La interconexión urbana se trata de uno de los más antiguos anhelos de la especie humana, desde las proto carreteras, de las cuales el Imperio romano hizo todo un arte y conectó, entre sí, el viejo continente, hasta las cañadas reales cuyo fin era dotar de movilidad a la ganadería trashumante o los caminos a través de los cuales un sinfín de trovadores cantó epopeyas, leyendas y chanzas hace, ya, varios siglos. Mercancías y personas han transitado a lo largo de la historia abriendo paso a sus pies entre los collados, cerros, valles, levantando puentes y horadando la roca para posibilitar la globalización en la que el planeta, hoy, está inmerso.
Gobernaban Juan Vicente Herrera, en Castilla y León, y José Luis Rodríguez Zapatero, desde el palacio de la Moncloa, cuando, en la víspera del sorteo de la Lotería de Navidad del lejano año 2007, el tren S-102 detuvo, por completo, su incesante traqueteo en la estación de trenes de Valladolid-Campo Grande tras finalizar el primer trayecto de alta velocidad ferroviaria que une los 161 kilómetros entre la capital española y la castellano y leonesa.
Ya en plena adolescencia, este medio de transporte ha generado, en su corta vida, variopintas historias y crecimiento económico, a la par, para una zona ‘vaciada’ que ve cómo el turismo sigue una línea ascendente, tal y como lo refleja el Instituto Nacional de Estadística en la media anual de 444.530 viajeros que visitaron la capital del Pisuerga, desde 2016 y hasta 2019, en comparación con los apenas 350.000 que lo hicieron en 2007, una diferencia notable que se ha visto incrementada, en parte, por la infraestructura ferroviaria.
Una de las vidas cambiadas por la llegada de la alta velocidad fue la de Carlos Villarramiel, empleado del sector de la banca que trabaja en Madrid desde hace 18 años, de los cuales se ha pasado los seis últimos, desde que se mudó con su familia a Valladolid, viajando en el tren a primera hora de la mañana, a las 06:45 horas, y regresando a su hogar a las 20:00 horas. Marido de su esposa y padre de dos hijos cuenta cómo, con cuatro y siete años, sus dos vástagos se han criado en Valladolid y que, llegado el momento, “el AVE supuso un factor determinante y el punto de giro en la vida de la familia” al mudarse, por completo, al centro de la meseta castellana.
“La calidad de vida de la que gozamos en Valladolid no se encuentra en Madrid, ni de lejos”, afirma Carlos, quien asegura que decidió dejar “en segundo plano” su comodidad, debido a los viajes en intempestivos horarios, de lunes a viernes, para acudir a su puesto de trabajo, en favor “del bienestar del resto de la familia”. Pese a la influencia que la pandemia ha tenido en el mercado laboral a la hora de flexibilizar la ubicación del trabajador, Villarramiel lamenta que su sector “no se plantee la implantación del teletrabajo ya que creen en la presencialidad total y no hay opción a negociación”. Es por ello por lo que el vallisoletano, en su vida repleta de cambios, ha decidido dar un paso al margen, como hizo al empaquetar las maletas, en 2015, para instalarse a Valladolid, y abandonar su puesto de trabajo para buscar la continuidad de su vida laboral “de manera autónoma”.
Precisamente, es la visión empresarial la que encarna Ángela de Miguel, presidenta de la Confederación Vallisoletana de Empresarios (CEOE Valladolid), quien corrobora la opinión de Carlos Villarramiel al afirmar, de manera rotunda, que el teletrabajo puede continuar conectando ambas ciudades al ofrecer, a los residentes en Valladolid, la posibilidad de “trabajar tres o cuatro días desde casa para ir uno o dos a Madrid, todo consiste en estar conectados”.
En este sentido, asegura que la “conectividad inherente al AVE redunda en el beneficio de Valladolid, que cuenta con un activo más para aquellas empresas que buscan trabajadores con ganas de vivir en ciudades más pequeñas”, un anhelo acrecentado, de nuevo, por la sombra de la pandemia, que generó dilatados períodos de confinamiento entre cuatro paredes, en muchas ocasiones, de pequeños apartamentos y pisos encajonados en unas muy saturadas ciudades. “Se valora, cada vez más, un estilo de vida que permita ir a pie, en quince minutos, al trabajo, al ocio, a las escuelas y eso es algo que Valladolid ofrece”.
Además, por último, algo que retroalimenta, de manera constante, el crecimiento de la vallisoletana capital es la facilidad de “cerrar tratos y de vender la ciudad en persona a, tan sólo, una hora de distancia, ya que lo que no se ve, no existe”, zanja de Miguel.
A la espera de los datos consolidados de 2021 en cuanto al movimiento que la capital vallisoletana experimentó en términos de pernoctaciones, queda para el agrado de la ciudad. al sentir el traqueteo de las maletas, el vivo recuerdo de las más de 785.000 noches que pasaron los turistas a lo largo del año 2019, antes del paréntesis que supuso la pandemia en la vida de muchos y, también, un mal sueño del que el AVE, que ha seguido funcionando a pleno rendimiento, también despertará, entre Valladolid y Madrid, deteniendo su mecanismo en Segovia.