Desde un tiempo a esta parte tengo la buena costumbre de ir a los toros a divertirme, a pasarlo bien, aunque la película (léase la corrida del día sea un tostón). Ya no tengo edad para criticar, y menos a un torero que se juega la vida.
Me gusta mezclarme con el público del graderío, conocer lo que dice, su opinión, sus gestos, sus comentarios, -algunos dispares-, pero sirven para calibrar a las buenas gentes, aficionados o no, que pagan su entrada religiosamente, aunque sea un sacrilegio el esfuerzo que tienen que hacer para presenciar un festejo taurino.
Y esta tarde, en la corrida de relumbrón de la feria, me subí, con mi amigo Javi Martín, al graderío. Él tenía su pase de palco y yo de callejón, pero buscamos acomodo, con el permiso del personal de la plaza, y nos colocamos como “clandestinos” en una de las gradas de sombra. Fue una auténtica gozada.
Mezclados entre el público de la grada, o del tendido, se ven los toros de otra forma. Nosotros, los críticos taurinos sabiondos, nos la envainamos cuando oímos al que paga su abono o su entrada decir las verdades del barquero, como decía una pareja de jóvenes: “No entendemos como en un mano a mano de una máxima figura del toreo, con otra en ciernes, no haya habido ni un quite”. Y llevaban más razón que un santo.
O cuando ves a mi vecino Jesús y su amigo con un “bar clandestino”, como nosotros; provistos de sus “trastos de beber” con ginebra de la cara y te invitan a un gintonic. O das con gente tan agradable que llegan de Santander o de Madrid, o vete a saber de dónde, y haces hebra con ellos sin decir que eres crítico taurino, -ni falta que hace- pero que te abre los ojos porque ellos pagan su entrada y tienen derecho a gritar o a aplaudir, dependiendo de lo que se esté cociendo en el albero.
O te encuentras con el personal de plaza, gente encantadora como Marta e Iván y te lías a hablar de toros con ellos con la pasión que suscita el mundo del toro, (Iván es primo carnal de Mario Campillo). O das con un tipo bien vestido, con un veguero cubano en la boca y con un vodka con naranja en la mano; y mi amigo Javi, que se enrolla un montón, se hace amigo y me dice: “Santos, haznos una foto y sácanos en el periódico”. ¿”Ah, pero sois periodistas, y dónde saldremos”? contesta el rubicundo e inesperado amigo. “En El Español -dice Javi Martín- que mi amigo Santos suele escribir de toros y de gastronomía”. “Venga, pues tomaros un cubata a mi cuenta”. En fin…
Con el llenazo de esta tarde en el coso del Paseo de Zorrilla, -enhorabuena a la empresa porque hacía muchos, muchos años, que no se veía un lleno a rebosar en esta plaza tan emblemática y tan querida por el que esto escribe- los coletudos debían haberse estirado un poco más ante los victorinos, algunos descafeinados y otros de puerta grande. Sobre todo en los quites.
Pero lo cierto es que no hubo competencia entre ambos toreros. El Juli porque se va y De Justo porque le tiene demasiado respeto a un figurón de época, que en la tarde de hoy recibió un homenaje de la empresa por sus 25 años de mandón del toreo.
Y luego las espadas. Ay, los aceros… Cómo recordará esta tarde Emilio de Justo al sexto Victorino, que hubiera sido de triunfo grande si no llega a estar tan fallón. Pero las cosas del toro son así.
Y mientras, un Juli pletórico salía por la puerta grande cuando el cielo de Pucela se teñía de noche oscura. Prometo volver de vez en cuando a la grada. Mucho mejor y más divertido que en el callejón.
P. D. Mañana habrá amplia crónica de nuestro colaborador Curro Leyes y galería de Natalia Calvo