Hasta hace menos de 60 años la Semana Santa vallisoletana contaba con una ya desaparecida celebración que disfrutaban niños y mayores: la Feria del Sudario. Se trataba de una tradición centenaria vinculada a una leyenda milagrosa, que se celebraba en la Pascua de Resurrección, y que congregaba a miles de vallisoletanos deseosos de celebrar el final de las restricciones y el rigor de la Cuaresma.
El origen de la celebración se encontraba en la devoción hacia la supuesta reliquia de un sudario que se encontraba en el ya extinto Convento de Nuestra Señora de la Laura, situado al lado del Campo Grande, junto a la actual Plaza de Colón. En concreto, se trataba de una copia pictórica de la Sábana Santa de Turín fruto de la donación del patrimonio de María de Toledo y Colonna, fundadora del mismo a principios del siglo XVII.
Desde un inicio, a la pintura se le comenzaron a atribuir poderes sobrenaturales y se fue extendiendo la leyenda entre la población de la ciudad. En torno a esta reliquia, comenzó a celebrarse como tradición una romería de tres días de duración que daba comienzo el domingo de Resurrección. Se trataba de una romería cargada de simbología religiosa pero también con carácter festivo y que se convirtió en el colofón final de las jornadas de la Pasión vallisoletana.
Con esta romería se daba por finalizada la Cuaresma, con sus correspondentes restricciones, por lo que congregaba a gran parte de la población vallisoletana deseosa de festejar y celebrar. La romería, de esa manera, terminó desembocando en una auténtica feria ya que en los alrededores del conveno de Nuestra Señora de la Laura, que albergaba la supuesta reliquia, comenzaron a instalarse puestos de venta de diferentes productos, alimentos y bebidas de todo tipo.
Una de las fiestas más arraigadas de la ciudad
La celebración de la Feria del Sudario se fue extendiendo a lo largo de todo el Paseo de Filipinos, a lo largo del cual se iban instalando todo tipo de casetas y tenderetes, convirtiéndose en el siglo XVIII en una de las fiestas más arraigadas y esperadas de la ciudad y en una jornada de celebración para mayores y pequeños, con todo tipo de actividades lúdicas. Con todo, en la segunda mitad del siglo XIX la Feria sufriría un periodo de decadencia.
Sería a partir del año 1920 cuando la Feria del Sudario se revitalizaría de nuevo gracias a la labor de Remigio Gandásegui, por entonces arzobispo de Valladolid, que recuperaría las celebraciones de Semana Santa en la ciudad, con la fundación de 13 nuevas cofradías que se unieron a las seis históricas que ya existían. En ese contexto, la Feria del Sudario, como celebración popular, recuperó todo su esplendor.
El Paseo de Filipinos se veía inundado cada Pascua de Resurrección de puestos de comerciantes de todo tipo de productos de artesanía o alfarería, de bebidas, dulces o churros, entre otros alimentos. Además, se instalaron carruseles como balancines o tiovivos y gran cantidad de puestos de juguetes, en una celebración que cada vez estaba más orientada al público infantil.
Con los años, este despliegue de puestos y carruseles se extendería al paseo central del Campo Grande, y allí se celebró este festejo hasta entrada la década de los años 60, cuando la Feria del Sudario terminó por desaparecer. Se ponía punto final así a la celebración que cerraba las jornadas de la Pasión cada año en Valladolid.
En la actualidad, la reliquia se encuentra custodiada en el convento de Porta Coeli, en la vallisoletana calle de Teresa Gil, a la vista de aquellos que aún mantienen el interés en venerar una representación que en su momento congregó a miles de personas en las calles de la ciudad el último día de Semana Santa. Y parece escucharse el eco del rumor de aquellos niños que correteaban entre los puestos de juguetes y chucherías en una de tantas tradiciones perdidas por el paso del tiempo.