Amarguillos, ciegas, una gran variedad de pastas, guirlaches, tortas de piñón y miel o los típicos y queridos en todo el mundo: mantecados de Portillo. Además de buñuelos, tejas, pasteles, tartas, brazos de gitano o Roscón de Reyes, que también se hacen ahora, con la fecha de San Valentín, el 14 de febrero.

Dulces míticos, y otros más vanguardistas, que se elaboran, de forma artesanal, en la Confitería Garrote que se ubica en la calle Magdalena número 6, no podía haber un nombre mejor y más adecuado de la vía, en la localidad vallisoletana de Arrabal de Portillo, a unos 20 minutos en coche de la capital de provincia, desde el año 1956.

Fue en ese año cuando Victorino Garrote y Rufina San Martín, los padres del actual dueño de la confitería, deciden poner en marcha un negocio que ha endulzado los paladares de media provincia pucelana y de cientos de turistas que se han acercado hasta el mítico establecimiento.

Fue en 1987 cuando Carlos Garrote y su hermano Julio cogieron el testigo de Victorino para continuar con el negocio familiar. Desde entonces, se mejoraron las instalaciones con el fin de contar con un obrados más cómodo y adaptado a los tiempos que corren. Una labor que se vio recompensada con el galardón de ‘Empresa Artesana Alimentaría’ por Industrias Agrarias de la Consejería de Agricultura de la Junta de Castilla y León.

Carlos y Julio en la Fiesta de la Artesanía de Portillo Fotografía cedida a EL ESPAÑOL de Castilla y León

En 2016, Julio se jubilará y al frente se quedará, en solitario y con la ayuda de su mujer, Carlos que ha seguido mostrando el compromiso por lo artesanal consiguiendo una marca registrada con Confitería Garrote.

Sin embargo, como Carlos confiesa en declaraciones a EL ESPAÑOL de Castilla y León, el final de Confitería Garrote parece cerca. En agosto de este año se jubilará y tendrá que cerrar las puertas de un negocio único y mítico en la provincia de Valladolid.

Una historia brillante

“Me considero una persona sencilla, comunicativa y solidaria. Llevo toda la vida en Arrabal de Portillo. He nacido aquí y, prácticamente, no me he movido de la casa en la que nací durante todos mis años vitales”, asegura orgulloso Carlos, recordando su infancia y trasladándose a tiempos, que como dice el refrán, fueron mejores.

Carlos Martín Garrote tiene 64 años en la actualidad. Son cuatro menos que los 68 con los que cuenta una confitería que sus padres pusieron en marcha, primero como panadería, allá por 1956. Nuestro entrevistado confiesa que hace años la vida en el pueblo “era muy diferente”. Todos se comportaban “como familia” y “había una mayor generosidad” en algo que hoy, defiende, “se ha perdido”.

“Mis padres abrieron este local en el año 1956. Al principio se trataba de una panadería, pero pronto se lanzaron a la elaboración de dulces, de mantecados de Portillo, de pastas y surtidos de varias clases. Hemos mantenido el obrador en el mismo espacio durante todo este tiempo”, añade nuestro protagonista.

Fue en 1987 cuando Carlos tomará las riendas del negocio familiar con Julio, su hermano, que se jubilaría en el año 2016. Nuestro entrevistado afronta los últimos meses antes de que él también cuelgue el mandil.

El obrador de Confitería Garrote Fotografía cedida a EL ESPAÑOL de Castilla y León

Productos artesanos para chuparse los dedos con mención especial al mantecado de Portillo

“A lo largo de todos estos años he sido un emprendedor que ha intentado respetar, siempre, lo tradicional con el mejor sabor de los mantecados de Portillo y las pastas de siempre. Sin embargo, siempre hay que introducir algo vanguardista a la oferta para renovarse. Los bombones, esos roscones de San Valentín o las tartas, con especial mención para la que lleva mousse de mantecado de Portillo son un ejemplo”, explica Carlos.

Dulces tradicionales, repostería con toda su dulzura… calidad, sabor y mucho esmero, cariño y dedicación. La de Carlos, y la de su mujer, Nuria Gascón, que apoya a su marido siempre, y que le ayuda en todo lo que puede a sacar la producción adelante. Porque si no existe dicha producción, elaborada de forma artesana, no hay beneficio y si no hay beneficio, no se puede vivir.

El cliente está encantado. Lógicamente, lo que más se llevan son los mantecados de Portillo, aunque durante estas fechas también compran los roscones de San Valentín que son como los de Reyes, pero con forma de corazón. Una delicia”, explica Carlos.

Confitería Garrote Fotografía cedida a EL ESPAÑOL de Castilla y León

La jubilación y el fin de una bonita historia

En agosto me jubilo y en principio, salvo sorpresa, Confitería Garrote cerrará sus puertas y diremos adiós a años y años de historia. Me da pena porque he vivido entre harina una esclavitud de gozo, pero la vida sigue”, añade el propietario actual de un lugar que parece que bajará su persiana en breve y para siempre.

Sus dos hijos, uno ingeniero informático y la otra ingeniera de diseño industrial no cogerán el relevo. Uno de los motivos que hacen que negocios míticos, con decenas de años de historia como este, tengan que cerrar. La falta de apoyo institucional es la segunda de las principales razones.

“Cuando me jubile, quiero disfrutar de mis hobbies y mis distracciones. Podría decir que no conozco la Navidad si no es bajo techo. Quiero disfrutarla como los demás. Me hubiera gustado trabajar para vivir y no vivir para trabajar”, finaliza Carlos.

La provincia de Valladolid llorará el adiós de la Confitería Garrote, pero nuestro protagonista ya merece un buen descanso.

 

 

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