Valladolid alberga un sinfín de restaurantes a lo largo y ancho de todas sus calles. Sin embargo, como todas las ciudades, esta también cuenta con unos cuantos que se han convertido en verdaderos reclamos por parte de vecinos, forasteros e incluso famosos por diferentes motivos.
Es el caso de La Criolla, uno de los restaurantes más míticos de la ciudad, con más de cuatro décadas de historia y que destaca, fundamentalmente, por estar concebido como una especie de museo por gran parte de los clientes, debido a los siete salones que lo conforman y que rinden homenaje a los vallisoletanos más ilustres. Y es que, comer en ellos es algo así como comer en la casa de cada una de estas personalidades.
A la cabeza del establecimiento se sitúa, desde sus inicios, Francisco Martínez, quien, en su intento de hacer destacar su restaurante y diferenciarlo del resto, decidió unir la cocina de calidad con el mundo de la cultura, decorando sus comedores con imágenes y pertenencias de ocho famosos vallisoletanos, consideradas verdaderos tesoros.
De este modo, a lo largo de los años, Francisco ha conseguido que La Criolla no solo sea conocida por sus grandes y deliciosas tablas de carne y pescado, sino también por esta original y llamativa iniciativa que atrae la atención de un gran número de clientes año tras año.
El cocinero ha concedido una entrevista a EL ESPAÑOL - Noticias de Castilla y León en la que ha revelado todos los detalles de los mágicos y espectaculares comedores que hacen de este negocio un "restaurante-museo" de lo más preciado.
Según Francisco, la idea de empezar a dedicar sus salones a importantes figuras de la ciudad de Valladolid partió de su interés de hacer del restaurante algo más que un bar: "Me fui haciendo con todos los bajos de dos casas y conseguí siete comedores, entonces pensé que cada comedor podía estar dedicado a un personaje ilustre de Valladolid y empecé comentándoselo a Camino, la hija del novelista Miguel Delibes, un hombre que, aunque tenía fama de serio, tenía mucha ironía y era muy gracioso. Ella se lo dijo a su padre y este accedió, así que ese fue el primero. "En cuatro años ya tenía montadas todas las salas", ha confesado.
El siguiente salón fue para la bailarina y coreógrafa Guillermina Teodosia Martínez Cabrejas, comúnmente conocida como Mariemma. Tras ella, llegó el turno del músico y folclorista Joaquín Díaz que, pese a ser de Zamora, ha vivido gran parte de su vida en la ciudad del Pisuerga. El salón dedicado al artista alberga, además, un pequeño rincón que rinde homenaje a la figura de Juan Antonio Quintana, definido por Francisco Muñoz como "un actor importante".
Después, decidió dedicar otro de sus comedores a la icónica escritora Rosa Chacel, mientras que la siguiente celebridad que recibió este bonito homenaje fue el torero Roberto Domínguez, con quien comparte "un trato exquisito", al que ve "de vez en cuando" y con el que el cocinero se ríe mucho.
El sexto salón fue dedicado a la actriz Lola Herrera, "una delicia de mujer y una mujer muy agradable y simpática"; y el último a la célebre artista Concha Velasco en el año 2015. De ella, el empresario vallisoletano ha destacado lo cariñosa que era.
Todos y cada uno de los salones han sido bautizados con el nombre de la persona a la que va dedicado y exhiben en sus paredes cuadros, fotos, carteles y publicaciones del famoso en cuestión. Ahora bien, todo este material cuenta con un significado que lo hace todavía más especial. Y es que, todo se lo han dado ellos. "Las fotos me las han tenido que regalar. Yo se las pedía y ellos o la familia me las iban trayendo poco a poco".
Pero la cosa no queda ahí. Los salones de La Criolla también albergan "detalles personales" de estos personajes ilustres, también cedidos por ellos mismos al propio Francisco.
Así, tal y como ha confesado, "de Lola tengo el mantón con el que trabajaba en ‘Cinco horas con Mario’; en el Delibes tengo las escopetas con las que cazaba; en el Mariemma, tengo un traje de bailarina con el que ella bailaba y unas zapatillas; en el Roberto Domínguez tengo un capote de paseo y el estoque con el que mató su último toro en Valladolid; con Joaquín Díaz tengo rabeles... de todos tengo algo", ha presumido orgulloso.
Lo cierto es que para Francisco es imposible quedarse con una de las ocho celebridades anteriormente citadas, pues "he tenido muy buena relación con todos". Sin embargo, lamenta profundamente que de todos ellos solo vivan tres, Lola Herrera, Joaquín Díaz y Roberto Domínguez, con los que sigue manteniendo el contacto. "Cuando todos vivían, venían a verme mucho y hemos hecho muchas comidas aquí. Además, todos han asistido a las inauguraciones de sus propios comedores. Les invitaba a ellos, a sus familias y a otros personajes de Valladolid, y les hacíamos una fiesta en su honor. Nos juntábamos en cada fiesta unas 200 personas", ha recordado con nostalgia el cocinero.
De estas fiestas ha revelado que eran "muy familiares", que el objetivo era "que se sintieran cobijados, felices y a gusto" y que en ellas incluso les hacían hasta cantar. "Tengo un recuerdo maravilloso, fueron años fantásticos", ha destacado.
El cocinero habla en pasado porque dichas celebraciones "no se han repetido más allá de las inauguraciones". Si bien es cierto que durante 12 años La Criolla también puso en marcha la concesión del Premio Miguel Delibes al vallisoletano del año, haciendo del encuentro "una fiesta dedicada al vallisoletano premiado" y en la que también se daban cita la mayoría de los citados en este artículo.
De aquellos encuentros tan solo queda un bonito e inolvidable recuerdo. Y es que, aunque, por el momento, Francisco no se plantea retomar aquellas celebraciones, sí contempla la posibilidad de ampliar la ristra de famosos que dan nombre a sus salones. No obstante, dado que es bastante improbable que queden alrededor locales vacíos que poder comprar para aumentar el número de comedores, el empresario asegura que, en caso de continuar con esta bonita iniciativa, no le quedaría más remedio que dividir salones para obtener nuevos espacios.
Sea como fuere, el hecho de que esta idea que ronde por su cabeza se debe, entre otras razones, a la buena acogida que esta ha tenido desde el minuto uno entre su clientela. "Los vallisoletanos presumen de los salones de La Criolla porque se ha convertido en un restaurante-museo y eso para mi es un orgullo. Todos vienen a comer, pero lo primero es enseñarles los salones. Yo soy feliz con esto", ha destacado.
Sin embargo, Francisco también ha confesado su "miedo" por lo que será de La Criolla el día en el que él ya no pueda estar. "De momento no tengo a nadie porque mis hijos no se van a dedicar a esto, pero tengo la esperanza de que el que venga lo conserve", ha reconocido al respecto.