“Siempre lo digo en mis charlas, si de 1.000 personas que me escuchan una se conciencia y cuando le suena el móvil al volante no lo coge o no manda un WhatsApp y espera a llegar a casa para hacerlo para mí es satisfactorio porque no es una persona la que se beneficia sino la familia. En mi caso, los que más han sufrido son mis padres”, asegura Aitor Martínez Herrero.
Policía Municipal de 48 años, este vallisoletano es el primero de los tres entrevistados que nos contarán cómo fue su trágica experiencia y cómo se han convertido en embajadores de la seguridad vial después difundiendo su vivencia con el fin de tocar la fibra a todos, con un claro mensaje a los más jóvenes, para que se conciencien de la importancia de cumplir con las normas para evitar dolor, sufrimiento y lágrimas innecesarias.
Aitor aún se emociona, pese a que ya han pasado casi seis años, recordando unos hechos que le marcaron de por vida. Pide justicia y un cambio de Ley para que las sentencias sean ejemplares y sirvan a la sociedad y viaja de colegio en colegio junto a AESLEME (Asociación Española de Lesionados Medulares) en busca de esta bendita concienciación que consiga que se reduzcan al máximo los accidentes mortales en las carreteras.
Tragedia en la VA-30
Era un día soleado que se tornó en gris. Kilómetro 19 de la VA-30 en Valladolid, 14.00 horas de la tarde. Una vía con un arcén de 2,35 metros, casi otro carril y un camionero que se llevó por delante a dos ciclistas que disfrutaban de su pasión: la bicicleta. Sirenas, ambulancia, dolor, lágrimas y muerte. Todo se junto en el lugar aquel trágico día.
“Recuerdo todo como si hubiera sucedido ayer. Estaba con mi compañero y amigo. A él me unía todo. Ese día cogimos la VA-30. Le di un relevo y unos metros después sentí un fuerte impacto, como que alguien me empujaba con todas sus fuerzas hacia delante. Caí de la bici, me dí contra el guardarraíl y quedé tumbado boca abajo. Al principio lo veía todo oscuro. Cuando comienza a entrarme luz, me llega un dolor tremendo en el estómago y en el pecho. Empiezo a escupir sangre y veo a mi amigo tirado boca arriba sin moverse”, explica Aitor con lágrimas en los ojos.
Lo único que le alivió en ese momento fue chillar, gritar. Y es que vio “cosas horrorosas” y él mismo se observó “lleno de sangre”, momento en el que solo se podía acordar de sus padres, de que quería verlos, fuera como fuere, cuando él ya emprendía camino al Hospital Clínico de Valladolid mientras se debatía entre la vida y la muerte.
Con explosión del bazo, varias costillas rotas, el pulmón perforado, una fractura grande en la cabeza y un coágulo en el mismo lugar, además de lesiones también graves en la cintura pélvica, Aitor preguntó a las profesionales: “¿Me voy a morir?” ante lo que las mismas contestaron: “Vamos a hacer lo que sea para salvarte”.
“Cuando llegan mis padres les dicen que Jesús ha fallecido, pero yo todavía no lo sé. También que estoy muy grave y que se pongan en lo peor porque tengo un 85% de probabilidades de fallecer. Que me van a operar pero que no saben lo que encontrarán al abrirme. Doy besos de despedida a mis padres, mi hermana se derrumbó y entré en la UCI”, añade nuestro entrevistado.
Una noticia fatal
Tras más de cuatro horas de operación, el aún Policía Municipal consiguió reponerse y apreciar, al abrir los ojos, como su familia seguía allí, tras el cristal, pero a él solo le preocupaba una cosa, saber cómo estaba Jesús Negro, el compañero de fatigas, que le ponía contra las cuerdas en más de una ocasión en sus rutas ciclistas, tras el brutal accidente, después de que un camionero les pasara por encima.
“Ese viernes, tras despertarme, al entrar la enfermera le pregunté por mi amigo. Nadie me decía nada, solo que estaba recuperándose en el otro hospital”, confiesa Aitor, que añade que el Ayuntamiento de Valladolid “activó un protocolo” en el que participó Julia González, la jefa de la Policía Municipal, para enviar un psicólogo para tratar a sus padres y dar la noticia del fallecimiento de su amigo a un Aitor convaleciente.
“Era un sábado por la tarde. Entró mi hermano en la habitación. Le volví a preguntar por Jesús y me dijo que no había podido superar el accidente. En ese momento le estaban enterrando. Sufrí un ataque de ansiedad, todas las máquinas empezaron a pitar y me tuvieron que sedar. Me desperté ya el lunes por la mañana sabiendo que mi amigo no vivía”, nos cuenta.
Tras esto, 18 meses de recuperación, de ir al “fisio” y de “acudir al psicólogo”. Y después, una vida nueva, que se valora más. Esos pequeños detalles, esos “te quiero” a familia y amigos tras un suceso en el que el dolor fue el gran protagonista. Son estos los momentos que marcan y que hacen que se comprenda que estamos de paso en esta vida, por muy a tópico que suene.
Justicia
“Es una vergüenza que no se haga justicia. Matar en la carretera sale muy barato. Han pasado seis años y no es de recibo que el camionero no haya entrado en la cárcel. Cuando le condenaron a los dos años y cuatro meses se dio a la fuga y está en paradero desconocido”, añade Aitor hablando de la persona que le causó tanto dolor.
Fue un juicio muy duro que llegó incluso a tener un abrazo por parte del vallisoletano hacia la persona que había quitado la vida a su amigo por mirar al teléfono mientras conducía y le había causado graves lesiones a él. El gesto fue valorado y reflejado por el mismo juez en la sentencia.
Aún así, Martínez añade que “una condena justa nunca va a existir” porque “la vida de una persona no vale ni dos, ni cuatro, ni veinte años de cárcel” pero defiende que “una condena ejemplar” podría ayudar más a que “la sociedad se conciencie de que al volante no todo vale”.
“Pasará el tiempo y cogerán al camionero y cumplirá condena pero se ha estado burlando de la familia de Jesús mientras él está bajo tierra. Es muy injusto”, sentencia.
Una labor que no está pagada pero que vale millones
“Educar de jóvenes evita sancionar de mayores. Los niños son esponjas y se les puede educar vialmente, desde edades tempranas. Se puede mostrar la importancia de usar el casco cuando van en bicicleta, lo esencial de ponerse el cinturón o que no ir jugando en el coche, despistando a sus padres, puede ser vital para evitar un accidente”, añade.
Aitor, como Policía Municipal, defiende una labor que no está pagada pero que vale millones. Él pertenece también a AESLEME, desde hace aproximadamente un año, y colabora dando charlas en diversos colegios de la ciudad del Pisuerga junto a Mari Paz, con una historia detrás que conoceremos el domingo.
El pasado año, el tándem ofreció charlas online pero este lo harán de forma presencial con el objetivo de “educar y concienciar para que se vean los riesgos y las consecuencias de un accidente de tráfico grave”.
“Siempre lo digo en mis charlas. Si de 1.000 personas que me escuchan, una se conciencia y cuando le suena el móvil al volante no lo coge o no manda un WhatsApp y espera a llegar a casa para hacerlo, para mí es satisfactorio porque no es una persona la que se beneficia, es la familia. En mi caso los que más han sufrido son mis padres”, finaliza nuestro protagonista.
Una historia de dolor y lágrimas pero también de superación y gusto por una vida que ahora Aitor saborea con más fuerza.