Jugando con fuego
Javier A. Muñiz / ICAL
La fina línea que separa el entretenimiento de una enfermedad es a priori conocida por todos, pero puede acabar siendo imperceptible para cualquiera. Una pulsión irrenunciable que pone en jaque el amor propio, y por el prójimo, y que desbarata las prioridades vitales conduciendo a situaciones extremas. A menudo, insospechadas. El juego patológico es un trastorno adictivo que, aún sin sustancia, representa un peligro comparable a cualquier otra adicción. El uso de terapias resulta imprescindible para la rehabilitación de los afectados que, por desgracia, son cada vez más jóvenes.
Bien lo saben en Asaljar, la Asociación Salmantina de Jugadores de Azar Rehabilitados, que trabaja por la reinserción social de jugadores patológicos. Lo hacen a través de grupos de autoayuda, que coordina una psicóloga y que cuentan con la participación, como monitores, de jugadores rehabilitados. Figura clave en el progreso de quienes están inmersos en esta adicción. Ese enriquecimiento mutuo entre personas con distintos grados de dependencia y quienes han iniciado el camino inverso es fundamental para que comprendan, por un lado, que es posible salir de ahí, y por otro, que nunca hay que bajar la guardia.
Un camino que atraviesa distintos filtros y que arranca con una llamada telefónica para entrevistarse con un monitor de acogida. “No eres un ser extraño. Yo he pasado por lo mismo”, es el mensaje. Después pasan una entrevista clínica para evaluar su perfil antes de adscribirse al grupo. La directora técnica de Asaljar, y una de las psicólogas que coordina las terapias, es Luisa Ventola, quien destaca la importancia de contar en el proceso con algún familiar para poder discernir la información “subjetiva”, o aquella que, directamente, el adicto “oculta”. “Es importante que enseñemos a su entorno a detectar y controlar situaciones porque a menudo no saben qué hacer”, explica.
Lamentablemente, la pandemia ha obligado a retirar a los familiares de la ecuación. Todo un hándicap. Sin embargo, con grupos más reducidos, una vez incrementadas las restricciones, la terapia se ha trasladado de nuevo al formato online. Antes, las sesiones contaban con una treintena de personas y se podían prolongar durante más de tres horas. Si bien la ansiedad por el confinamiento ha podido incrementar los problemas con el juego fuera de la asociación, en Asaljar celebran que, en todo este tiempo, “no ha habido ninguna recaída”. Un dato muy significativo habida cuenta de que no hay juego presencial, pero se ha potenciado el juego online.
Cada vez más jóvenes
“Un adicto al juego, necesita juego”, resume Ventola. Y lo va a buscar. En ese contexto, los formatos en línea están representando un peligro acuciante en los últimos tiempos por su accesibilidad. Además, la proliferación de las nuevas tecnologías está disminuyendo drásticamente la edad media de las personas que ingresan. Cada vez son más y más jóvenes. “En un principio tratábamos al jugador presencial de entre 35 y 40 años, y ahora tenemos gente a partir de 18 años. Menores no integramos, pero sabemos que es en la adolescencia donde muchos comienzan a jugar”, alerta.
Asimismo, Luisa Ventola advierte sobre el peligro de los videojuegos y su creciente inclusión de formatos de juegos de azar. “Es la manera en que las empresas del juego manejan ese traspaso y se aseguran tener jugadores a medio y largo plazo”, denuncia. La psicóloga recuerda que el juego está clasificado como “una adicción como otra cualquiera”, aunque sin sustancia, porque “afecta a las mismas ondas cerebrales”, y sin embargo lamenta que “la sociedad sigue siendo muy tibia”. “Los juegos de azar no son un pasatiempo lúdico sin más. Pueden tener un inicio sin más, pero luego condiciona la vida de las personas”, sentencia.
Asajar acoge a gente de Salamanca y provincia, pero también de las vecinas Ávila y Zamora, ya que carecen de asociación. En suma, se nutre de personas cada vez más jóvenes, aunque en su mayoría son varones. Porque según los datos ofrecidos a Ical por Asaljar, apenas cinco mujeres asisten actualmente a terapia entre los dos centenares de personas que están atendiendo. “Como siempre, hay ese doble rasero social y el juego está peor visto en mujeres”, reflexiona la psicóloga, mientras sugiere que a la hora de ayudar a la pareja esta tendencia se invierte.
Mensajes peligrosos
Luis Ventola considera que cuando uno empieza con las drogas o el alcohol “todo el mundo tiene claro que es peligroso”, pero cree que con el juego no pasa. “La gente se cree que es diversión y dinero. Eso para los jóvenes es un mensaje muy complicado de metabolizar porque es exactamente lo que muchos buscan. Mientras, los padres creen que no es tan peligroso hasta que ven la peor cara”. Por eso, critica a quienes piensan que las alertas “son exageraciones” porque “su concepto del juego sigue anclado en la 'tragaperras' del bar”. “Creen que los chavales se meten en una sala deportiva y se lo pasan bien, pero el juego siempre tiene la misma secuencia. Comenzamos en un punto, pero acabamos sin darnos cuenta en el otro”.
'Juega bajo tu responsabilidad'. ¿Quién no ha visto ese mensaje publicitario? Pero en Asaljar tienen muy claro el riesgo de predicarlo. “Eso es desconocer cómo funcionan las adicciones. Precisamente lo que pierden los jugadores patológicos es la responsabilidad. Tienen un problema de control de impulsos. Es una frase draconiana y vergonzosa”, zanja la directora, mientras advierte que el juego online tiene cada vez más peso y a los jóvenes ya les es familiar. “Antes tenían que salir para jugar, les podían ver, pero ahora no necesitan ningún esfuerzo”, advierte.
Según explica, la cara más visible del juego es lo que llama “el aviso del dinero”. “Cuando tienen deudas piden créditos o roban. Como cada vez necesitan más, cada vez les pueden pillar antes. No todos los que juegan desarrollan la adicción, pero cuando pierden el control de su vida, les cambia el carácter y los intereses. Llevan una vida absolutamente paralela. Llegan a rechazar hasta a sus hijos porque están en otro mundo. El jugador en activo es incompatible con una vida normal, afectiva y responsable”, resume.
De hecho, jugar y después dejar de hacerlo “puede parecer fácil”, pero en Asaljar saben que “no es tan simple” y que hay que rehabilitarse, tanto a nivel personal como de pareja, y también social y laboral. En este sentido, recupera como ejemplo la historia de un mujer que pasó por sus terapias y que cogía tres autobuses distintos para ir a jugar al bingo, a pesar de ser discapacitada y moverse en una silla de ruedas. “Hasta ese punto la condicionaba. Qué necesidad tendría para romper todas esas barreras solo por jugar”, se pregunta. Y recuerda que su marido firmaba para poder endeudarse “una y otra vez”, por lo que “había generado una enfermedad también a su familia”.
La banca siempre gana
El pasado mes de noviembre, el Ministerio de Consumo limitó, mediante decreto, la emisión de publicidad de casas de apuestas a la franja horaria entre las 01.00 y las 05.00 horas. Además, impidió que se exhiba en las camisetas de clubes deportivos. “Sería inasumible hoy en día que anunciaran productos como el alcohol o el tabaco del mismo modo que publicitan el juego. Yo sigo viendo que está ahí de forma 'machacona' a cualquier hora y se nos sigue confundiendo deporte y juego. Poco menos que parece que si apuesto estoy practicando deporte. Eso hay que erradicarlo sí o sí, si queremos tener una juventud saludable y sana”, denuncia la directora de Asaljar.
En suma, advierte sobre los youtubers que “están jugando todo el día”, porque si los niños lo hacen generan “rasgos de impulsividad y ansiedad”. Necesitan un estímulo y una respuesta inmediata. “Los gurús de Silicon Valley venden que sin tecnología no se puede vivir, pero mandan a sus hijos a colegios convencionales y prohíben a sus cuidadores dejarles un móvil a mano”, insinúa. “Lo hacen porque saben que es claramente adictivo. Hay que poner freno. Yo no digo que no se utilicen las tecnologías, pero hay que ser muy cuidadosos en el control cuando vemos, por ejemplo, que los niños se cabrean”, reclama.
En resumen, recuerda que “la banca siempre gana y el que pierdes eres tú”. Ventola insiste en que la sociedad no debe ver los juegos de azar como “algo lúdico”, sino “potencialmente peligroso”. “Lo menos importante es el dinero. Son años de vida perdidos, familias rotas y futuros inciertos”. Por esas razones, implora que la gente del entorno de un enfermo no se ponga la venda. “El peor favor que le puedes hacer a una persona que tiene un problema es hacer como que no lo tiene”, concluye.
El infierno de Javier
Javier es salmantino, tiene 48 años y es comercial. Es ludópata. Su vida cambió un 24 de diciembre durante una Nochebuena que resultó no serlo en absoluto. Tenía solo 16 años. “Lo típico. Estás con los amigos y echas a la 'tragaperras' la moneda que te ha sobrado. La mala suerte es que me tocó la especial”. Aquellas 10.000 pesetas fueron su perdición. “Vi el mundo abierto, era el rey del mambo”, dice. Así que volvió. Primero en compañía y luego solo. No dejaría de hacerlo.
Al principio compaginaba su condición de jugador compulsivo con un trabajo de camarero y también con sus estudios. Apenas contaba 17 años, pero ya cometía pequeños robos. Con 20 empezó a relacionarse con otro tipo de gente y comenzó a acudir a partidas de póker y de dados. La bola solo había empezado a engordar y, mientras, con solo 22 dejó a una chica embarazada.
“Me casé forzado y me tuve que poner a trabajar con mi hermano. Las que lié fueron impresionantes”, reconoce. Tenía llave de la empresa y robaba por las noches para poder jugar. Cuando fue descubierto se quedó en la calle. De forma paralela, su matrimonio fracasó porque también había faltado dinero en casa. Desesperado, trató de quitarse la vida. “Me tiré desde un tercero, pero hubo un bombero que me salvó la vida. Si me encontrara con él, me gustaría darle las gracias”, recuerda emocionado a Ical. Ingresó en Psiquiatría.
Años después conoció a otra pareja mientras trataba de reconducir su camino. Pero en realidad mantenía una doble vida. “Llegué a ganar un millón de pesetas en una nómina que me duró diez días. Todo en máquinas 'tragaperras'. Era un caos absoluto. Solo deseaba morirme porque sabía que mi vida era un desastre. Me arrepiento de todo lo que hice en aquella época. Y sé que somos enfermos, pero los actos son actos y tienen consecuencias”, reflexiona. Javier recuerda una noche por entonces en la que salió llorando de un bar después de dejar 300.000 pesetas en la máquina. “Quería decir basta, pero algo dentro de mí me empujó a un cajero y saqué más dinero para seguir jugando”.
Esclavo de sí mismo
Entró en Asaljar en el año 2000 tras haber cometido todo tipo de actos delictivos, vejaciones a seres queridos y otras “barbaridades” de las que no se siente orgulloso. Estuvo un año sin jugar, pero su cerebro “seguía funcionando como el de un ludópata”. Una noche en una convención en Valladolid recayó y recuperó el tiempo perdido en apenas cinco días. “Regresé a la asociación bajo condena de cárcel por robo, pero realmente iba a calentar la silla. Por contentar a todo el mundo. Yo me divertía jugando, me encantaba la adrenalina y el éxtasis. Además era alcohólico y cocainómano. Seguí mi ritmo de vida igual. Era un egocéntrico, un egoísta, y tenía una soberbia impresionante”, reconoce.
Sin embargo, Javier siguió acudiendo a las reuniones de Asaljar. “Y doy gracias porque siempre se me quedaba algo y todo lo que había aprendido me fue muy bien cuando quise cambiar”, explica. Estuvo entonces cinco años sin jugar. Después encontró un trabajo en el norte y volvió la decadencia. “Mi expareja y mi madre me controlaban, pero al estar solo regresó el desfase de alcohol y drogas. Creo que no jugué ninguna vez, pero no lo sé porque tengo muchas lagunas”. Fue una de las épocas más convulsas de su vida. Confiesa incluso que llegó a cometer un delito de trata de blancas. “Me relacioné con el mundo de la prostitución y y llegué a hacer tráfico de mujeres. Por entonces estaba buscado en Salamanca por personas muy peligrosas”, recuerda.
La redención
El sótano en el que había instalado su vida no paraba de oscurecerse. “Mi padre murió en un accidente de tráfico y mi madre fue a la UVI. Una semana después yo estaba en la barra de un bar haciendo un estriptis totalmente borracho, con mi madre debatiéndose entre la vida y la muerte”, lamenta. Precisamente fue otro episodio con ella como triste protagonista lo que le hizo cambiar definitivamente. Fue el 18 de febrero de 2017 cuando dijo basta. Para entonces iba a una terapia de la Junta y ese día llegó tarde tras “toda la noche de fiesta”. Cuando su madre se lo reprochó la emprendió a golpes con ella y tuvieron que reducirle. Solo entonces tomó conciencia de la gravedad de su situación. “Cuando la vi en el suelo pensé que hasta aquí había llegado. Que no podía ser”.
Por fortuna, al poco tiempo de aquello conoció a la hoy es su mujer y con quien aún convive. “Le conté toda mi vida y decidió quedarse conmigo y apoyarme”, celebra agradecido. Con ella tuvo a su segunda hija, de cuatro años, para la que hoy es “un héroe”. Sin embargo, cuenta arrepentido que su hijo, del anterior matrimonio, le llegó a tener pánico y no se quería ni acercar a él.
Ahora, Javier es monitor en Asaljar y está muy orgulloso. “Decidí no ocultarme. Digo con orgullo que controlo lo que hago y lo que digo. Quiero aportar a los jóvenes. Les digo que si es que quieren ser unos miserables a los que nadie quiere ver. La vida es muy bonita y todos hemos hecho cosas, pero no podemos vivir del pasado. Y la terapia es nuestra medicación, nuestra vacuna”, reafirma. Mientras, deja sus pensamientos por escrito para que no se los lleve el viento. “Sé que mi experiencia puede ayudar a los demás”, cuenta. Y tiene razón.