Tres décadas endulzando el barrio de Valladolid que llegó a ser el más joven de Europa: "Queríamos crecer con los niños"
"Un quiosco es para convivir con la gente, tiene que ser un vínculo de amistad con las personas", relata Luis Panadero Ortega
18 junio, 2024 07:00Pocos negocios hay tan arraigados a un barrio como un quiosco. Ese universo de golosinas y dulces al que todos, cuando no somos más que una personita de 1,2 metros, clamamos por entrar cuando caminamos a pocos metros de él junto a nuestros padres. Cuántos tirones de brazos habremos pegado, con su correspondiente bronca, tratando de redirigir su paso hacia estos establecimientos.
Por supuesto, los típicos 'quiero esto y esto', pero también 'esto, esto y esto'. "Sólo puedes elegir dos cosas", decían nuestros padres. El disgusto por dejar atrás la otra decena de dulces que queríamos desaparecía rápidamente al dar el primer lametón a una piruleta de nuestro sabor favorito, o al poner una cara desagradable tras comernos esa golosina ácida que a pesar de todo era aditiva.
Sin embargo, de esos quioscos de barrios ya van quedando pocos. Hubo una vez que en lo alto del Cerro de la Gallinera, en Parquesol (Valladolid), aquel barrio que llegó a ser declarado el más joven de Europa por ser el que mayor tasa de natalidad tenía en el continente, este tipo de negocios proliferaban por las esquinas. Cerca de una quincena de ellos llegaron a estar abiertos simultáneamente.
La tendencia demográfica de Valladolid, por desgracia, también ha arrasado aquí y hoy en día hay más jubilados que niños. Pero todavía resisten unos pocos de esos quioscos que, en algún momento, vivieron la época dorada de la juventud 'parquesoleña'. Uno de ellos es el de Luis Panadero Ortega, que junto a su mujer Isabel arribó a esta colina vallisoletana allá por mayo de 1994 y montaron el Kiosko Peque, en la calle Hernando de Acuña 53, en el lado que comparte con la calle Juan García Hortelano.
"Queríamos crecer con los niños, ver a personitas de tres o cuatro años e intentar crecer con ellos a la vez en el barrio", relata el experimentado quiosquero a este periódico. Y lo han hecho. Son miles, somos miles, los niños nacidos en los años 90 que endulzamos nuestra infancia con Luis e Isabel. Hoy, tres décadas después, todavía permanecen los recuerdos intactos de aquellas tardes escogiendo las golosinas y las bolsas de snacks en medio de un mar de dudas y la presión (quizás la peor que puede experimentar un niño) de nuestros padres para que nos decidiéramos.
La historia del Kiosko Peque de Parquesol
Antes de ser quiosquero, Luis trabajaba en la fábrica de armas de Valladolid. Cuando el futuro de ésta comenzó a ennegrecerse, tanto él como su mujer trataron de buscar una salida que pudiera darles un futuro profesional. "Estaba colgando de un hilo y todo rato había huelgas y manifestaciones. Con mi esposa estuvimos sopesando la idea de establecer un nuevo vínculo o un nuevo trabajo", recuerda Luis.
Con un "poquito de dinero" que les dio la empresa, se pusieron manos a la obra y comenzó una búsqueda por distintas zonas de Valladolid para ver dónde podían establecerse. La idea fue, realmente, de Isabel, que encontró en Parquesol, aún casi "sin hacer", una oportunidad para labrarse un futuro. "Estaba todo virgen, no había nada. Estaban construyendo las casas, los obreros trabajando, todo era un esqueleto, ni el parque estaba hecho", explica.
El local de lo que luego sería el Kiosko Peque tuvieron que construirlo con sus propias manos y la de amigos. Aquí llegaron en mayo de 1994 y el trabajo fue dándose "poquito a poquito" porque "tampoco nos sobraba el dinero para hacer una inversión demasiado alta". "Suerte tuvimos de que compañeros y amigos tenían idea de construcción y de instalaciones eléctricas", reconoce.
La decisión de montar un quiosco vino dada por circunstancias de necesidad. "La idea era salir adelante como fuera", admite Luis. Pero también influyó el hecho de que en Parquesol "había muchísima infancia". "Era el barrio que más había en Europa, el más joven y con más niños. Surgió de eso, de intentar contactar con los niños, crecer con ellos", añade el reputado quiosquero.
Por supuesto, lo que no se imaginaban era resistir, al menos, las tres décadas que allí llevan. Es algo que "nunca se imagina" a la hora de emprender un negocio y menos cuando los primeros años eran "muy duros" con productos que "se caducaban y tenías que tirar". "No eran todo ganancias, no salía todo rodado. Hay unas inversiones que quedan casi a fondo perdido", aclara Panadero Ortega.
"Sentimos que el trabajo está bien hecho"
Tras la tormenta, se dice que siempre viene la calma. Los duros inicios se fueron transformando en prosperidad y con los años fueron un punto de encuentro de muchos niños que en la década de los 90 y comienzos del siglo XXI pasaban a diario. Niños que hoy ya son, en algunos casos, padres. O que ya pasan o están cerca de la treintena. Y que aún así todavía peregrinan hasta aquí para hacer la pertinente compra en forma de caprichos dulces, la prensa o cualquier producto que en un quiosco puedas encontrar.
Algo que para Luis es un "agradecimiento" y una muestra de que el "trabajo está bien hecho". "Es un confort ver que la gente nos aprecia, que después de todo no nos hemos portado mal con ellos y que nos tienen un cariño como si fuésemos esos padres que les han educado desde el quiosco", reconoce Luis.
Los cambios sufridos en el negocio
Lógicamente, los años también traen numerosos cambios en la forma del negocio. Por ejemplo, lo que antes era gran parte del sustento del quiosco, la prensa escrita, hoy puede considerarse una parte residual del mismo. Han pasado de vender 500 ejemplares un domingo a 80. También las revistas han "bajado notablemente". "La gente ya lee por internet, todo ahora mismo es más virtual que físico", lamenta Panadero Ortega.
Esto les ha obligado a transformarse. Ahora su enfoque principal se dirige más hacia las bebidas, las bolsas de snacks o los productos electrónicos como las recargas telefónicas o de bonobús. "Tienes que variar. También hemos intentado hacer en más de una ocasión paquetería, pero por H o por B las empresas que intentan establecerse no han triunfado", admite.
"Me gustaría que cuando yo lo dejará alguien me sustituyera"
Uno de las grandes preocupaciones de Luis sobre su sector, como sucede en otros tantos, es el denominado relevo generacional. Este ha sido uno de los muchos aspectos que han acabado con varios de los quioscos y en su caso también una amenaza. "La realidad es que me gustaría que cuando yo lo dejara, alguien me sustituyera, lo cogiera y diera el mismo cariño que he dado yo a la gente", admite.
Su deseo es que quien le suceda "no se tome el negocio como algo para sacar dinero y nada más". Aunque sí se puede sacar "dinero y un salario", este negocio es para "convivir con la gente". "Tiene que ser un vínculo de amistad, un vínculo de roce con el barrio, con las personas. Cualquier negocio de barrio tiene que ser eso. Ya no solo un quiosco, sino también una carnicería o una zapatería", asegura.
A sus 60 años, todavía le quedan cinco años al pie del cañón para seguir endulzando la infancia de los pequeños que hacen su vida en Parquesol. Son muchos los recuerdos que guarda en su retina, pero entre los que más destaca son los cumpleaños de sus hijas en la trastienda o las primeras fiestas del barrio, cuando pasaban trenes con los niños y vendían tarjetas de los hinchables."Luego ver a mi familia toda junta en el quiosco sí que reconforta", zanja el experimentado quiosquero que lleva tres décadas en aquel barrio que alguna vez fue el más joven de Europa.