Emotivo homenaje al doctor Pepe Rabadán
El doctor Mateo, su colega y amigo, hizo vibrar de emoción a los asistentes al acto en el Aula Magna de la Facultad de Medicina
20 noviembre, 2021 19:00Aunque también pudieron seguir el emotivo acto a través de internet, en seguimiento real, se conectaron un centenar de personas. Arrancó su discurso el doctor Mateo -Cirujano vascular de prestigio, profesor de la UVA, con medio centenar de años al frente de la enfermería del coso del Paseo de Zorrilla y vicepresidente de la SECT (Sociedad Española de Cirugía Taurina- con unas palabras de Jorge Manrique a la muerte de su padre:
“Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, como se viene la muerte tan callando…”
Las vicisitudes de un colega necesitado
Mateo se vanaglorió de su íntima amistad con Pepe Rabadán, su amigo eterno y compañero en tareas médicas, recordando aquella ocasión en donde su colega y amigo le salvó prácticamente la vida cuanto este se encontraba en Sevilla de vacaciones.
Utilizó todos sus recursos y sabiduría contactando con los galenos que le operaron con éxito. “Debo esta prórroga de mi vida -vino a decir Mateo en su discurso- a la voluntad de Dios, a los cirujanos que me operaron y a los sanitarios que me atendieron, pero también y en gran parte, a su intervención tan distante, pero para mí tan próxima. Le debo eterna gratitud, no sólo por esto, sino por aquel domingo en el que tuvo que diagnosticar la oclusión intestinal y su sabia decisión al intervenirla liberando el asa yeyunal adherida y comprometida sin necesidad de resección”.
Sí, le debemos eterna gratitud en mi familia -continuó Mateo con su emotiva prédica- por la resolución de estos percances y algunos otros más en los que su actuación fuera decisiva. De alguna manera el Dr. Rabadán era nuestro cirujano de cabecera y no solo nuestro, sino también de muchas otras familias de las que hoy tenemos en este acto una amplia representación.
Rabadán: un cirujano experimentado y con gran calidad humana
“Y es que Pepe Rabadán fue un clínico experimentado, muy exigente en las indicaciones operatorias pues sentía un gran respeto por el hecho de que un paciente pusiera la vida en sus manos. Y si había que operar era porque no existiera otra alternativa o la solución se vislumbrara posible. Siempre elegía la operación más simple que pudiera resolver el caso. Su pensamiento nunca estuvo en alardear de su capacidad para realizar la última intervención, la más difícil o la más innovadora, sino en elegir la mínima actuación eficaz entre todas las posibles... Aplicaba la famosa sentencia anglosajona de que “la solución más sencilla es habitualmente la mejor solución”, vino a recalcar el Dr. Mateo.
“No era hombre necesitado de estadísticas o grandes series de operaciones que agrandaran su currículum. Fue, al contrario, hombre de resultados, de curaciones y en todo caso de consuelos y, cuando sus manos no actuaban, era su palabra la que servía para dar ánimos o quitar importancia, según los casos, incluso cuando era consciente del mal pronóstico de ciertas enfermedades que debió tratar”.
“El Dr. José Rabadán, miembro destacado de esta Real Academia y al que hoy tristemente recordamos, dio de comer al hambriento, de beber al sediento y vistió al desnudo, pero lo de visitar, lo que se dice visitar a los enfermos, a sus numerosos enfermos, lo cumplió en abundancia. Su paso terrenal no fue otra cosa que una demostración de su amor al ser humano, y muy especialmente al enfermo”, dijo con énfasis Mateo.
Volvió a referirse el doctor Mateo a la calidad humana y cristiana de su amigo desparecido recordando de nuevo a Manrique: “allegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos…” Las manos de ese obrero “de la divina mies” que fuera Pepe Rabadán acariciaron, estrecharon, golpearon cariñosamente a personas que acudieron a él buscando el remedio de sus males. Y cuando el remedio fue posible, esas manos fueron la herramienta sublime para extirpar y recomponer las partes del cuerpo dañadas. Sí, no fueron manos de rico, aunque viviera de ella…”
Sus virtudes católicas y su amor al prójimo
No faltaron las virtudes católicas que poseía Pepe Rabadán: “Los que le conocimos sabemos que cumplió ambos cometidos. Amó al Señor, su Dios, con su entrega, con su ejemplo, con su oración callada en su misa diaria, y como dijera San Juan Pablo II, “haciéndose grande, cuando se arrodillaba ante El”. En su caso, doblemente grande al ser portador de una afección reumática crónica, de la que apenas se quejaba y que le dificultaba muchos movimientos, entre ellos la genuflexión”.
“Y amó al prójimo con una intensidad poco frecuente, con una entrega al enfermo que se podría calificar de sobrenatural: “Ven, bendito de mi Padre, porque estuve enfermo y me visitaste…” Sí… la muerte nos iguala, pero la recompensa nos diferencia…”
“Amó con ternura a su prójimo, a esos prójimos enfermos que nunca fueron para él un numero de historia sino, al contrario, historias vivientes y sufrientes a las que intentó siempre dar un final feliz. Para él no había festivos si la situación de un paciente o la evolución de la enfermedad requerían su presencia. O simplemente su consejo:”.
“Gran conversador, hablaba de muchos y variados temas, pero no toleraba ataques a sus principios y creencias- Era una delicia escuchar sus numerosas historias con la gracia de su tono y su acento bético. Era un ejemplo, viviente y parlante, de aquella recomendación de Séneca, su paisano cordobés, cuando dijera: ”vive con los hombres como si Dios te mirase; habla con Dios como si los hombres te oyesen”. Y por ello, porque se sabía observado y escuchado desde las alturas, era el asidero al que agarrarse cuando una desgracia, una duda, un problema personal o familiar o una enfermedad nos afectaba. Era el medico de muchos, sin figurar en sus tarjetas sanitarias; el consultor de segundas opiniones y muchas veces la persona decisiva para buscar el remedio o el consejo para los más diversos problemas”.
Sus amigos y formación religiosa
“Tenía un cupo de amigos que superaba con creces lo asistencialmente recomendable. Protector universal que se desvivía por buscar soluciones, facilitando contactos y muchas veces participando personalmente en conflictos familiares ajenos de los que solo un hombre excepcional con sus dotes negociadoras podría ser capaz. Sí, vivió con los hombres bajo la atenta mirada de Dios. Y los hombres le escuchábamos pues su palabra era siempre agradable y conciliadora”.
“Esta forma de vivir y hablar, viviente y parlante, solo puede encuadrarse en el amplio concepto del amor al prójimo, de ese amor que, al atardecer de su vida, le habrá permitido superar sin dificultades el examen celestial”.
“Solía recordar con mucha frecuencia la frase de su padre “No hay hombre sin hombre”, queriendo decir que todo ser humano necesita recibir a lo largo de su vida el ejemplo, el apoyo o los consejos de sus semejantes, por lo que alcanzar una meta final suponía un deber de gratitud a muchos...”
“Y así fue. demostró permanentemente su agradecimiento a quienes fueran sus maestros, tanto profesionales como espirituales y, en general, a quienes, modelaron su formación y comportamiento”.
Familia y formación
“Hijo menor de una familia numerosa, -recordó Mateo- desde muy temprana edad tuvo dos grandes aficiones: los toros y la cirugía. En sus juegos infantiles actuaba indistintamente de torero y de toro. Cuando el amigo torero simulaba ser herido, él dejaba de ser toro para pasar a ser el cirujano que lo intervenía…Este juego de niños, con el paso del tiempo, se hizo realidad. Obviamente no llegó a ser matador de toros sino Cirujano Taurino”.
“Su formación como médico se inició en la Facultad de Medicina de Barcelona, ciudad que, por entonces, años 60, reunía una bien merecida fama en materia de sanidad, con numerosos nombres de profesores y profesionales de prestigio nacional e internacional…”
Sus dos “José Marías”
“Siendo alumno del primer curso, allá por 1964 viajó a Pamplona para asistir a la IIª Asamblea de Alumnos de la Universidad de Navarra. En aquella ocasión tuvo el primer contacto con uno de los dos José Marías que habrían de influir en su vida y en su profesión. Se trataba de D. José María Escrivá de Balaguer, con quien volvería a reunirse en Sevilla, en 1972, siendo soldado médico de la Maestranza de Artillería. En uno de sus discursos, Rabadán comentó que el hecho de haberle conocido en vida, de haberle tratado y de haber sentido su cariño, fueron gracias de Dios de las que “algún día tendría que dar cuenta”.
“Efectivamente, Pepe Rabadán ha sido una de las personas que han podido estrechar la mano y recibir el abrazo fraterno de alguien predestinado para la santidad…”
“El segundo José María, al que debe sin duda sus conocimientos y practicas quirúrgicas, fue D. José María Beltrán de Heredia, catedrático de Cirugía, académico y ulterior presidente de esta corporación, y cuyo escaño vacante a su fallecimiento fuera ocupado precisamente por su discípulo José Rabadán”. “Fue alumno Interno de su cátedra y posteriormente médico agregado a su servicio, profesor de Clases Prácticas, profesor Asociado y, finalmente, profesor titular de Cirugía, cargo este último al que accedió en 1998 encontrándose ya muy enfermo el Dr. Beltrán de Heredia, pero que alegró los momentos finales de nuestro común maestro de Cirugía”.
“Con D. José María Beltrán de Heredia compartió, asimismo, aficiones taurinas, eso sí, desde apreciaciones muy distintas de la tauromaquia como correspondía a un castellano paradigmático y a un cordobés enamorado de Sevilla. Pero en su cátedra, entre otras muchas y complejas técnicas quirúrgicas, aprendió a operar heridas por asta de toro, de las de verdad, no de aquellas simuladas de su etapa infantil”.
Defensor del humanismo médico
“Pepe Rabadán -comentó su colega y amigo Antonio María Mateo- fue un defensor del humanismo médico frente a la despersonalización de los sistemas sanitarios que “laboralizan”. Así mismo, y tras glosar su paso por la Cirugía y los momentos vividos en el callejón del coso del Paseo de Zorrilla, Mateo complementó: Los toreros han perdido a uno de “sus ángeles custodios”, a un ángel que también alcanzó la gloria saliendo por la Puerta Grande de la vida”.
“A todos nos quedará el eterno bálsamo de su recuerdo -finalizó su extenso recordatorio el doctor Mateo en honor de su amigo Pepe Rabadán en una conferencia llena de sentimiento-. “Y hablando de recuerdos, y para poner el punto final de este discurso, vuelvo a las coplas de Jorge Manrique, recitando su último verso: “así con tal entender, todos sentidos humanos, dio el alma a quién se la dio, el cual la ponga en el cielo y en su gloria, y aunque la vida murió, nos dejó harto consuelo su memoria”.
Descanse en paz el doctor Rabadán, un ilustre cirujano y amante de la tauromaquia, con especial devoción a su amigo Curro Romero. Y enhorabuena al doctor Antonio María Mateo por su brillante conferencia.