Hoy se cumplen 32 años desde que la Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades psiquiátricas y se ha convertido en el Día Internacional contra la LGTBIfobia. Hasta entonces, las terapias de reconversión eran legales y el colectivo sufría un estigma, terror y persecución absolutos. Es más, en España hasta 1989, la Ley sobre peligrosidad y rehabilitación social castigaba la práctica de relaciones homosexuales con penas de hasta cinco años en la cárcel. Amar a una persona de tu mismo sexo no solo se consideraba una enfermedad mental, sino que era delito con pena de prisión.
Bajo este contexto social crecieron varias generaciones de homosexuales, lesbianas o transexuales; que se pasaron su niñez, adolescencia, e incluso adultez creyendo que lo que sentían en su interior era una enfermedad, o peor, un delito. Algo que estaba mal en ellos y que si dejaban que otros vieran serían censurados y perseguidos de por vida. Este es el caso del zamorano, afincado en Salamanca, Eladio Ruano. Trabajador social desde 2005, ha desarrollado su labor profesional en el Comité Ciudadano Antisida de Zamora de 2005 a 2007, donde sigue colaborando como voluntario. Desde ese año trabaja en la Diputación de Salamanca, inicialmente en el CEAS de Ledesma y desde el 2011 en el CEAS de Peñaranda de Bracamonte.
Eladio pertenece una generación que ya vivió en democracia, pero que tenía ya unos diez años cuando la homosexualidad dejó de ser considerada enfermedad psiquiátrica. Algo que inevitablemente marco su niñez y adolescencia. "Yo tenía claro que no era como los demás desde los 7 u 8 años. No me gustaban las niñas, me fijaba en los niños", relata. Pero no tenía ni idea de qué le ocurría porque "no existían referentes ni nadie que te contara que era yo".
El único mensaje que recibía de la sociedad sobre lo que él era es que sería objeto de burlas y de persecución. Y es que, Eladio recuerda con mucha nitidez el caso de un joven algo más mayor que él en su colegio de Zamora, "al que machacaban porque era algo amanerado, tan siquiera sabía si era gay o no, pero solo por las formas iban a por él". Un acoso y burlas que traspasaba al alumnado, Eladio relata que "estando yo en mi clase, este chico entró a pedir algo y cuando se fue, el propio profesor le hizo una burla con la mano, como imitando sus gestos amanerados y, lógicamente, todos los niños se rieron".
Así que ante cosas así, Eladio decidió ocultar su identidad sexual hasta la universidad. Más de diez años anulando una parte fundamental de su ser, de quien eres, de tu voluntad de amar. "El caso de este maestro lo tuve muy presente. Me dejó claro que dentro del armario iba a estar más protegido, o eso me creía. Probablemente este profesor no era consciente de lo que había hecho, era un reflejo de la sociedad y nunca se paró a pensar que en su propia clase podía haber alumnos como yo a los que le había enviado el mensaje de que si mostraba quién era iba a ser objeto de burla". Algo que, por otro lado, ocurría igualmente.
Eladio recuerda toda su etapa del colegio siendo acosado y machacado por algunos de sus compañeros porque "notaban que era diferente". Él creía que "sabía disimular la pluma, pero siempre estaba con las niñas, porque ellas eran un lugar de protección, me sentía cómodo con ellas", eso le pasó factura. "¿Cómo iba a salir del armario, si solo por ir con las niñas ya me hacían bullying? Esto hizo de Eladio "un tímido patológico". Las ganas de ocultar todo el tiempo su identidad acaban transformando por completo quien eres.
Y es que sí, cuando Eladio y otros amigos de su generación eran ya adolescentes, la homosexualidad ya no era considerada delito o enfermedad, pero el estigma no desaparece por un cambio de ley en un papel. Años de LGTBIfobia, incrustados en la sociedad y más en una sociedad rural como la zamorana.
Tal era la situación de estigma, que Eladio cuenta que aún hace unos años ha sabido de compañeros suyos que finalmente han salido del armario igual que él. "Teníamos tanto miedo que no éramos capaces de decírnoslo unos a otros y haber tenido la oportunidad de apoyarnos", detalla. Eladio recuerda con "mucha pena" el caso de un chico que pertenecía a su círculo de amigos, "el cual desapareció con 17 años". Nadie supo entonces por qué, y posteriormente Eladio se enteró que se había marchado a Madrid para hacer su reasignación de género y que era una mujer trans. "Nos podíamos haber apoyado, pero había tanto temor que su opción fue no despedirse de nadie y dejarlo todo", relata.
"No sabía si encontraría otra gente como yo"
Y así creció Eladio en Zamora, al igual que miles de jóvenes en todo el mundo. En silencio. Callando quienes eran. Este trabajador social recuerda que su infancia se basó en "pensar en el futuro". Un futuro que solo dibujaba en su cabeza con el trabajo constante de "ocultar quien era realmente". Una vida condenada a reprimir su yo real porque "pensaba que había gente como yo pero no sabía si la encontraría".
Muchos otros emigran de su Zamora natal por falta de trabajo, pero Eladio, enamorado del mundo rural, su tranquilidad y de su Zamora, pensó siempre que "tendría que irme a una ciudad grande para intentar llevar otra vida". Afortunadamente para él, cuando Eladio llegó a la Universidad de Salamanca se armó de valor para "salir del armario" y la respuesta fue positiva. "Las primeras veces que lo conté, siempre era llorando y algo bebido, si no no tenía valor", relata. Y pese a sus temores, su familia y amigos recibieron con normalidad la noticia, algo con lo que reconoce que "tuve suerte".
Una suerte que no tuvieron otros antes que él. Eladio conoce casos, en los años 70-80, de familias en Zamora que "echaron de casa a sus propios hijos" al conocer su condición sexual. "Bien porque se atrevían a contarlo o porque les pillaban con alguien, no les daban opción y les repudiaban". Y es que si la situación de este trabajador social fue dura para su salud mental y el propio desarrollo de su personalidad, las personas homosexuales que vivieron los 70 y 80 "estaban machacados". Ellos sí eran considerados enfermos y delincuentes graves; y como tal eran tratados.
Una situación que les obligaba a vivir en una soledad silenciosa. Sin poder, tan siquiera, tener la opción de "conocer personas de forma normalizada". Mientras los heterosexuales podían conocer a sus parejas en un bar, por amigos o familia, este colectivo estaba casi abocado a acudir a las zonas de cruising, saunas; o anuncios por palabras en clave. Con sus correspondientes peligros. Cabe recordar el episodio de violación en el parque del Retiro que sufrió el escritor Bob Pop y que relata tanto en su libro Mansos, como en la serie de televisión sobre su vida Maricón Perdido. "Compañeros que vivieron esa juventud en los 70 me cuentan que iban al cruising con una navaja por si acaso", relata.
Otro estigma añadido, el SIDA y la homofobia que perdura
Pese a que la homosexualidad dejó de considerarse enfermedad en 1990, y el matrimonio entre personas del mismo sexo está reconocido en España desde 2005, Eladio recuerda episodios homófobos muy recientes. Y precisamente uno de ellos tiene que ver con el Comité Antisida de Zamora.
Esta organización tuvo su primera sede en 1994 en la capital zamorana. Pero tal era el estigma asociado a la enfermedad y la creencia general de que era "el cáncer de los gays", que los vecinos del barrio donde se ubicó "se movilizó hasta conseguir que el Comité se marchara de allí". Y es que en los ochenta, la pandemia del SIDA "causó estragos en el colectivo, pero a nadie le importaba porque los que morían eran gays", indica Eladio.
Así, al estigma de ser homosexual, se le asoció directamente como causa el poder contraer VIH. "El cáncer rosa lo llamaba la propia prensa", se queja Eladio. Todo en un contexto donde la homosexualidad seguía perseguida y no reconocida como un derecho. Algo que provocaba situaciones tan dolorosas como que una persona perdiera a su pareja y "no tuviera derecho a decidir nada sobre el funeral, aunque supiera sus últimas voluntades, y no pudiera ni acudir a despedir a su pareja porque la familia lo rechazaba".
Llegados los 2000, el colectivo ya encontraba apoyo entre ellos, frente a un estigma que aún era muy real. Eladio recuerda, precisamente trabajando en el Comité Antisida de Zamora, que "un joven de un pueblo de Zamora hacía que su pareja, que vivía en otra ciudad, le enviara las cartas que escribían a la sede del Comité porque tenía miedo a que su familia pudiera abrir una de esas cartas". Así que los compañeros del Comité Antisida de Zamora recogían las cartas y se las guardaban al joven hasta su llegada.
De hecho, el episodio más "extremo" de homofobia vivido por el propio Eladio Ruano ocurrió en 2014. El zamorano inició una recogida de firmas contra Jesús Calvo, párroco de Villamuñío (León), cuando esté declaró en un medio de comunicación que el cáncer que por entonces sufría el socialista Pedro Zerolo había sido "un castigo divino". El trabajador social logró más de 50.000 firmas en apenas tres días, solicitando a la diócesis de León la expulsión de este cura. Un apoyo masivo a su propuesta que provocó una repercusión mediática instantánea, y por la cual Eladio Ruano comenzó a recibir amenazas en las redes sociales, una exposición pública de sus datos personales y sus fotografías "en medios de ultraderecha"; y hasta amenazas telefónicas y en su propia vivienda. Y de eso solo hace ocho años.
Por ello, este activista y trabajador social mira con preocupación "el auge de ciertos partidos que todos conocemos" y la radicalización en los discursos de los jóvenes. "Habíamos avanzado muchísimo, y se lo decíamos a los jóvenes de nuestro propio colectivo, que estaban teniendo mucha suerte", detalla. Pero ahora vuelve a ver necesario endurecer de nuevo la reivindicación "y no dejar que se pierdan derechos, porque igual que se consiguen se pierden, nada es eterno".