María Fernanda (Zaratán, 1956) cumplirá en mayo 67 años. En la actualidad está jubilada y ha tenido que superar muchos momentos duros en su vida. Ahora intenta dejar atrás su problema con las tragaperras, con la inestimable ayuda de Ajupareva (Asociación de Jugadores Patológicos de Valladolid).
Amante del paseo, disfruta yendo al Campo Grande para dar de comer a los cisnes. “Voy a darles de comer. He puesto nombre a cada uno. Les llamo y me reconocen. También me reconforta mucho venir a Ajupareva”, confiesa nuestra entrevistada.
Esta vallisoletana está a la espera de juicio, como ella misma confiesa en declaraciones a EL ESPAÑOL de Castilla y León, por sustraer joyas valoradas en 14.000 euros que después vendía para gastárselo en las tragaperras. Charlamos con ella en la siguiente entrevista:
P.- ¿Quién es María Fernanda?
R.- Soy una persona a la que le gusta mucho ayudar a la gente. Desde que he nacido. Mi madre lo hacía. No me gusta mucho hablar con los demás. Soy tímida. Sí que disfruto hablando con las personas mayores. Yo digo siempre que aprendemos mucho de ellos.
P.- ¿Cómo recuerda su infancia?
R.- Empecé a trabajar a los 14 años en San Sebastián. Fui interna con un médico que se llamaba Santiago Cárdenas. En aquellos años era menor de edad. Además, con diez años ya estuve cuidando al hijo del zapatero de Cabezón de Pisuerga. Yo era una niña y él también. Estuve vendimiando antes de irme a San Sebastián y después volví.
P.- ¿Por qué vuelve?
R.- Se murió mi madre cuando tenía 16 años. Al ser la más pequeña tuve que volver para estar con mi padre. Al año, nos quitaron el luto de mi madre y me fui a Madrid a trabajar. He estado 30 años allí. Ahí fue cuando empecé a jugar a las tragaperras.
P.- ¿Dónde?
R.- Recuerdo que entré en una cafetería de Sol, en Madrid. Lo hice para tomarme una manzanilla. Vi a un señor que estaba en una máquina y me llamó la atención. Eché el dinero que me devolvieron de mi consumición y me salió un premio de 50.000 pesetas que en aquellos años era un dinero. Yo pensaba: “He ganado en un día lo que me dan por estar interna un mes”. Me picó el gusanillo, aunque solo podía jugar cuando estaba de descanso ya que allí trabajaba las labores de casa con un matrimonio y dos hijos.
[La vida de un ludópata once años después: “Eché mi última Bonoloto un 14 de febrero”]
P.- ¿Y luego qué?
R.- He tenido muchos vaivenes. A los 23 años me quedé embarazada de mi hijo en Madrid. Su padre era de Santibáñez de Vidriales, en la provincia de Zamora. Cumplió con el servicio militar en Alicante. Al venir de allí a Móstoles tuvo un accidente y murió en el acto. Mi hijo no había nacido aún. Di a luz el 12 de septiembre. Estuve allí hasta que mi hijo tenía tres años. Después encontré un piso en Móstoles con otra chica hasta que conocí a otro hombre y sufrí malos tratos durante seis años.
P.- ¿Y vuelve a Valladolid?
R.- Tras esto vuelvo a Valladolid en el año 1995. Llegué aquí el 17 de mayo de ese año y en octubre me mandaron una carta del paro del Ayuntamiento. Era para un puesto del consistorio de barrendera. Empecé a trabajar en octubre en la limpieza hasta el año 2003. Después me vuelvo a ir pero tengo que regresar en el año 2012 por el fallecimiento de mi hermana el 15 de diciembre. Lo he pasado muy mal.
P.- ¿Cuándo comienza a robar joyas para venderlas y jugar a las tragaperras?
R.- En septiembre del año 2021, la chica con la que compartía piso trabajaba en las limpiezas y me animó a presentarme para trabajar en su empresa. Nada más entrar me dieron seis casas. Recuerdo ver, cuando iba a hacer la cama del dormitorio del matrimonio, una bandeja de plata con muchas joyas encima de la cómoda. Llevaba con el mono de no poder jugar a las tragaperras todo lo que quería mucho tiempo. El primer día no cogí nada, pero luego sí. En las seis casas veía lo mismo. Yo cogía unas joyas, las vendía y me iba a jugar. Esto hasta el 22 de febrero del 2022, que me detuvieron. De septiembre del 21 a febrero del 22 cogía, cada vez más. No sé lo que me pasó. No podía parar y cada vez cogía más.
P.- Desde Madrid, que jugó por primera vez, hasta tener que coger joyas ajenas para venderlas y jugar.
R.- Exactamente. Jamás he pedido créditos ni nada. Me jugaba lo del mes que conseguía vendiendo las joyas y ya está. Conseguí 14.000 euros en tres meses. Cuando el doctor Bombín me hizo la primera entrevista al llegar a Ajupareva me dijo que para llegar a esa cantidad tenían que ser joyas muy buenas. Salía del sitio en el que vendía las joyas y me iba al salón de juego.
P.- ¿Alguien más en su familia problemas de esta índole?
R.- Mi padre era un jugador de cartas empedernido. De pequeña recuerdo que mi hermana y yo, los domingos, subíamos a Cabezón de Pisuerga. A pesar de nacer en Zaratán con ocho meses vivíamos ya en Cabezón. Subíamos al bar y mi padre tenía un montón de dinero. Hizo un gran desfalco. En la última entrevista con el doctor Bombín, tras contarle esto, me dijo que tenía todas las papeletas de caer en el juego yo también. Él se lo gastaba todo en juego. Yo, igual.
P.- Si pudiera dar marcha atrás, ¿Volvería a hacer lo que hizo?
R.- Quita, quita. Me he intentado suicidar en tres ocasiones este año. Me he encontrado con la persona a la que le quité las joyas dos veces. No ha sido fácil por todo lo que me dijo. Me acuerdo de que, el 22 de febrero del año pasado salía de casa y la Policía me detuvo. Me agarraron del brazo, me subieron al coche, y me llevaron al calabozo. Al día siguiente me llevaron al Juzgado. El juez me preguntó y asumí que lo había hecho. Me dijeron que faltaban joyas. Yo dije que todas las que había cogido las había vendido posteriormente. También me comentaron que una señora decía que le había forzado la caja fuerte, le había sacado la cartilla y robado 2.000 euros. Yo lo único que había robado eran joyas. Nada más.
P.- ¿Cuándo queda en libertad?
R.- Me soltaron el 23 de febrero del año pasado. Subiendo la cuesta del Juzgado pensaba en el porqué de haber hecho esto. Me di cuenta de que algo me pasaba y que necesitaba ayuda.
P.- Ahí ve que ha tocado fondo…
R.- Exacto. Fue el 23 de febrero. Recuerdo cómo me duchaba cuando llegué a casa. Al día siguiente, cuando me levanté, no sabía si tenía que ir al médico, a los servicios sociales del Ayuntamiento… Fui a Juan de Austria y me dio el nombre de dos asociaciones para que me ayudaran. Llamé a Ajupareva y me lo cogió Ángel. Me dijo que a las 10.00 del día siguiente estuviera allí para comenzar con la terapia.
P.- ¿Se hacía muchas preguntas?
R.- Sí. Y, sobre todo, está el sentimiento de culpabilidad. El preguntarse: por qué he hecho esto.
P.- ¿Cómo fueron las primeras sesiones en Ajupareva?
R.- Callada y llorando todo el día. Se pasa muy mal.
P.- Ahí ya no tenía ese mono de jugar…
R.- Qué va. Fue subir de la cuesta del Juzgado y se me quitaron las ganas de jugar. Me dolía pensar en lo que había hecho. He pensado en quitarme de en medio en esta vida. No veía que tuviera importancia que estuviera aquí.
P.- ¿Y su familia?
R.- Mi hijo venía todos los fines de semana a casa, a comer. Desde Ajupareva me aconsejaban que se lo dijera, pero yo no quería hasta que se resolviera el tema del juicio. Él no sabía nada. El 1 de mayo se lo confesé. Él se levantó del sofá y me dijo: “Encima de tener una madre que es adicta al juego, ladrona”. Desde entonces no he vuelto a saber nada de él.
P.- Otro palo.
R.- Por esto, también, intenté en tres ocasiones acabar con mi vida.
P.- ¿Deudas tiene alguna?
R.- Ninguna. De lo único que estoy pendiente es del tema del juicio por las joyas.
P.- ¿Cómo ve la labor de Ajupareva?
R.- Sin ellos no saldríamos adelante. Sin ellos no habría salido y ya no estaría en este mundo. La psicóloga, la asistenta social… todos hacen una labor encomiable.
P.- ¿Cómo está ahora?
R.- Quitando que estoy pendiente del juicio, mejor. Desde Ajupareva han estado muy pendientes de mí. Se creó un grupo de WhatsApp, también, que anima mucho. Con ganas de seguir adelante. Hay que luchar y ser fuerte. En verano, limpiando el jardín de aquí, he estado muy bien y muy feliz. Venía todos los días por las mañanas. En las vacaciones de Navidad, sin terapia, lo he pasado mal. El apoyo que encuentras aquí es único.