“Estoy muy bien y muy contenta. Pasé mi cumpleaños, el lunes, con la familia comiendo fuera. Incluso las vecinas cogieron el teléfono y gastaron un poco de tiempo para llamarme. Recibí un ramo de rosas de mi sobrina, que vive en Madrid, felicitándome. Fue muy especial”, asegura, en declaraciones a EL ESPAÑOL – Noticias de Castilla y León, Segunda Rodríguez Martín.
Esta vallisoletana, nacida en el término municipal de Alcazarén, a 35 kilómetros de la ciudad del Pisuerga y una de las cunas del románico-mudéjar de la provincia de Valladolid, cumplió el pasado 2 de mayo ni más ni menos que 100 años, siendo una de las mujeres más longevas de Castilla y León.
“De salud estoy bien. Los dolores hay que echarlos a un lado. Me he roto un brazo, la rodilla, el hombro, la columna de joven, la cadera… todo. Cuando me rompí la rodilla no quise hacer rehabilitación porque estaba mucho tiempo en la ambulancia dando vueltas. Subía y bajaba las escaleras de casa porque no tenía ascensor, unas cuantas veces al día. Así hice yo la rehabilitación”, nos cuenta orgullosa.
Una vida dedicada a su familia
Amante de hacer puzzles, de las sopas de letras, pero, sobre todo, de que alguien la saque a la calle a disfrutar de la brisa (ahora está en silla de ruedas), Segunda fue feliz el pasado lunes cuando Rosa, su hija, y Mario, el marido de ésta, llegaron a su casa de Valladolid a recogerla a ella y a una de sus otras hijas, Angelines, para comer en el restaurante con el resto de la familia.
“Nos juntamos toda la familia y me emocioné. Para mí todos mis hijos son iguales. Tanto Jesús, como Angelines, como Rosa. Se portan muy bien. Además, tengo tres nietos y tres bisnietos. La verdad es que, para mí, la familia lo es todo”, nos cuenta nuestra entrevistada.
Segunda nació en el año 1922 en Alcazarén. Al morir su padre, los maestros del pueblo la llevaron a Villanubla “a servir” y, de ahí, a Bilbao. En el País Vasco trabajó de camarera en un hotel en el que “servía las mesas de la terraza”. Lo hizo durante dos años, antes de volver a Alcazarén para casarse. “Cuando volví, recuerdo que trabajé para una señora del pueblo. Lavaba la ropa. Íbamos al bodón de la Vega. El agua estaba muy fría. Después al de Quintanas, que estaba menos fría. En verano lavaba la ropa en el río y la llevaba en el carretillo. Después me quedé en casa, para cuidar de mis hijos”, confiesa.
Zacarías, el amor de su vida
Pero hablar con Segunda es hacerlo de Zacarías, el amor de su vida. “Me gustaba todo de él”, asegura, con una sonrisa en la boca. Nos cuenta que “era buenísimo” y que “tenían unas parcelas con remolacha, que trabajaban entre ambos” y que él, además, fue guarda de un pinar y portero en Valladolid.
“Tuve dos hijos que se murieron. Después llegaron Jesús, Angelines, con la que lo pasé muy mal en el parto y tuve que recibir sangre de mi hermano y, por último, Rosa. Con ésta tuve que ir al hospital, a dar de parto, pero como no traía las cosas para que naciera me vine para Alcazarén y allí nació”, nos explica.
Con 74 años, es decir hace 26, Segunda quedó viuda tras fallecer Zacarías. Lo “pasó muy mal” y “no quería salir de casa”. Su “vida cambió en todo, de todo, de todo”, añade, porque “no es igual tener marido que no”. “Él estaba pendiente siempre de mí y me compraba lo que se me antojaba”, asegura.
A los 80, a Valladolid
Seis años después de la muerte de su marido, nuestra entrevistada deja Alcazarén para vivir con su hija Angelines. Se vino hasta la ciudad del Pisuerga porque “estaba del corazón” y “no podía con todo”, ni “cargar leña para la calefacción de casa” y “tenían que cuidarla sus hijos”. Asegura que “salía por las mañanas a dar un paseo” y, por la tarde, “quedaba con una vecina”.
Preguntada por cuál es el momento que más recuerda de su vida, Segunda lo tiene claro: “lo que más recuerda es a su marido” y asegura que “si él viviera, seguiría viviendo en su querido pueblo, en su casa”.
En cuanto al futuro, asegura que “lo ve bien” y “rodeada de sus hijos”. El deseo: “tener el cariño de todos”. “Me hace ilusión que se case mi nieta Marina. Ir a la boda y que tenga hijos, aunque ahora los jóvenes no se casan, parece. Yo lo hice con 26 años”, afirma. En cuanto al objetivo, también lo tiene claro: “no quiero vivir con dolores lo que me quede de vida, así no sufro yo, ni los de mi alrededor”, finaliza.
Un ejemplo de cómo vivir la vida, de fuerza y tesón a sus 100 años. Las velas, las sopló el lunes, la ilusión, la conserva desde 1922, cuando nació.