Había que celebrar el éxito del catedrático bejarano, quién con su pluma de terciopelo ha venido plasmando la realidad cotidiana en versión electoral en El Español- Noticias de Castilla y León.

Y el mejor modo de celebrarlo fue acercarnos hasta Mojados, donde nuestro amigo Perico viene bordando el asado de lechazo al horno de leña en su santuario taurino y del buen yantar, es decir El Cossío. Y lo hicimos a tres bandas: un salmantino, un segoviano y un manchego afincado en Pucela.

Al maestro Santonja hay que cuidarlo al máximo para que siga ofreciéndonos esas narraciones tan deliciosas. Y eso hicimos el facultativo veterinario y un servidor. A Gonzalo Santonja y a Paco Salamanca, a los que me sumo, nos encanta el lechazo en sus distintas versiones y, en esta ocasión, Perico nos deleitó con algunas vísceras que otros repudian: riñoncitos a la brasa y mollejas al ajillo. Todo ello del mejor lechazo.

No faltaron de entrada unos pimientos rojos asados en el tradicional horno de leña, a los que acompañaban unas anchoas, piparras y aceitunas, regados sutilmente de virgen extra. Fue el toque inicial de lo que supuso un almuerzo en condiciones, de los que te vas a la siesta “escapao” que dirían en mi terruño roblense, aunque con estos amigos del alma no hubo siesta sino charlar y charlar, fundamentalmente de toros (ese Morante) hasta las 6 de la tarde que cada uno emprendimos el camino de regreso a nuestros lares.

Ni qué decir tiene que, antes de que llegara el lechazo asado, las fuentes se quedaron limpias por completo de tanto barquito para impregnar el exquisito aceite y su acompañamiento. En eso el bejarano es un as. Y nosotros tampoco nos quedamos atrás.

Majestuoso el cuarto delantero que nos trajeron recién sacado del horno, que fue distribuido en dos tandas y del que dimos cuenta con conciencia de hambruna. Y es que eran más de las tres. No faltó la típica ensalada de tomate, lechuga y cebolla, aderezada por Paco en este orden: aceite, sal y vinagre en dosis moderadas.

Y del bebercio ya saben, un tinto ribereño para ellos y un clarete de la casa para un servidor, (ahora se dice “un Cigales”) al que obviamente añadí mi clásica gaseosa bejarana “Molina”, que el catedrático había traído deliberadamente. “Es la única forma de pagar tu admiración por mis crónicas”, comentó socarronamente el salmantino. Con una porción de tarta de hojaldre con piñones, de la vallisoletana pastelería Bravo, culminó este almuerzo en otro de nuestros encuentros habituales donde abunda la amistad. Rematamos con café. Y a casa.

Ah, se me olvidaba: nuestro filólogo bejarano de cabecera se tomó el último sorbo de Ribera con su gaseosa preferida, Paco no aceptó tal disparate, “en Cuéllar para eso somos muy serios”, vino a decir el facultativo. En fin.

P.D. Periquete (buen tipo), el del Asador Molino Rojo, que se encontraba almorzando con su familia, nos invitó a los cafés. El condumio nos salió a 40 euros per cápita. Y acordamos volver en cuanto la ocasión lo requiera. Gonzalo, Paco; gracias por vuestra amistad y tan grata compañía.

“Un amigo en una tormenta vale más que mil amigos en el sol”. ¡Verdad, Gonzalo, verdad Paco!