Las calles vallisoletanas se impregnan de soledad cada vez que un bar baja su persiana para siempre. El coronavirus marcó un antes y un después en muchos hosteleros que no pudieron mantener sus negocios tras la gran crisis en la que se encontraban sumergidos. Sin embargo, pese a que la pandemia parece que ya está olvidada, los negocios siguen sintiendo las secuelas de esta y cada vez son más los que tienen que cerrar para siempre.
Esta vez es el turno de Margarita Casquete de la Mora. Desde 2014 lleva el bar Nuevo Manjarrés, ubicado en la Plaza Santa Cruz. Su local siempre ha sido un lugar de encuentro, diversión, tranquilidad y buen ambiente. La gran especialidad es la cerveza. En este establecimiento cuentan con cuatro cámaras externas en las que hay más de 200 variedades, además de siete barriles.
La licencia con la que contaba en pandemia era de ocio nocturno y “el cambio de horario en aperturas, las restricciones” y todas las medidas que se han ido interponiendo con el paso de los meses, han hecho una gran mella en su bar. “El estilo de la gente fue otro. Si tenías comida o cocina triunfabas un poco más”, afirma Casquete.
Unos años que los recuerda “pidiendo préstamos ICO y cogiendo todas las ayudas posibles” para poder subsistir. Pero es que, tras las enormes pérdidas de estos dos años, parece que la situación empeora. Ahora se le ha sumado la factura de la luz con la que ha pasado de pagar 350 euros mensuales a 720.
Ocho años de trabajo, esfuerzo y dedicación, que han acabado con la peor de las noticias: el cierre definitivo. “Casi tengo que generar un sueldo para la luz, otro para el alquiler, medio para autónomos, que tengo que pagar 377 euros. En definitiva, tengo que generar cinco o seis sueldos para poder tener uno para mí”, lamenta Margarita.
Las ayudas “no han servido de mucho”. Con la del Ayuntamiento, le pedían que tuviera contratado a un camarero “en las mismas condiciones” que antes del Covid-19. Ese dinero que recibía iba íntegro para el sueldo de él y para la tasa de autónomos; cantidades “irrisorias” en comparación a “todo lo que hay que pagar”. Las mutuas también daban alguna ayuda, pero ponían “muchas condiciones” para poder acceder. En definitiva, “nos han dejado sin márgenes”.
La salvación de Margarita han sido sus caseros que le han “perdonado” durante varios meses el alquiler del local. Este ha sido el único motivo para que ella pudiera seguir adelante, aunque tristemente, sin éxito. A todos los inconvenientes mencionados, también se la ha sumado que la gente no se animaba a salir como antes. Los clientes habituales iban a zonas “cerca de sus casas” y el hecho de tener que estar con la mascarilla todo el tiempo “ha provocado que no se animaran a acudir”.
Precisamente ahora en octubre era cuando “más afluencia” se estaba notando, pero no es suficiente. Ahora tiene claro que prefiere trabajar en otro puesto, sin ser “la dueña” y que “me paguen mis horas y quitarme los dolores de cabeza de tener que hacer malabares con el dinero”.
Un cierre “por valores”, debido a todo lo que ha “sufrido” en este tiempo por no dar "abasto".