Corría el siglo XV en Valladolid. La ciudad del Pisuerga se abastecía de las aguas que recogían en el río de mismo nombre, en los pozos de los conventos, palacios y los denominados 'pozos de nieve', una especie de bodegas donde se almacenaba la nieve para la conserva de los alimentos. La recogían los aguaderos que luego la ponían a la venta en la calle.
Una forma rudimentaria de abastecerse que, lógicamente, con el paso del tiempo y el crecimiento de la población, iba quedándose atrás. Sin embargo, el 24 de diciembre de 1583, hace 440 años, Felipe II aprobó la concesión de 28.000 ducados, que se sufragarían con los ingresos de las sisas del vino y la carne, para la construcción de una gran obra hidráulica que cambiaría la manera de consumir el agua en Valladolid.
Un hito que se recuerda en la publicación 'Tal día como hoy. Calendario histórico de Valladolid', obra de Roberto Delgado y editado por el Ayuntamiento de la ciudad. Todo ello tiene su origen, eso sí, en 1440, cuando Juan II de Castilla y Léon donó unos terrenos en el denominado pago de Argales al Monasterio San Benito el Real.
Fue esta comunidad la que proyectó la creación de una casa de recreo y traer el agua desde el manantial de la finca hasta el convento que se ubicaba en la ciudad de Valladolid, con el objetivo de dotar a la población de un agua de calidad.
Durante el siglo XV se levantaron dos conducciones de agua. Una que se hizo elevada con caños de barro cocido y madera de pino, que transcurría desde el manantial de la finca de Argales hasta el propio convento de San Benito. La otra se fabricó desde una finca cercana a Argales, denominada la Huerta de las Marinas, hasta un lavadero y fuente próxima a la Puerta del Campo, lo que hoy en día es el cruce de la calle Santiago con Claudio Moyano.
El agua llegó, por primera vez, al monasterio de San Benito en 1443. Sin embargo, toda esta obra no era suficiente para suministrar a los más de 40.000 habitantes que por aquel entonces había a mediados del siglo XVI, además de que la salubridad de la misma no era óptima.
Por eso, y las epidemias que azotaron a la ciudad, llevaron a Felipe II en 1583 a lograr un acuerdo con el Ayuntamiento y el convento de San Benito para juntar fuerzas para levantar esta gran obra hidráulica que abasteciera a la ciudad de agua de calidad.
El 24 de diciembre del citado año se concedió la facultad de sufragar los gastos mencionados anteriormente. Seguidamente, distintos proyectos se redactaron en 1585, con la supervisión de Felipe II, por parte de los ingenieros de la Corte gonzalo de la Bárcena, Benito Morales y Francisco Moltalbán.
No obstante y ante la relevancia de la obra, se pidieron nuevos proyectos a Juan de Herrera, que fueron los que finalmente se llevaron a cabo. En las obras participaron los arquitectos Juan de Nates, Alonso de Tolos, Francisco de Praves y Diego de Praves, siendo este último el autor del arca municipal.
Fue un año más tarde, en 1586, cuando el convento de San Benito otorgó al Consistorio los derechos para traer el agua de Argales hasta la ciudad, pero con la condición de que fuera el Ayuntamiento quien pagase las obras y que llegase a su convento.
El conducto que se levantó desde Argales hasta el convento medía más o menos cinco kilómetros, formado por 33 arcas distintas en formato y tamaños, unidas por un conducto de piedra que estaba enterrado. Eran estos elementos los que se encargaban de recoger las aguas, acabar con las impurezas, regular el caudal que se transportaba y salvar los desniveles.
Del total, 27 se encontraban a las afueras de la ciudad y a día de hoy se conservan 14. Finalmente, el agua llegó a la ciudad en 1603, pero no se utilizó en las fuentes hasta el 1621, una vez se dieron por finalizadas las obras.
Llegó a algunas casas nobles, como es el caso de Las Aldabas, en la calle Teresa Gil, o a los conventos como el de San Francisco o La Laura, entre otros. Con el paso del tiempo, la red se fue ampliando, con la incorporación de nuevas fuentes.
Llegados al siglo XIX, cuando se construyó el canal que unió el río Duero y el Pisuerga, las arcas reales se convirtieron en la fuente principal de abastecimiento de agua de Valladolid. Posteriormente se realizó el Canal de Castilla, dando una cobertura de abastecimiento suficiente a toda la ciudad.
La conducción de Argales funcionó hasta el siglo XX, abasteciendo de agua a la Fuente Dorada y a las de las calles de la Estación, Caño Argales, la plaza de la Rinconada o la del Campo Grande. Finalmente, en 1974 se cerró el manantial tras la orden de la Jefatura Provincial de Sanidad tras declarar el agua no potable.
Sin embargo, en 1999 se inició la rehabilitación de las arcas y sus alrededores, bajo el proyecto del arquitecto Javier Blanco Martín, con el objetivo de rcuperar la canalización y crear un llamado 'corredor verde', con árboles autóctonos a los laterales.
El proyecto, que costó más de un millón de euros al Ayuntamiento de Valladolid, se dio por finalizado en 2003, hace ya dos décadas.