Valladolid se ha convertido en todo un referente para la gastronomía nacional. La ciudad del Pisuerga es el centro de concursos internacionales de pinchos y sus chefs tienen cada día una mayor relevancia. Ahora bien, para conocer dónde vamos hay que saber primero lo que fuimos. Estamos tan orgullosos de quienes somos, que no tenemos que olvidar quienes fuimos. Aquí juega un papel muy importante la restauración de los años 80, punto de partida para que Valladolid diera su salto en España.
En esa época comienza a ponerse de moda lo de ir a comer de tapas al centro de la ciudad con nombres míticos como el Zamora, la Tasquita, La Sepia, La Parrilla de San Lorenzo, La Criolla o La Mina, ponen de moda en el centro de Valladolid ir de tapas. Comienzan a verse barras llenas de espléndidos y sugerentes pinchos. En este caso nosotros nos paramos en la mítica La Mina que fue abierta allá por 1977. Un local que se convirtió en la década de los 90 en un fijo para los vallisoletanos, los que venían de los pueblos y los turistas que cada vez iban siendo más en esta ciudad porque sabían que “se comía bien” gracias a sus tablas, canapés y raciones. La calle Correos era en esa época la 'milla de oro' del tapeo vallisoletano.
Pues bien, años después La Mina ha resurgido de sus cenizas, de aquella calle Correos,7, y ha abierto de nuevo sus puertas desde hace unos meses. En este caso lo hace en la Plaza Martín Monsó (Coca para los de Pucela), concretamente en lo que era el Belmondo hasta hace uno meses, y lo hace de la mano del grupo Jero, propietarios también del famoso bar Jero Correos, La Terraza de Ro y Gastrobar El Capricho. Además, dentro de unos meses anuncian una sorpresa para la zona de la Catedral. La mítica Mina tiene distinto emplazamiento, pero misma esencia. Porque eso es lo que han querido mantener desde el principio los dos socios, Eduardo Lorenzo y Raúl Blanco. Mantiene el nombre y el añorado escudo tallado de su logo (muy bien restaurado), por lo que la esencia es completa, como se puede comprobar en la puerta de entrada.
Todo el mundo recuerda aquel "¡Al fondo hay sitio!", en esta nueva Mina también lo hay y, aunque salvando las distancias por los nuevos tiempos, también se ha intentado mantener la esencia de la decoración con algunos detalles. Aunque donde más se nota esa entidad es en la carta, con un "gran grupo" de trabajadores profesionales que miman la materia prima y a los clientes.
Una visita a La Mina es volver a saborear esos platos típicos de los vallisoletanos que iban al centro a comer con una barra llena de tapas y pinchos. “Aquí se hace lo mismo desde el champiñón, a las mollejas pasando por el morcón que se hacía allí”, expone Lorenzo a EL ESPAÑOL Noticias de Castilla y León, que reconoce que ante todo se ha querido “mantener el nivel con productos de primera calidad, una elaboración perfecta”. Y es que es sabedor que el nombre de La Mina en Valladolid “supone una gran responsabilidad”.
Los platos favoritos
El que visite La Mina no se puede ir sin probar las clásicas tablas, algo que era un fundamental de su anterior época. Pero hay muchos platos con los que darse un gustazo como el morcón, los alubiones, alcachofas con foie y boletus, las rabas en tempura, “me dicen que son las mejores de la ciudad”, apunta Lorenzo, o un plato que le evoca por completo al pasado: las setas con mollejas. “Valían 1.100 pesetas, que era una pasta de las de entonces, pero era mi plato favorito”, Ahora lo sigue siendo. Todo ello en un ambiente para comer de tapeo, también sentado o para disfrutar en la terraza climatizada.
La respuesta de los pucelanos durante estos primeros meses ha sido tremenda. “La gente está comenzado a saber que hemos vuelto y les está encantado”. Y es que La Mina ha vuelto para quedarse.