Fernando Valera, obispo de Zamora: “Sólo me importa el bien de esta ciudad y de esta diócesis"
- Valora el año que termina y deja indicado un 2025, siempre con la esperanza como punto de referencia.
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Fernando Valera Sánchez (Bullas, Murcia, 1960) cumplió el pasado 12 de diciembre cuatro años al frente de la diócesis de Zamora. Nada más tomar posesión del cargo, tuvo que lidiar con los efectos de la pandemia de coronavirus y no se amilanó, además de dejar claro que su guía de acción es la esperanza y de que no le valen los lloriqueos por los alarmantes indicadores socioeconómicos de la provincia.
Tras haber emprendido un trayecto sin retorno hacia la transparencia de las cuentas y la gestión de la Diócesis y de tomar decisiones drásticas respecto a la Junta Pro Semana Santa de Zamora, afronta un año complejo, con la perspectiva del desarrollo de varios convenios importantes con instituciones públicas, la celebración de la nueva edición de Las Edades del Hombre, la actividad de la Fundación ZamorArte, el posible establecimiento de un campus de la Universidad Pontificia de Salamanca -entre otras- y el Jubileo de la Esperanza.
¿Qué destaca de este año, a punto de terminar?
Creo que 2024 ha sido un año ha sido un año muy importante. Se está viendo cómo se van dando pasos, cómo nos importan la ciudad, la provincia y la gente y cómo la cercanía de esta iglesia de Zamora es real. Bueno, habrá también gente que esté en desacuerdo, pero lo que yo percibo es agradecimiento a toda la labor que hace esta iglesia de Zamora en Cáritas, en el arte, en el patrimonio, en el servicio, en la entrega, en lo que el papa Francisco no para de repetirnos: una iglesia cercana, que tiene corazón, que se deja conmover y que comparte. Creo que todo eso es una realidad.
Lo cierto es que 700 personas más marcaron la cruz en la casilla de la Iglesia en la última declaración de la Renta.
Sí, 706 más. Cerca de 37.000 personas en Zamora señalaron en 2023 la casilla de la Iglesia en la declaración de la renta. Pero dinero no es lo más importante. La alegría es esa aceptación social de la Iglesia de Zamora, que tiene su raíz en toda la ciudad y en toda la provincia. En el fondo, este dato revela que la gente agradece que su iglesia esté con su pueblo y con su gente.
¿Cree que esa aceptación va en paralelo con la transparencia en la gestión?
Creo que se valora que las cuentas estén claras. Las cuentas van a mejor, pero, sobre todo, lo que va mejor es la transparencia y el buen gobierno. Una persona que da un euro a la Iglesia tiene que saber dónde está y dónde va. Y todo el mundo tiene derecho a saber de algo que es suyo. El portal de transparencia tiene que ser real y un servicio a toda la gente. Yo creo que tenemos oportunidades para hacer bien las cosas. No ha habido sobresaltos en ese sentido. Desde que se pusieron las cuentas públicas, se ha mejorado y se han hecho más evangélicas. Hemos dado un giro para decir que esto hay que hacerlo desde la Doctrina Social de la Iglesia, con los criterios que nos da la Conferencia Episcopal.
¿Le quita el sueño la agitación que se vive en la Semana Santa en estos días?
Parece que estas circunstancias tienen mucha importancia mediática pero En la Semana Santa hay gente que trabaja, que quiere servir a Zamora, que tiene un profundo sentido eclesial y no podemos entrar en esa polarización que parece que hay en la sociedad. Eso de buenos y malos no va conmigo. Yo creo que estamos para servir, que la Semana Santa tiene un servicio importante en Zamora y que el obispo cuida la Semana Santa de la ciudad de Zamora y de toda la diócesis. Es decir, cuando yo tomo una decisión y hacemos un decreto, no solo es para un grupito, sino pensando en todos los demás. Ahora vivimos un período de interinidad y caminaremos.
Hace unas semanas, el Obispado anunció, sin fecha, la creación de un campus de la UPSA y la posible llegada de otras universidades. ¿Cómo va ese proceso?
Bueno, no es fácil que una institución venga y se asiente. Nosotros somos pequeños. En el conjunto, parece que contamos poco. La experiencia que voy teniendo es que las cosas, en Zamora, nos cuestan el doble de trabajo. Tenemos edificios y ganas de que aquí se asiente alguna experiencia universitaria. El compromiso de la Universidad Pontificia de Salamanca es el más efectivo y el que más cercanía tiene porque, además, yo estoy en la Comisión de Enseñanza y Universidades de la Conferencia Episcopal, porque me toca estar en ese diálogo muy cercano. Vamos a intentar que sea lo antes posible. Eso supone que el obispo de Zamora tiene que estar llamando, insistiendo y volviendo a insistir, pero no es fácil. Y otros proyectos ya no dependen de nosotros. Están fuera de nuestra gestión, por decirlo de alguna manera.
¿Qué significa para usted el Jubileo de la Esperanza, que empieza en 2025?
El Papa nos ha pedido que comience en toda la Iglesia universal el día 29. La Iglesia de Roma empezó el 24, con la apertura de la Puerta Santa de San Pedro y, los demás, el día 29. A las cinco de la tarde, en distintas iglesias, dará comienzo la primera estación. Iremos caminando y se van a abrir distintos espacios. Primero, la Catedral; en segundo lugar, la Casa de Betania, es decir, donde acogemos a las personas sin hogar, damos de comer al que no tiene. También vamos a tener un lugar para jóvenes y niños en el espacio de la enseñanza, en Benavente, la residencia de personas mayores que tenemos en el Seminario Menor de Toro y queremos un lugar rural, algún pequeño pueblo de 15 o 20 habitantes, que no hemos terminado de definir. En definitiva, vamos a sacar del templo el jubileo y vamos a tener lugares especiales y significativos de nuestra propia diócesis.
Según las exigencias de su profesión, ¿yo tengo más derecho a ser pecador que un obispo?
En realidad, el planteamiento es al revés: cuanta más responsabilidad da el Señor hacia el seno de la Iglesia, más pecador eres porque, además, más lo ves. Lo he dicho más de una vez en la homilía. Veo a la gente mejor persona que yo.
¿Puede haber algo de íntima vanidad, aunque solo sea por ascender en el escalafón clerical?
(Sonríe). Yo no soy ambicioso ni rencoroso ni vanidoso. Tengo otros efectos. Pero esos tres, desde luego, no los tengo. No pretendo ser lo que no soy. Cuando he estado en un pueblo pequeño, he sido el más feliz del mundo. Cuando he estado dando clase, el más feliz del mundo. Y yo soy feliz por ser el obispo de Zamora. Y, cuando veo Zamora, veo sus gentes, sus necesidades, lo que yo puedo hacer, humildemente. Cuando me equivoco, rectifico. El otro día, con todo este problema de la Semana Santa, salí bien temprano, con tres grados bajo cero, para que se me despejase la cabeza. Iba pensando y digo yo, en estos cuatro años, creo que me he equivocado más de lo que he acertado.
¿Fue algo natural o premeditado eso de intensificar de esa forma la relación con las instituciones públicas?
Yo he creído que el Concilio Vaticano II tiene una dinámica interna de renovación, de búsqueda del bien, y dice una cosa muy importante en Christus Dominus, la carta para los obispos, creo que en el número 13, que nos pide que dialoguemos con la sociedad, con la cultura, con la gente, que algo básico de ser obispo es el diálogo. Y el diálogo es, en primer lugar, tener identidad, y en segundo lugar, pero a la par, aceptar la identidad del otro y no entrar en confrontación, sino en la búsqueda de los caminos comunes.
¿Ese es el principio que ha llevado el Obispado a cerrar acuerdos con el Ayuntamiento presidido por Francisco Guarido, de IU?
Es que yo siempre me pregunto cuál es el camino común que podemos recorrer.
El día que salió a despejarse, con tres grados bajo cero, ¿cuántos de sus pensamientos se dirigieron a la Semana Santa de Zamora?
Yo creo que lo más importante son los objetivos que hay y lo más importante es que miremos a los próximos 25 años. La Semana Santa de Zamora, en todos los ámbitos, quiero decir, sus presidentes, sus juntas directivas, el obispo, la Diócesis, los hermanos de fila y toda la gente que la hace posible, quiere que esta ciudad emerja, a veces, de su postración, de su pesimismo, de la queja y de la resignación, que miremos el futuro con esperanza y seamos capaces de dar a los que vienen detrás lo mejor, todo lo que hemos recibido. Cuando yo me vaya o me jubile aquí en Zamora, o el Señor me llame a su seno, quisiera decir, Señor, he hecho este bien por Zamora. Sólo me importa el bien de esta ciudad, de esta diócesis, a la que amo entrañablemente.
¿El mensaje es más poderoso cuando equilibra la parte evangélica con la parte social, la de ‘a mí me importa Zamora’?
Claro. Es que, tal y como el Papa nos repite constantemente, la Iglesia quiere el bien de los demás. Yo soy, además, de Teología Espiritual. Lo que me sale es dar un retiro, una meditación, que es a lo que me he dedicado, fundamentalmente. El mensaje evangélico es siempre de vida, de ayuda y de esperanza. Si un cristiano, en Zamora, no hace progresar esta diócesis, ¿qué haces?, ¿para qué sirves?
En medio de la lucha contra la desinformación a través de las redes, el conformismo y la religión individual, ¿qué puede hacer un obispo para que no quede en segundo plano el sustrato espiritual de la Navidad y la Semana Santa?
Personalmente, yo nunca me propongo luchar contra, sino proponer a favor. Entonces, el plano es en positivo y resulta siempre más efectivo. Decía san Francisco de Sales que se gana un alma mejor con miel que con hiel. Entonces, yo creo que es mejor ser propositivos, servir y ponerse al servicio de los demás. Después de la visita pastoral y de haber hablado con casi todos los alcaldes de la zona de Sayago, le dije al ecónomo, que cualquier alcalde que venga haciendo una petición, que nunca se vaya sin haber llegado a un acuerdo. Otro estilo es darle con la puerta en las narices pero esta casa es para el encuentro, el diálogo, el bien, colaborar y trabajar.
Se lo pregunto de otra forma: ¿La idea de ‘os ha nacido el Salvador’ puede competir con el centollo y los percebes?
Yo creo que mi labor como obispo, nuestra labor como Iglesia, es mostrar la maravilla de lo que decía San Francisco de un Dios humanado, es decir, de un Dios que se pone a la altura del otro. Jesús no luchaba contra el centollo y el percebe, ¿me explico? Y yo no he comido nunca percebes. Pero tampoco está en contradicción el que la mesa se comparta, se celebre y se haga fiesta. Para Jesús, la mesa era muy importante, tan importante que nos dejó una cena como memorial suyo. A veces hay que reprender, pero con caridad y con humildad. Para mí, todas las Navidades de Zamora son entrañables. El 24, por la tarde, tomo en la Casa de Betania un café con la gente sin hogar, escucho sus experiencias. Y yo digo la mía, compartirla, que se te llenen los ojos de lágrimas y decir que lo más hermoso de esa noche, aparte de celebrar la Eucaristía, es ese abrazo y ese beso que recibo de estas personas.
¿Terminamos con un mensaje navideño?
Que la Navidad, frente a todo lo que hemos dicho, sea un espacio para compartir, para aceptar al otro, para que nos demos cuenta de la necesidad del que está a nuestro lado y que seamos solidarios y generosos. Recibimos siempre el ciento por uno y es tiempo para hacerlo presente y real. La Navidad siempre tiene un marco de ternura exquisita que es la sonrisa de un niño. Hay que dejarse abrazar por Dios. Os deseo un tiempo de alegría, de compartir y que sea una feliz y santa Navidad.