"¡Pero si yo tenía una bicicleta igual!', exclaman muchos de los visitantes a la exposición 'Una calle, una luz, el viejo portal...' de Pablo Carnero en el Museo de Zamora. Un trabajo que compone una selección de alguna de las obras más especiales de su propia vida, pero que podría ser la de cualquiera de nosotros. Esa es la magia del arte de este zamorano, afincado como tantos otros en Madrid, pero que siempre el encuentra el momento para escaparse a Zamora.
Y ahora con más excusa. Desde el 31 de octubre y hasta el 18 de febrero de 2024, este artista multidisciplinar expone 17 fotos, 6 esculturas y 13 cuadros que son "retazos" de su propia realidad, la cual no difiere en la del común de los mortales, y de ahí la simbiosis y momento de compartir sentimientos que viven los visitantes a la exposición.
Una exquisita selección de las obras que ha ido creando a lo largo de su vida que el propio Pablo ha elegido las más acordes para trasladar a sus propios recuerdos a sus vecinos de Zamora. "Es la primera vez que expongo en mi ciudad, y creo que era bonito hacer ciertos guiños alusivos a Zamora", explica para EL ESPAÑOL Noticias de Castilla y León.
La exposición se divide en tres bloques temáticos: pintura, escultura y fotografía. A través de la pintura, el artista hace un recorrido desde sus cuadros más antiguos a los más nuevos. Todos ellos escogidos "para que gusten en Zamora" por su temática y tratamiento. Además, en un gesto por abrir sus propios recuerdos y emociones al público, Pablo ha seleccionado tres piezas de su colección personal, que están en su propia casa y que nunca habían sido expuestas. Entre ellas está un retrato de sus padres.
El bloque de escultura lo conforman bustos en bronce, cuyo objetivo es tratar la solemnidad del ser humano, "del hombre, de la mujer, del niño, del anciano, del joven...". Pablo explica que evoca a "la escultura clásica griega y la estatuaria egipcia milenaria, esa trascendencia del ser humano como algo muy importante en el mundo".
Pablo planteó estas esculturas como una simbiosis entre "el todo y la individualidad". El artista explica que "cada persona es única e individual, entonces cuando trabajo a ese modelo, obviamente, la forma de individualizarlo es poner exactamente sus rasgos, sus ojos, sus orejas o su nariz". Pero también busca captar su espíritu, "tienes que intentar sacar el espíritu, cada uno tenemos uno, pero a la vez yo creo que como humanidad somos todos iguales".
Y el tercer bloque es el de las fotografías, que centran más el espacio zamorano de la muestra. En ellas encontramos lugares muy reconocibles y entrañables de Zamora y su alfoz, como Carrascal o Coreses; la histórica panadería de Las Tres Carabelas; o el zapatero Julián, en la calle Quebrantahuesos hacia el Teatro Principal.
Imágenes de momentos únicos, que encierran muchos sentimientos, recuerdos, evocaciones e ideas, que son de Pablo, pero que podrían ser de cualquiera de nosotros. Y para ello, este artista zamorano tiene una forma de trabajar estudiada y minuciosa. Utiliza lo que quiere fotografiar para contar una historia interna y, para ello, desarrolla un proceso de creación de la propia realidad. Es decir, su modo de fotografiar va más allá de capturar ese instante, aunque ese sea la misma definición de la fotografía.
Pablo pone como ejemplo una de las instantáneas que lucen en la exposición. En concreto la de su amigo y cirujano ocular Nabil Ragaei, el cual le permitió entrar en su quirófano para capturar el momento en que él realizaba una intervención con láser. Pero para ello, el zamorano pasó días observando el propio ecosistema del quirófano.
Siempre sin molestar, Pablo observó cómo se movía el doctor y sus enfermeros; donde se colocaban, cómo se trataba al paciente y cómo se desarrollaba la intervención. Pero también, cómo se comportaban las luces y colores del propio espacio y su geometría. Primero se había colocado en un lugar lejano, con el doctor de frente, pero el propio Nabil le ofreció acercarse más, en su espalda. Y fue desde esa postura dónde capturó el momento perfecto, tras mucho analizarlo.
Lo mismo ocurrió con otras de las fotografías que lucen en el Museo de Zamora, como la fundición donde fabrican sus estatuas, la panadería zamorana o un soldador del pequeño municipio madrileño donde reside. No falsea ni fabrica esas fotos. sino que en todos esos lugares, Pablo pasó a ser un observador del lugar, esperando esa luz, ese gesto, ese momento que captara todo lo que le hacen sentir esos sitios.
Podrían ser Zamora, pero no
Con este concepto de hacer empatizar e identificarse al espectador con sus propios sentimientos y percepciones, Pablo da en el clavo con sus cuadros. En un vistazo rápido por su exposición se podría pensar que ha pintado cualquier municipio de Zamora, Valladolid, Toledo, Madrid... Quién sabe. Su cuidada manera de elegir esos espacios tan de cada uno, pero tan genéricos a la vez hace que pienses que estás ante la bicicleta de tu infancia, la terraza de tu casa, la calle de tu pueblo o que son tus propios padres los que ha plasmado en ese cuadro.
El trabajo de creación de sus lienzos también pasa por externalizar con el pincel sus propios sentimientos con escenas costumbristas, pero que cada detalle da ese 'clic' que te hace conectar con tus propios recuerdos. Ejemplo de ello es la gran escena de un salón cualquiera, donde en una mesa descansan unas tazas de café y un paquete de dulces que no se dejan ver. Todo tras un gran ventanal que deja ver un patio de un adosado, con calas y rosales en flor, que bien podría ser el exterior de miles y miles de viviendas de nuestro país, aunque es la de su propia casa en Madrid.
Una escena con la que Pablo quiere representar esta costumbre tan nuestra de "compartir alrededor de los alimentos". El artista plasma con un bodegón ese instante que todos vivimos y compartimos de que "cuando alguien llega a tu casa, enseguida le sientas y ofreces algo, y, a partir de ahí, te pones a hablar. Puede ser una copa de vino, puede ser una pieza de fruta, puede ser un dulce. Yo creo que eso es muy universal. Cuando sientas en tu mesa a alguien y le estás ofreciendo alimento, te estás abriendo totalmente. ¿Qué compartes en la mesa? A veces es alegría, a veces tristeza, a veces es dolor, pero hace un vínculo, el estar tan cerca y mirándote a los ojos unos a otros, y en un momento en el que estás alimentándote, que hace que todo fluya".
Lo mismo ocurre con uno de loa cuadros que más popularidad ha tenido en la exposición: esa vieja bicicleta apoyada en la pared. Pablo logró plasmar esa esencia de la bici "con lo cual las personas que la ven, se retrotraen a unos sentimientos que tienen que ver con su bici", aunque no lo sea. Vuelve a ser ese concepto de que "los sentimientos son iguales, con lo cual si consigues encauzarlos en la obra, el otro los va a sentir y los va a hacer suyo". Y vaya si lo ha logrado. Cada visitante del Museo de Zamora ha visto en ese óleo su propia bici, la de un familiar querido, la de ese verano en su pueblo... Y ahí está la magia.
Balborraz y Ramoncín
La exposición se presenta con un cuadro muy especial para Pablo. Un paisaje de la famosa calle Balborraz de Zamora, de noche, y con algunos guiños que desvelan ya el origen de su creación. La inspiración para esta obra maestra se originó durante una cena con el conocido músico Ramoncín, del que es amigo "desde hace años". La ocasión se presentó mientras Ramoncín estaba trabajando en su libro autobiográfico y buscaba colaboradores para aportar escritos, dibujos y poemas. La mismísima Balborraz fue la portada de ese trabajo.
La elección de la calle Balborraz como tema central del cuadro se basó en la idea de universalidad, como en el resto de su obra. Pablo le comentó al cantante que "es una calle de mi ciudad, de Zamora", pero llegaron a la conclusión de que no importaba porque "es universal, puede ser una calle del rastro de Madrid, de la zona de la Plaza Mayor, y ahí está la esencia de lo que yo quiero transmitir".
La conexión entre la obra de Pablo y la canción de Ramoncín, específicamente el verso "una calle, una luz en el viejo portal", sirvió como inspiración adicional. "Estuvimos hablando y después de muchas ideas, esta fue la que más le llamó la atención, que estaba un poco basado en un verso de la canción suya de la chica de la puerta 16", explica.
En cuanto a los detalles específicos del cuadro Pablo explica que una vez terminado el óleo "hay un par de guiños, a la izquierda el luminoso del bar, que se llama Bar el Loro, pero Ramoncín en una canción habla del bar del ogro. Entonces decidí cambiarle el nombre al bar por darle un guiño al verso de esa canción".
El cuadro incluye también la figura de Antonio Marín Albalate, un poeta de Cartagena, quien desempeñó un papel crucial en la dirección del libro. "Era quien nos ponía a todos de acuerdo, hizo la introducción, llevaba el peso del libro", recuerda el zamorano. Y es que, la colaboración en el libro involucró a varios artistas y amigos de Ramoncín, lo que llevó a una amalgama creativa "de toda la gente que lo conocía".
Pablo Carnero destaca cómo surgieron otros elementos visuales en el cuadro, como el cartel ficticio en el muro del Ayuntamiento viejo, donde se puede observar al propio Ramoncín, "como si hubiera venido a dar un concierto a Zamora, porque obviamente el cartel no estaba".
El proceso de integración de este detalle específico en el cuadro fue meticuloso y está cargado de pequeñas anécdotas. Quizá la más llamativa es que la elección del cartel se realizó en colaboración con Ramoncín, quien sugirió una fotografía en la que él mismo posaba como modelo para la tienda de ropa de su hija Ainhoa Martínez en Madrid.
Así que este cuadro de Balborraz ha sido el resultado de un círculo creativo cerrado con una colaboración única entre el pintor zamorano y Ramoncín. Y es que Pablo llamó al cantante para explicarle que quería utilizar este cuadro para presentar su exposición en la ciudad. Además, le pidió que escribiera un pequeño texto como avanzadilla de la propia muestra. Y así se cerró el círculo creativo y colaborativo entre ambos.