Todas, o casi todas las ciudades, tienen sus secretos, sus rincones ocultos; esos espacios que las otorgan de un halo especial. Lo que suele ocurrir, en la mayoría de los casos, es que quien las habita, quien pasea por sus calles a diario, no es conocedor de aquellos lugares o historias o, aunque los conozcan, lo le otorgan la importancia que deberían.
Eso ocurre en Valladolid y más concretamente con el río Pisuerga. Vallisoletano o no, es un paseo obligado para todo el mundo y objeto de miles de fotografías. Cientos de deportistas pasean por sus orillas, al igual que decenas de vehículos cruzan por sus puentes. A ojos de todo el mundo es un río que cruza la ciudad; un río importante, pero si bajamos un poco más descubriremos que oculta muchos secretos.
Para ello hay que recorrerlo a pie de agua, tranquilamente, en una piragua o en una zodiac por ejemplo, casi rozando sus frescas aguas. Porque desde esa posición se ve otro Valladolid. Un Valladolid que no parece Valladolid, porque casi desaparece entre los árboles; un Valladolid en silencio.
Desde esa nueva perspectiva los atascos en los puentes no tienen importancia, incluso la gente que sale a los balcones de sus casas parecen muy lejanas. El aire da en la cara, la desconexión de la vorágine del día a día aparece y puedes conectar con la naturaleza.
Ese pulmón verde que necesitan todas las urbes, Valladolid lo tiene por partida doble; uno más recorrido que el otro, el Campo Grande, pero ambos igual de necesarios para “encontrar la paz”, como aseguran desde la Asociación Medioambiental El Pisuerga (A.M.A.) quienes nos acompañan en este recorrido por el Pisuerga.
Ingenio de Zubiaurre
Juan Antonio Crespo, Socorro Ortega y el buzo Javier Marqués explican a El Español Noticias Castilla y León que se ven “los restos de las antiguas aceñas de los tres molinos areneros y un batán que había en el puente Mayor, propiedad de la institución Carmelitas”. “Están en fases de recuperación de las piedras y la posible reconstrucción, que de momento está paralizada”, puntualizan.
Ante nosotros estaría el primer polígono industrial de Valladolid con dos fábricas de harina y también “el ingenio de Zubiaurre que, estando preso en la Torre de Londres preso, vio cómo un ingenio subía las aguas del Támesis y, cuando lo liberaron, y volvió la Corte estaba en Valladolid trasladó la idea y lo puso en marcha”, nos informan.
Pero no son las únicas ruinas que nos encontramos, ya que en nuestro paseo nos topamos con los restos del palacio de la Ribera, en Huerta del Rey o con los de la fábrica de carburadores IRZ. Todo ello mientras la naturaleza, mientras el paisaje, nos hace olvidar dónde estamos, mientras el río se va haciendo más ancho a nuestro paso haciéndonos viajar con la mente a un lugar lejos de las grandes urbes.
Desde la asociación, señalan, que quieren mantener limpias las riberas para que la gente las pueda disfrutar y pasear. Para ello han “recuperado y limpiado varios miradores a ambos lados”
Rincones ocultos
El objetivo de la asociación, aseguran, es que “también la gente pueda conocer toda la historia y rincones secretos bellísimos que tenemos en el Pisuerga”. Unos rincones como el callejón de la Alcoholera, o las desembocaduras del ramal norte y sur de la Esgueva “donde quedan bóvedas y puentes escondidos”, afirman.
Otro de los lugares donde se quieren afanar es en “la antigua fábrica de tintes y levaduras, donde queremos recuperar el frente de sillería que está oculto”. Rincones ocultos como “una piedra de molino, la única que hay en la ciudad”, aseguran.
Paran los motores de la zodiac y, el silencio, nos lleva al pasado. Nos cuentan que debajo de uno de los puentes se escondió en su día “el Garfia, un asesino que se ocultó ante la policía que le buscaba en la isla grande” o cómo en el S. XIX surcaba esas aguas “el vapor Miguel Íscar, venía desde la zona de la playa hasta el puente colgante haciendo servicios de ferry y que se quemó, y cuyos restos tienen que estar en esta zona”.
Restos bajo el agua
Y es que bajo sus aguas, el Pisuerga es “mucho más atractivo”, nos aseguran. En sus profundidades, que alcanzan “más de once metros debajo del puente de hierro” nos podemos encontrar más de un tesoro.
Al menos eso le pasó a Javier, buzo de la asociación, quien ha hallado “restos arqueológicos en Tenerías, como los restos del antiguo espolón de la ciudad, unas bolas que pesan 120 kilos que decoraban la muralla de la ciudad”. Unos restos que están en el museo de Fabio Nelli, al igual que “una rueda de un carro anterior al S. XVII, aunque el resto estaba demasiado enterrado, al igual que unos leones como los de la plaza de la Universidad y que pertenecían al palacio de la Ribera”, afirma Javier.
Dejamos atrás las tres islas del Pisuerga, las historias y leyendas del río y regresamos a puerto. Nos flanquean alisos, fresnos, chopos, olmos, álamos. Sí, estamos en Valladolid; en un Valladolid sin ruido, en el que los edificios casi desaparecen al igual que su ajetreo; en un Valladolid diferente pero, al fin y al cabo, en Valladolid.