Hay oficios que se llevan en la sangre. Sobre todo si convives con ellos desde pequeño en un sector muy completo y al que te asomas a través de tus abuelos o padres. Este es el caso de Fernando Arnanz que desde 1987 se encuentra al frente de la ferretería más antigua de Laguna de Duero.
Decidió instalarla en el centro del municipio porque la anterior, la que regentaba su padre, se ubicaba en la famosa y cercana zona de Calabazos, y los clientes ya estaban habituados a encontrar allí lo necesario para sus trabajos, labrándose la etiqueta del solucionador de ‘ñapas’ de decenas de clientes que acudían a su establecimiento todas las semanas.
Cuando Fernando habla de su negocio lo hace con nostalgia, pero también con el orgullo de ser un ferretero doméstico, algo que lleva implícito un servicio de proximidad a los vecinos y un asesoramiento que considera básico para funcionar en este sector.
Un sector que ha ido conociendo, poco a poco, durante décadas a base de escuchar lo que el cliente demanda. “Ahora se hace menos asesoramiento, ya que los clientes no son como antes y no realizan las ‘ñapas’ tradicionales. Estás aquí para salvar el tornillo que te falta”, asegura con tristeza. Y es que, por su ubicación, Arnanz cuenta a El Español Noticias Castilla y León, que su clientela ha ido desapareciendo porque aquí vive, por norma general, gente muy mayor, y clientes que tenía de toda la vida, ya han fallecido, por lo que los que se acercan ahora vienen a por cuatro cosas sueltas, asegura.
A un año para jubiliarse, seguirá luchando, afirma, aunque cada vez con menos fuerza debido al auge de las grandes superficies. “La gente va a los centros grandes y aquí viene la típica persona que viene a por las faltas y el menudeo, ya que ellos te venden packs grandes y si te falta un tornillo o dos para acabar un trabajo, evidentemente no te vas a ir allí”. Los ‘grandes’, afirma, te comen y los demás tenemos que sobrevivir, aunque me da para lo necesario. Y es que Arnanz cerrará las puertas cuando Fernando baje la persiana, ya que no tiene relevo, por lo que ahora se encuentra en plena “liquidación” de sus productos.
Cerca de 80.000 referencias entre guantes, menaje, martillos, lámparas, llaves… que en su día pudieron ser muchas más si hubiese aceptado la oferta de una cooperativa. Otro boom que vivió el sector, pero que Fernando decidió dejar pasar, ya que “lo enfocaban para comprarles todo a ellos, pero yo era como las gallinas, picando a un lado o a otro, y he sido fiel a mi línea de trabajo”.
Echa de nuevo la mirada atrás para valorar todos estos años al frente de la mítica ferretería lagunera. “Ha sido una experiencia muy positiva, ya que el 90% de la gente que he conocido ha sido muy maja y eso es lo que me llevo, la relación con los clientes, el preguntarle para qué lo querían y formar parte, durante un momento, de su proyecto”.
Nos despedimos echando la vista detrás de un mostrador tras el cual apenas se pueden ver las estanterías. “Aquí hemos tenido de todo pero no metías más porque no me cabía más”, sonríe de medio lado, pero, sobre todo, dejamos atrás a un hombre lleno de historias, satisfecho por haber ayudado y aconsejado a miles de clientes, y que reflexiona sobre que el futuro de este pequeño negocio lo ve “complicado”, aunque asegura que, el día de mañana, a base de mucho invertir, sí que podría vivir una familia de un negocio tan local como el suyo.
Él ya realizó su camino. Ahora le tocará bajar la persiana y ponerse al otro lado del mostrador.