Crónica de un botellón: cuando perder el control forma parte del juego
EL ESPAÑOL - Noticias de Castilla y León se acerca a esta realidad a través del testimonio de una joven universitaria
21 octubre, 2021 07:00Es viernes. Última hora de clase. Los alumnos esperan impacientes a que suene el timbre. Ya no atienden. Su cabeza está pensando en los planes del sábado. Más en concreto, en la noche del sábado. Todo comienza con las miradas cómplices desde los asientos del centro donde estudias, que todos entendemos como si de un código particular se tratase. No nos hace casi falta ni decirnos nada.
Suena la esperada campana. Y el único tema ya del que se habla es "el plan del sábado". Dónde quedar para beber, quién compra el alcohol y quiénes vienen.
Sábado por la mañana. Los planes se van concretando. Whatssapp es el canal a través del cual planificarlo todo. Puedes recibir más de 40 mensajes en un minuto. Emojis. Emoción. Compartir qué te vas a poner y cuánto dinero tenemos en común para comprar alcohol. Los dedos teclean en el móvil a velocidad de vértigo para responder a tiempo a todos. Dejar sin contestar un mensaje puede interpretarse como que ignoras al remitente.
La planificación para que el botellón salga adelante se hace minuciosamente. La noche tiene que valer la pena. Todo tiene que estar organizado como una empresa.
A las 21 horas se ven grupos de jóvenes alborotados decidiendo qué van a comprar en los supermercados mientras calculamos si nos llega con el dinero que tenemos. Algunos, además de estudiar, también trabajan, pero la mayoría, depende de la propina de los padres.
Se escucha el 'tintineo' de las botellas en los carritos metálicos del supermercado. Allí el alcohol es más barato. Para algunos, lo importante es beber todo lo que se pueda por cabeza sin atender a ningún otro criterio. A la salida se encuentra el resto del grupo que espera con impaciencia que comience la fiesta de la borrachera. El alcohol como vehículo necesario para asegurar la diversión.
Comienza la noche
La noche ya está servida. Cada grupo coge sus bolsas y se dirige al lugar acordado: un parque, un descampado, o un jardín por el que habitualmente no pase la policía. Los más osados y experimentados deciden hacer el mítico botellón en la calle. Otros, mientras, prefieren estar más tranquilos en el piso de algún amigo. Imprescindible que los padres se ausenten esa noche. Algo que se planea con suficiente antelación.
Nada puede fallar. Sin embargo, el objetivo de la noche es el mismo: beber. Y, para algunos, hacerlo hasta que el cuerpo no aguante. Nadie considera una opción los comas etílicos o el simple hecho de perder absolutamente el control sobre uno mismo. De hecho, perderlo, forma parte del juego para algunos.
En la calle, los jóvenes caminan impacientes para encontrar el rincón donde empezarán a mezclar unas bebidas con otras. Cuanto más rápido sea el efecto, mejor. Porque el alcohol hace que te desinhibas. Te ríes más rápido, te acerca más a tus amigos, rompes barreras. La timidez pulverizada a golpe de copazo.
Hace frío. No pinta una noche agradable. Pero eso da lo mismo. Ya ni se nota. Mientras se beba, lo demás es secundario. Todo empieza normal. Risas por aquí, algún que otro grito, se escucha la típica frase de "tío, esto está súper cargado", pero a medida que la noche del sábado va avanzando, el descontrol se hace evidente en quienes menor resistencia tienen al acohol.
Para algunos, la situación va empeorando: empujones, malas formas, insultos y quien se ríe del que no bebe lo suficiente. El alcohol está haciendo sus efectos. Unos se gritan entre ellos, otros no saben de qué se ríen y también están aquellos a quienes el alcohol se convierte en la llave con la que descorchar su timidez al mundo para hacerle unas confesiones al de al lado, de las que se arrepentirá probablemente mañana.
Las chicas ya no controlan lo suficiente. Ya no saben si quitarse los tacones o sentarse en medio del parque de cualquier manera. Al fondo, hay chicos que se ríen porque a una se le ven las bragas. Pero eso ha conseguido, también, ponerle tensión a la noche. Ya hay uno vomitando detrás de un árbol. También es motivo de burla. Aquí no se salva nadie. Todo ello servirá para tener de qué hablar en clase o por whatssapp, hasta el sábado siguiente.
La noche va decayendo cada vez más. Las caras desencajadas sustituyen a las caras frescas y los cabellos engominados de las 21h. Los chorretones del rimmel se convierten en una forma de medir el grado de borrachera de cada cual.
Se nota rápidamente quiénes son veteranos y quiénes novatos. Adolescentes que se enfrentaban a su primer botellón, hoy no han dejado ni gota en sus copas. La presión del grupo en estas edades es como una losa. Las miradas de los jóvenes están perdidas, no aciertan a hilar una frase con otra, y sus cuerpos comienzan ya a andar tambaleándose. No todos. Siempre hay quienes controlan lo que beben. Unos por convencimiento, pero la mayoría por evitar una bronca de sus padres.
Son las tres de la madrugada. Poco a poco el parque va quedando vacío. La hora de ir volviendo a casa para los más jóvenes -generalmente de entre 14 a 16 años- ha llegado, y entre ellos hablan de las tretas que cada uno tiene para disimular "la borrechara que llevan encima" cuando entren por la puerta.
La mejor solución es echar todo lo ingerido. Los parques parecen un circo de puertas abiertas. La noche avanza y cada vez quedan menos chavales en pie de guerra. O simplemente en pie. Las temperaturas bajan y el tiempo no mejora. Los que pasan de 18 años deciden abandonar el parque para rematar la noche en la discoteca. Que siga la fiesta. Cada vez quedan menos. A última hora quedan los de siempre.
Va pasando el sábado y se abre el telón del escenario inevitable del botellón. Vasos de plásticos por los suelos y restos de alcohol en bancos, parques y descampados.
Caminas y lo único que escuchas es el sonido de los cristales al crujir en las suelas de tus zapatos. Volvemos a casa. Cuando amanece, los que se han quedado toda la noche como campeones, regresan a su domicilio. Dormirán hasta entrada la tarde.
El domingo ya es sólo el día que comienza la cuenta atrás para el siguiente botellón. El lunes, nos vemos en clase.