de todas las personas que lo necesiten; y, por especial encomienda que me han hecho este año, también impartir clase de religión en dos institutos. En resumen: mi día a día ha de ser para Dios y para los demás, y ya, lo que quede, puede ser para mí mismo, que también es importante cuidarse a uno mismo para poder realizar todo con buen ánimo y alegría santa.
P. Asegura que es importante estar atentos a lo que nos pide el señor. ¿Qué le pide a usted?
R. Hay una respuesta que vale para cualquiera: ¿qué me pide Dios? Ser santo. No pide más… y no pide menos. Ahora bien, cada uno con nuestro camino de santidad. En el fondo no es posible dar una respuesta cerrada, pues es algo que ha de ir descubriéndose a lo largo de toda la vida. Pero sí tengo una cosa clara, e insisto mucho en ello: Dios me pide serle fiel, amarle a él y al prójimo, y entregar mi vida, como la entregó él por mí. Y esto se hace de muchas maneras: igual dejando de dormir unas horas por la noche para escuchar a una persona que está rota, entregando el tiempo que haga falta para preparar bien una boda o un bautizo con toda la ilusión del mundo, aprendiendo, en el fondo, a sufrir con el que sufre, llorar con el que llora y reír con el que ríe. Al menos eso es lo que creo yo que el Señor pide de mí como sacerdote.
P. ¿Cómo ve su futuro? ¿En qué se va a centrar usted?
R. Gracias a Dios no es algo que vea de ninguna manera, porque no depende de mí. Donde Dios me lleve, allí iré, y aunque a veces no lo comprenda, o incluso me cueste, sé que en el fondo es lo mejor posible. Me centraré, por supuesto, en intentar ser un sacerdote santo y en ayudar a los demás a serlo también. ¡No es poca cosa!
P. ¿Dará la talla en su labor como sacerdote?
R. No, como ya he venido diciendo, es imposible “dar la talla” como sacerdote. Porque nuestro modelo, siendo él el único justo, el único santo, murió en la Cruz por amor a nosotros. Por amor a quienes le odiaban, a quienes le despreciaban, también por amor a ellos. A ese amor nos llama Cristo. Es imposible dar la talla; al menos, si sólo considerase mis propias fuerzas. Pero con la gracia de Dios, cualquiera podemos hacer cosas grandes. Sé que me va a ayudar mucho en mi vida, y que, aun siendo yo mismo indigno, se servirá de mí para realizar prodigios.
P. Sus amigos, ¿Cómo ven? ¿Respetan?
R. Gracias a Dios siempre me han tratado con cariño, por supuesto con respeto, incluso los que no creen. Doy muchas gracias a Dios por los buenos amigos que ha puesto en mi vida, y a los que quiero mucho.
P. ¿Le han ayudado mucho?
R. Más de lo que merecía. Estos días, antes y después de mi ordenación sacerdotal, he querido dar las gracias a todas esas personas que han sido pieza clave en mi vida, y que han estado ahí, y estando, me han ayudado simplemente a perseverar, a no tirar la toalla, a no dejar la mano puesta en el arado, a no volver la vista atrás… a seguir el camino de Cristo. Porque cuando estamos con las personas a las que queremos, esas personas que Dios ha puesto en nuestro camino, su amor nos hace más fuertes. Y es ése amor, que viene de Dios y a Dios nos lleva, el que a mí me permite seguir, perseverar, tomar la cruz y cargar con ella, porque si no se carga con amor, no habría persona que pudiera con ella
P. Cuando se quita las prendas religiosas. ¿Quién es Alberto Rodríguez Cillero? ¿Qué le gusta hacer?
R. No deja de ser un joven con sus alegrías y sus penas, sus subidas y bajadas, pero que en su fragilidad, se sabe amado y sostenido, por Dios y por los hermanos, como he venido diciendo. En lo que a mi vida respecta, me gusta mucho hablar con mis amigos y personas más queridas. Disfruto mucho compartiendo un café en una terraza, o un paseo por la ribera con una buena conversación. Con los años he aprendido a valorar la vida de las personas que me rodean, y me hace feliz compartirla con ellos. Y, bueno, evidentemente, en mis momentos de soledad, pues me gusta una buena lectura, ver alguna serie de televisión, y, en estos últimos días, también he estado viendo buenas películas.
P. Un objetivo y un deseo a medio y corto plazo.
R. Mi objetivo y, a la vez, deseo a corto plazo, es el que me ha trasmitido mi obispo: servir bien al Pueblo de Dios en Medina de Rioseco y en las otras seis parroquias que se me han encomendado: Villanueva de san Mancio, Berrueces, Moral de la Reina, Tamariz, Villabaruz y Gatón. Y en cuanto al deseo a más largo plazo… aunque quizás suene un poco “místico”, hay un texto del Papa Benedicto XVI, al final de la Encíclica Spe Salvi, donde hace una comparación de la vida con el cielo estrellado. Y alude a que las estrellas de nuestra vida son las personas que han sido importantes, que nos iluminan y reflejan la luz de Dios. Pues bien, mi deseo es que ojalá también yo, con mi propia vida, pueda iluminar a otros muchos y cuando Dios me llame a su presencia, pueda decirme esas palabras “Siervo bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor” (Mt. XXV, 21). Porque también, al ir al otro mundo, nos espera la bondad de la Madre, y encontraremos a los nuestros, encontraremos el Amor eterno. Dios nos espera al final del camino, y llegar ahí, al cielo, es mi gran deseo y la gran esperanza que nace precisamente de esta vocación y por la que debo entregar la vida. Mi deseo de entregarme por Jesucristo es la alegría de mi vida, y la alegría es siempre esperanza.