Fue uno de los puntos negros de la historia reciente de Valladolid. En sus inicios, la idea primera fue el realojo transitorio de las familias chabolistas de San Isidro, en Pajarillos Altos, en un intento de propiciar su integración social en la ciudad. Las llaves de los chalets adosados levantados en aquel solar fueron entregadas a los futuros moradores un 12 de enero de 1979. Este nuevo asentamiento de la ciudad recibió el nombre de Barrio La Esperanza.
Sin embargo, su trayectoria, de poco más de dos décadas, acabó desembocando en un poblado y un alijo de delincuencia y sustancias estupefacientes. Fue considerado el mercado de la droga del noroeste de España y, por ende, de Valladolid. Un nido de delincuencia y marginación que supuso una pesadilla para la urbe durante años. El 17 de enero de 2003, hoy justo hace 21 años, se derribó la última vivienda en pie, poniendo punto final a una época para el olvido.
La Esperanza surgió a raíz del intento de dar una segunda oportunidad a las familias de San Isidro, en su mayoría de etnia gitana, provenientes del medio rural y otras de carácter itinerante. La idea era derruir este antiguo asentamiento chabolista, lleno de suciedad y condiciones infrahumanas, tras el realojo de las familias.
Los chalets adosados de nueva construcción y bajo los beneficios del Ministerio prometían ser el cambio de rumbo a la marginación de un núcleo poblacional que había desembocado en la droga y la delincuencia. Se construyeron parques, zonas verdes y una guardería. El Ayuntamiento puso a disposición de los vecinos distintos servicios sociales para el correcto uso de las viviendas y su integración y relación con los ciudadanos que ya vivían por las zonas aledañas.
La medida tenía un carácter provisional y transitorio y el objetivo era reubicar a las familias gitanas en un periodo de poco más de una década. Durante los años 80, La Esperanza fue deteriorando sus condiciones, llegando a convertirse en los 90 en un auténtico infierno dentro de la ciudad de Valladolid. Más de 600 personas se encontraban hacinadas en viviendas que perdieron todo su esplendor.
Era en aquellos años, los 90, cuando los moradores de La Esperanza, tras un proceso de integración, serían realojados en nuevos puntos. Sin embargo, su deterioro previo y un auge de la actividad delictiva en aquella década, acabó con el desentendimiento de la situación por partes de las administraciones, quedando completamente huérfanas las inversiones en este lugar y las familias abandonadas a su suerte.
La situación llegaba hasta tal punto, que los taxistas incluso rechazaban los traslados a pasajeros que tuvieran como destino algún punto cercano al gueto de La Esperanza. El poblado tornó en un nido de delincuencia y droga, que destacó no solo a nivel local, si no en todo el noroeste de la Península Ibérica e incluso España en su conjunto.
Los peores años de La Esperanza llegaron en los 90. Incluso se construyeron túneles bajo los edificios para el traspaso de la droga a espaldas de la policía. Un entramado criminal que convirtió a este barrio vallisoletano en el más absoluto suburbio. Con las Administraciones públicas haciendo oídos sordos, no fue hasta entrado el siglo XXI cuando se decidió actuar aquí.
Javier León de la Riva llegó al Ayuntamiento de Valladolid en 1995. Tras unos pocos años, abocados por la presión vecinal y la opinión pública, el alcalde del PP decidió tomar cartas en el asunto y acabar con este gueto marginal que durante más de dos décadas azotó la seguridad de la ciudad.
Bajo bajo su mandato, finalmente el 17 de enero de 2003 se procedió al derribo del último edificio, ya deshabitado unos meses antes, de este desgraciadamente famoso poblado. El mismo se llevó ante la atenta mirada de centenares de vallisoletanos y el propio alcalde y concejales de la Corporación Municipal, en un acto que puso punto final a una medida supuso un indudable fallo garrafal y que se convirtió en todo lo contrario para lo que fue concebido.
Las familias que allí vivieron fueron realojadas en otros puntos de la ciudad, dejando atrás aquellos años de delincuencia y droga, y 'La Esperanza' ya pasó a formar parte de una historia negra de una Valladolid que por fin respiraba tranquila.