La historia de Villarrín de Campos, un pueblecito de la Tierra de Campos en la provincia de Zamora, como la de la mayoría de los pueblos de esta tierra de Castilla y León está escrita en los versos de Almafuerte. Está escrita aquí y ahora. Pero se hace realidad visual, desde el siglo XV, en este bello pueblo de adobe y teja, donde sus casas de barro se mantienen firmes, a pesar de los inclementes tiempos, como erguidas y vivas están sus tradiciones.
Nos llegan esos versos, tenebrosos pero reales de lo efímero de la vida, de Almafuerte, el seudónimo de Pedro Bonifacio Palacios, escritor argentino, nacido en San Justo en 1854, "esa seda que relaja/ tus procederes cristianos/ es obra de unos gusanos/ que labraron tu mortaja,/ también en la región baja/ la tuya han de devorar./ ¿De qué pues te has de jactar,/ ni en que tus glorias consisten/ si unos gusanos te visten/ y otros te habrán de desnudar?".
La procesión de 'Los Penitentes' de Villarrín de Campos, en la que el protagonismo, al margen del Nazareno con su cruz a cuestas, lo tienen los penitentes, es decir, sus vecinos. Esos hombres, y también mujeres, que aparecen como blancos espectros por calles y rincones cuando las campanas tocan a muerto. La agonía de Jesús de Nazaret que se revive cada año en Villarrín de Campos. Unas mortajas que recuerdan a la que utilizó la mujer que limpió el rostro del Nazareno en su camino por la Vía Dolorosa hasta la Cruz.
El silencio y la soledad se barruntan. Arman la soleada tarde de inicios de abril. Una ligera ventisca trae cierto aroma a alcanfor. A las cuatro y media en punto, las campanas de la iglesia convocan a los penitentes. Ellos, y ellas, ya están preparados en sus casas. Los familiares ayudan a vestirse al cofrade con la liturgia que dicho ceremonial requiere. Como espectros, comienzan a salir de una calles y de otras. El pueblo recobra vida. Los penitentes, en respetuoso silencio, salen de sus casas y avanzan a la iglesia. ¿Quién se oculta bajo ese hábito blanco, pulcro, tremendista...?
La mujer que limpió el rostro de Jesús
El viajero barrunta que esta indumentaria puede recordar al de la mujer que limpió el rostro de Jesús en la Vía Dolorosa. Al tratarse de una Hermandad en la que se ejercitaba la disciplina pública, sus miembros se dividían en tres grupos fundamentales de sangre, de luz y jubilados. Los hermanos de sangre tenían que disciplinar públicamente durante la procesión del Jueves Santo. A tal fin, se reunían previamente en la iglesia, vistiendo el hábito o camisa blanca, con la espalda abierta, y preservando su intimidad mediante una caperuza roma. Dicho hábito, por su uso para el castigo corporal, sigue siendo conocido como la 'ceplina'. Durante toda la procesión desfilaban descalzos y sin más ropa que la dicha ‘ceplina’, acompañando la imagen del Cristo de la Vera Cruz, mientras se flagelaban con las correspondientes disciplinas, a fin de derramar su sangre a imitación de Jesucristo.
Los cofrades de luz, acompañaban la procesión con sus velas. El grupo de los jubilados estaba integrado por los pocos disciplinantes que hubiesen alcanzado los 60 años. Así describía Antonio Pilo, cura párroco que ejerció en Villarrín de Campos la penitencia de estos sufridos vecinos.
Ya en el templo, se sientan juntos todos los 'penitentes' con el Nazareno de testigo, a los que el párroco dedica unas efusivas palabras de fe cristiana. Y comienza la penitencia. Sale la cruz parroquial, un penitente lleva el pendón de la cofradía, otro la cruz tallada del Cristo y detrás los hermanos y hermanas en fila de a uno.
El pueblo entero participa en la procesión escoltando a los penitentes a ambos lados en filas más o menos iguales. Y detrás el paso de Jesús Nazareno, al que sigue el sacerdote, la presidencia de la Cofradía y los fieles, sobre todo mujeres, que van acompañando al párroco en su cántico del Viacrucis. No hay música, ni matracas ni carracas, ni esquilas ni campanas, solo la brisa que llega fresca de las lagunas y las voces femeninas de pasión y dolor. Y hasta el próximo año los que estén, dice un hombre cercano a los cien.