Tordesillas tiene un toro que de la vega se llama, porque se mata en la vega de la estepa castellana. Un martes entre los martes, el toro sale a la plaza, los gritos se hacen silencio, los nervios rompen su calma…
Este poema compuesto en 1956 por Antonio María Stolle, es solo un ejemplo de los muchos romances, libros, documentos, tradiciones y leyendas que rodean al Toro de la Vega de Tordesillas. Incontables son los elementos que envuelven al espectáculo taurino más polémico de todos los tiempos. El Toro de la Vega, con más de ocho siglos de historia, declarado fiesta de interés turístico en 1980 y espectáculo taurino tradicional en 1999, escribió su último capítulo en 2015.
Porque en 2016 un decreto ley que prohibía matar a toros de lidia en los espectáculos taurinos, marcó un antes y un después que terminaría para siempre con un espectáculo de origen medieval. Aunque para entender de qué trata y cómo se desarrolla hay que viajar cientos de años atrás, como mínimo, al 1355. Fecha en la que según los historiadores Pedro I de Castilla, con motivo del nacimiento de su hija Isabel, decidiera sacar los espectáculos taurinos de los cosos al aire libre. Desde entonces hasta su final, poco había variado una tradición que para los tordesillanos era considerada como un auténtico ritual.
Recorrido
La Villa del Tratado, esa en la que se repartió el Nuevo Mundo, ha visto durante siglos, cómo cada martes tras el 8 de septiembre -día en que veneran a su Virgen de la Guía-, comienza a sonar el Tordesillas una significativa melodía, que se escucha tan solo en ocasiones de especial importancia en la localidad. Es el toque del reloj suelto que anuncia en el histórico pueblo que un evento de gran magnitud está a punto de empezar.
De especial significado para los tordesillanos, la primera bomba real marca el inicio de este torneo medieval. Poco ha variado el recorrido, el animal siempre bajaba hasta la vega acompañado por los miembros de la pandas de Tordesillas, que con su pantalón azul Mahón se dirigían a la plaza mayor -protegida por portadas- para acompañar al toro de la Vega por un recorrido de unos 400 metros.
Desde los años ochenta, el toro salía desde la calle San Antolín, atravesando la zona conocida como empedrada y cruzaba el puente que descansa sobre el Duero para llegar finalmente al Prado de Zapardiel. Una vez alcanzada la zona de torneo -señalada por una bandera- sonaba la segunda bomba real, para avisar entonces que el momento del cuerpo a cuerpo estaba a punto de comenzar.
En ese instante caballistas y lanceros tomaban el relevo a los aficionados que quedaban esperando en el pueblo, porque el torneo se disputaba en la vega tordesillana, donde solo había sitio para los más valientes. Allí, a campo abierto y sin defensa llegaba el momento del encuentro.
Cara a cara. Cuerpo a cuerpo. Hombre y toro. Honor y valentía. Si el toro alcazaba los límites establecidos debía ser indultado, aunque a lo largo de la historia han sido pocos astados los que lo han logrado- En las últimas décadas solo queda constancia de este hecho en 1993 y en 1995. 'Bonito' y 'Presumido' fueron los únicos que lograron el indulto, aunque murieron poco después, el primero por las heridas de las lanzas y el segundo abatido por la Guardia Civil.
Sería 'Rompesuelas', un toro de 640 kilos y seis años de edad el que fue en 2015 el último morlaco en salir al palenque de Tordesillas, pasando a poner punto y final a una numerosa lista de astados elegidos para este torneo, que definen en la localidad como “un rito cultural ancestral, en el que hombres y mujeres se enfrentan, libre y voluntariamente”.
Normas principales
El animal debía reunir además unas condiciones físicas óptimas, ágil y de buenas hechuras que estuvieran proporcionadas con su encaste. De entre cuatro y siete años de edad y con un peso que rondara entre los 500 y 700 kilos, con sus defensas intactas (sin afeitar) que tuviera bravura y trapío.
Asimismo, el alanceamiento sería a cuerpo limpio, en el costado y sin engaños, sin que el lancero pudiera esconderse o cobijarse. Estaba totalmente prohibido alancear premeditadamente al toro con el fin de no matarlo y si el toro había doblado, había que respetarlo hasta el final.
El jurado velaba pendiente de que se cumplieran las normas para dar un veredicto claro, aunque el torneo podría declararse nulo si se incumplía alguna de las condiciones previamente expuestas.
El principio del fin
A lo largo de su extensa vida, el Toro de la Vega ha pasado por muchos momentos, épocas de mayor esplendor en los años 50 y 80; y años de mayor rechazo social que comenzaron a geminar en el año 2000. Posteriormente, la presión social y política, hizo que en 2016, el Gobierno de Castilla y León aprobase un decreto ley que prohibía matar a toros de lidia en los espectáculos taurinos.
Según declararon desde la Junta, no se prohibía el festejo del Toro de la Vega, sino la muerte del animal. El principio del fin. Fue en marzo de 2019, cuando finalmente se pronunció el Tribunal Supremo, que ratificaba la sentencia y finalizaba así, tras más de ocho siglos de historia, la celebración de un torneo que encuentra tantos defensores como detractores.
Posteriormente se ha celebrado ‘el Toro de la Peña’, un encierro similar pero sin muerte (al menos en público y en la vega) que no termina de convencer a muchos y, en cambio, es suficiente para otros.
Del toro de la Vega solo quedan ya los recuerdos, los documentos, las fotos, las vivencias, los libros y las crónicas escritas desde hace décadas por el Patronato del Toro de la Vega, que espera, como muchos aficionados, volver a ver en la vega tordesillana cómo se disputa de nuevo un torneo medieval, que es considerado para ellos un auténtico ritual.