Un compañero de cuatro patas se ha convertido en el ángel de la guarda de Jorge e Isabel. Él padece epilepsia y ella es diabética. Nunca imaginaron que el ladrido del perro alertando de una crisis, gracias al olor que desprenden, se convertiría en una importantísima solución para ellos. O, mejor dicho, en un salvavidas.
Jorge lleva desde los 18 años teniendo epilepsia. A ello se le suma que es farmacorresistente; es decir, que los tratamientos no siempre hacen efecto en él. Por ello, su perra de alerta médica Mallén es su mejor medicina. Quizá pueda parecer novedoso que los perros ayuden a las personas con epilepsia, pero es una realidad.
Todo comienza en Canem, una empresa ubicada en Zaragoza que se dedica a seleccionar, educar y adiestrar perros para que estén preparados ante este tipo de alertas. Durante los primeros meses de vida, por las tardes aprenden estas técnicas y, mientras, una familia de acogida cuida de ellos amablemente. Una vez los han educado, los entregan a sus dueños.
Jorge conoció a Mallén en agosto de 2022. Fueron a Zaragoza a recogerla, sin saber que se convertiría en su mejor doctora. “Me hace un marcaje y detecta desde las crisis más grandes hasta las más pequeñas”, afirma. Cuando le está dando un episodio de epilepsia, emite un olor que se llama Isopreno y, gracias a ello, 10 o 20 minutos antes le avisa: “Te da tiempo a ponerte a salvo”.
Antes de tenerla, Jorge ha sufrido heridas “serias”. Él ve que algo “está pasando y te sientas”. Pese a que al principio le costaba “un poco entenderlo” ya que “nunca había tenido perros”, ahora asegura que lo capta a la perfección. “Te mira fijamente varias veces y olfatea. Da un salto grande. No deja que le acaricien porque es un momento de trabajo para ella. El ladrido es muy fijo, muy serio”, explica Jorge.
Lo mismo le sucede a Teresa con su perro Denuy. Ella es diabética y el vínculo que tienen es algo más largo, de tres años. En su caso se podría decir que fue el destino quien quiso cambiarle la vida. Estaba de visita en Zaragoza y, al ver a un perro guía, se preguntó si habría alguno para ella. Sin saber que estaba precisamente en el lugar perfecto.
Tanto las personas con epilepsia como las personas con diabetes emiten el mismo olor. Cuando es fuerte, “se pone a ladrar sin parar”. No solo eso, sino que “empieza en bucle, salta, te da con la pata y si puede, se engancha al jersey para que te des cuenta”.
Lleva 24 años con diabetes y para ella es “una gran ayuda, un ángel de la guarda”. Se siente “completamente a salvo” porque desde por la mañana hace marcajes y sabe que no esté en riesgo en ningún momento.
“No lo cambiaría por nada. En estos tres años es la mejor cosa que he podido hacer. Es un compañero de cuatro patas que me ayuda”, asegura. Asimismo, cree que es una grandísima ayuda para los niños más pequeños porque les alerta de, por ejemplo, que es momento de comer algo y puede ser una buena salvación.