A mediados del s. XV nació en Medina del Campo una Bobadilla más, de nombre Beatriz, igual que su tía segunda, que fue camarera mayor y amiga personal de la reina católica y Marquesa de Moya. Los Bobadilla eran familia de larga tradición en la Corte. Tía y sobrina coincidían mucho por los pasillos de palacio, y para distinguir a la más joven, la apodaron La Cazadora, por ser su padre cazador mayor del rey Fernando.
Beatriz era una joven de gran belleza, dama de compañía de la reina, y eso la ponía en ocasiones cerca del propio rey, quien mostraba buenas atenciones hacia ella, liberando los celos de la reina… En ese tiempo, Hernán Peraza ‘el Joven’, señor de La Gomera y El Hierro, se encontraba en la Corte acusado de la extraña muerte de un capitán en sus islas. La hábil reina Isabel, obligó a Peraza a casarse con Beatriz si quería ser perdonado por el crimen. Así ganaban todos: Peraza de vuelta a su casa con la indulgencia y con una belleza de esposa; Beatriz con medio millón de maravedíes que le fueron dados por su boda; y la reina, con la muchacha alejada de los ojos del rey.
La nueva pareja se instaló en San Sebastián de la Gomera, y mientras él se dedicó a colonizar islas, ella criaba a sus dos hijos. Y así pasaron unos años de relativa “tranquilidad” hasta que, en 1488, Peraza rompe el pacto existente desde hacía años con los aborígenes gomeros. Según este acuerdo, las relaciones entre europeos y gomeros debían ser de hermanamiento, pero Peraza lo concebía más como puro vasallaje y empezó a maltratarlos, a expropiarlos, a imponerles abusivos impuestos, a vejar mujeres…
Ese mismo año, Hernán mantuvo relaciones con Yballa, una muchacha de nobles raíces aborígenes, que, según el pacto mencionado, sería ‘hermana’ de su mismo clan. Ante tan ilícita afrenta, Hautacuperche, pariente de Yballa, fue en su busca para arrestarlo, pero una vez lo encontró, pensó en caliente y decidió atravesarlo con su lanza. Se inició así la “Rebelión de los Gomeros”, que tuvieron en vilo por un tiempo a la población española de la isla y obligaron a Beatriz de Bobadilla a refugiarse en la Torre de San Sebastian.
Desde allí, la señora llamó a Pedro de Vera, gobernador de Gran Canaria, para que ayudara a poner fin a tal cerco. Éste desembarcó rápidamente con cuatro centenares de hombres y puso fin al levantamiento, huyendo muchos de los gomeros a refugiarse en las escarpadas montañas de la isla. Entonces, se ordenó a todos los nativos que bajaran sin miedo de sus guaridas y acudieran de buena fe a la iglesia para el funeral de Peraza, o de lo contrario, serían acusados de traidores y cómplices de asesinato. Engañados por esas palabras, muchos acudieron a la misa y fueron apresados.
La Cazadora ordenó la ejecución indiscriminada de todos los hombres mayores de quince años. Alrededor de medio millar de gomeros varones fueron estrangulados o empalados y arrojados al mar. Tras aquella escabechina, Beatriz y el gobernador vendieron como esclavos a todas las mujeres y varones jóvenes. En total, doscientas cuarenta personas.
Espantado antes tales hechos, Miguel López de la Serna, un franciscano que en ese momento era obispo de esa diócesis, se opuso a esa venta ilegal de seres humanos, amenazando a Pedro de Vera con la excomunión y con la denuncia ante los Reyes Católicos. El gobernador devolvió la intimidación: “Mucho os desmandáis contra mí. Callad, que os haré poner un casco ardiendo sobre la corona, si mucho habláis”
Los monarcas ordenaron investigar el paradero de dichos cautivos y proceder a su liberación. Gracias a la insistencia del prelado, doscientos gomeros recuperaron la libertad. Incluso la propia Reina llamó a la Corte a Pedro de Vera y a Beatriz para rendir cuentas. El resultado fue que el gobernador perdió su cargo, y ambos fueron multados con un millón de maravedíes, a pagar a medias, para costear el rescate de los gomeros vendidos.
Tras ese trance, Beatriz regresa a La Gomera. La Cazadora pudo haber conocido a Colón en la Corte en 1491, cuando ella estaba en alguno de sus juicios. El caso es que la mujer ejerció de anfitriona del genovés en las parades que el marinero realizó en la isla en 1492, 1493 y 1498. Pero ¿por qué insistía Colón en hacer parada en La Gomera estando Gran Canaria ya conquistada del todo? ¿Tan bella era Beatriz?
No hay pruebas de que existiera una relación amorosa entre ellos, pero hay extrañezas que dan que pensar: en la primera parada, la carabela ‘Pinta’ se averió frente a Gran Canaria, y durante los arreglos, el almirante visitó San Sebastian de La Gomera con alguna excusa… En la segunda parada, organizó Colón algunos homenajes en honor a la señora de la isla… Y en la tercera parada, como ella estaba casada en segundas nupcias, Colón casi ni bajó del barco…
Beatriz se había casado en el verano de 1498 con el gobernador de La Palma y Tenerife, Alonso Fernández de Lugo, el hombre más rico y poderoso del archipiélago y, por tanto, ella era señora de las Islas. De hecho, se trasladaron a vivir a Tenerife, y durante las ausencias de él, era ella quien gobernaba.
Pero Beatriz no había aprendido la lección y seguía con sus acciones violentas. Su proceso judicial en la Corte, iniciado en 1490, lejos de acortarse, se iba alargando, hasta más de una década. A eso había que añadir que la familia de su primer marido la amenazaba con revocarle el mayorazgo de Canarias y le intentaban quitar la custodia de sus hijos. Todos esos problemas la fueron desgastando mentalmente hasta el punto de emparanoiarse.
En 1504, visitó Medina del Campo, su ciudad natal, para responder por sus acciones como gobernadora sustituta de Tenerife en los años anteriores, cómo no… y no regresó. Un mes antes de fallecer la reina Isabel encontraron a Beatriz muerta en su cama. Pero nunca fue juzgada.