Se cumplen ahora 950 años del llamado Cerco de Zamora, si es que lo hubo...
“Allá en Castilla la Vieja,
un rincón se me olvidaba;
Zamora había por nombre,
Zamora la bien cercada;
de un lado la cerca el Duero,
del otro Peña Tajada,
del otro la Morería,
una cosa muy preciada.”
Y así fue cómo, según los romances, Fernando I de León, en su lecho de muerte, podría haber cedido la ciudad de Zamora a su hija doña Urraca. Pero esto son sólo versos, y no hay mucha evidencia histórica. Más que la ciudad y las buenas rentas de Zamora a Urraca, y las de Toro a Elvira, lo que quizá sí les correspondiera a las hermanas fueron los señoríos sobre los monasterios del reino.
Fidedigna, sin embargo, sería la rivalidad que hubo entre los hermanos mayores, Sancho y Alfonso, porque, como primogénito, Sancho vio injusto no heredar el Reino de León que le tocó a su hermano en herencia. Poco se habla, sin embargo, de que, a pesar de las disputas entre ellos dos, se confabularon contra su tercer hermano, García, para quitarle Galicia. Y pensaría Sancho: “No hay dos sin tres”. Y teniendo ya el control de Castilla y de Galicia, vio allanado el camino hacia el Reino de León y puso en marcha a sus huestes rumbo a sitiar Zamora.
Y es aquí donde la historia también revela que sí hubo cerco. Zamora fue sitiada por las tropas castellanas de Sancho II durante siete meses y seis días, de ahí lo de “No se ganó Zamora en una hora”. Y también las crónicas antiguas narran la salida de un caballero de la ciudad que dio muerte al rey castellano apostado extramuros. Hasta ahí, lo que se considera certeza. Luego viene el romancero zamorano.
Que fuera el noble leonés, Vellido Dolfos, quien, sin informar a Arias Gonzalo, gobernador de la ciudad en ese momento, ni a la señora Urraca, saliera de la ciudad haciendo creer a los castellanos que cambiaba de bando, no es seguro.
Portezuela en la muralla
Que, una vez en los reales castellanos se ganara los favores de Sancho II para acercarse a él en las cercanías de la ciudad, tampoco podemos asegurarlo. Que le insinuara la existencia de una pequeña portezuela en la muralla zamorana por donde podían pasar sus hombres sin ser vistos y asaltar la ciudad, suena extravagante. Que el propio rey de Castilla se acercara con Dolfos a verificar esa estratagema y que el leonés lo acuchillara en la noche, resulta cuanto menos extraño. Y si fue en su campamento, rodeado de soldados, aún más insólito.
Que el campeador Rodrigo Díaz, estuviera presente en Zamora como alférez de Sancho en el asedio, podría ser, ¿por qué no? Pero, que fuera avisado del regicidio y tomara su caballo para perseguir a Vellido, pero no le pudiera dar alcance porque el caballero entró de nuevo en Zamora por esa pequeña abertura en la pared, pues no sabemos… Y menos aún conocemos si el rey estaba realmente avisado de toda esta posible traición:
“¡Rey don Sancho, rey don Sancho! no digas que no te aviso,
que de dentro de Zamora un alevoso ha salido;
llámase Vellido Dolfos, hijo de Dolfos Vellido,
cuatro traiciones ha hecho, y con esta serán cinco.
Si gran traidor fue el padre, mayor traidor es el hijo.
Gritos dan en el real: - ¡A don Sancho han mal herido!
Muerto le ha Vellido Dolfos, ¡gran traición ha cometido!
Desque le tuviera muerto, metióse por un postigo,
por las calles de Zamora va dando voces y gritos:
-Tiempo era, doña Urraca, de cumplir lo prometido.”
Y ese portillo por el que entró Vellido Dolfos, fue llamado “de la Traición” durante muchos años, y mudado recientemente a “de la Lealtad”, épicos y románticos nombres ambos, que evocan lo medieval, pero que, como se ve, hacen parecer a Vellido un renegado o un héroe, dependiendo de si las crónicas leídas son castellanas o leonesas, o de si este relato es analizado en un contexto medieval del s. XI o en uno contemporáneo, o incluso de si las banderas levantadas actualmente son de un color o de otro.
Acto de honor
Lo cierto es que, Vellido Dolfos, al ofrecer con su acto su honor, que es lo más precioso que tenía un caballero del medievo, se yergue como protagonista absoluto de esta historia, por encima de buenos zamoranos como Arias Gonzalo, o de legendarios personajes como doña Urraca y el Cid.
Y podemos seguir creyendo en esta leyenda, o no, ya que no hay certidumbre suficiente y sí mucho romance de crónica tardía cuando se dice que el caballero Ordóñez, enfurecido por la muerte de su rey, se llegó hasta las murallas de Zamora y retó a la ciudad a duelo por la cobardía demostrada. Arias Gonzalo, el regidor, aceptó el agravio, y tras nueve días de tregua, se juntaron doce jueces de Castilla y doce de León, y se dio por iniciada la contienda en el Campo de la Verdad. ¿Qué hay de cierto en eso? Poco.
Siguen las gestas cantadas mencionando que las normas eran claras al retar a un concejo que era cabeza de obispado: el retador se debía enfrentar a cinco él solo. ¿Quiso ir realmente Arias Gonzalo a retarse? No sabemos ¿Le rogó doña Urraca que no acudiera? Puede ser ¿Envió en su lugar a cinco de sus hijos? Tampoco se sabe ¿Los mató Ordóñez a todos? Quizá…
Como muchas veces, la repetición oral de una leyenda hace que pase al papel y se convierta en verdad, pero la circunstancia de que la semilla principal de un hecho sea inventada no debe ser óbice para quitarle calidad. Para adornar esa ficción, normalmente se manipulan fechas, personajes y eventos de tal manera que se fija en nuestro cerebro de forma automática hasta que la consideramos del todo real, pasando a ser parte de nuestro fondo de armario histórico. Y por eso merece la pena como parte de la cultura y la idiosincrasia de un pueblo.