Era una joven universitaria llena de inquietudes cuando, gracias a una peregrinación que para ella tan solo era una oportunidad perfecta para viajar con sus amigos por Europa, se adentró en el mundo de las misiones de la mano de la comunidad Verbum Dei.
A raíz de ello, empezó a participar en más escapadas y campamentos hasta que en un momento de oración Jesús le dijo: "Te he hecho a ti". Entonces lo vio claro. Supo que, pese a las dudas, los miedos y el tener que renunciar a muchas cosas, lo que realmente quería era hacerse misionera para poder cambiar el mundo y construir el reino.
Tuvo que dejarlo todo para entregar su vida a las misiones. Y es que, aunque no le resultó nada fácil, después de 30 años de trayectoria puede afirmar con total seguridad que le ha merecido la pena y que es lo mejor que le ha pasado en la vida. De hecho, piensa dedicar el resto de sus días a ayudar a todo el que se le ponga en el camino, siempre y cuando Dios se lo permita.
Esta es la historia de Maga Tamayo, una madrileña que tras pasar por Bolivia, Honduras, Guatemala, Brasil y Argentina, donde ha aprendido a "querer con un amor incondicional", ahora desempeña su labor en Valladolid.
P. ¿Cuándo, cómo y por qué decide dejar su vida para dedicarse a las misiones?
R. Yo era la típica universitaria que estaba con mis salidas, mis amistades, mis viajes. Tampoco es que viniese de una familia muy creyente, pero internamente estaba con rebeldías con la fe por cosas que no me terminaban de convencer, aunque también con una inquietud de querer hacer algo por los demás. En ese momento yo estudiaba Ingeniería en Sistemas en Madrid.
Cuando el Papa Juan Pablo II organiza la JMJ en 1991, me fui con la comunidad de las misioneras Verbum Dei a la peregrinación porque tenía amigos que estaban metidos en el ambiente y me invitaron. Si te soy sincera, mi motivación era viajar por toda Europa y muy barato, no era ni la fe ni la religión, aunque tuviera muchas inquietudes y búsquedas existenciales del sentido para la vida.
Más adelante tuve la oportunidad de participar como monitora en campamentos con niños hijos de prostitutas, drogadictos, papás en la cárcel, etc. En uno de esos campamentos un niño de 11 años sacó dos cuchillos y se los puso en el cuello a uno de los monitores. Esa escena, que solo la había visto en las películas, a mí me revolvió entera, entonces en ese momento, aunque yo era agnóstica, fui a una pequeña gruta para gritarle a Dios: “si eres un Dios bueno, por qué permites esto”. Y ahí quedó.
Estando en la Universidad me volví a ir un mes de misiones y ahí es cuando yo entendí que en un momento de oración Jesús me dijo: “Maga, te he hecho a ti”. Para mí fue un quiebre muy fuerte de entender que yo estaba en el mundo justamente para poder cambiar el mundo y crear el reino más adelante, así que empecé a participar en las actividades del Verbum Dei y al año siguiente fue cuando me di cuenta de que esto me llenaba mucho y me hacía muy feliz, y cuando me planteé hacerlo toda la vida, así que terminé dejando la universidad en octubre del 92 para entrar en la comunidad como misionera. Ahora acabo de cumplir 31 años desde que entré en la comunidad.
Entra un poco de vértigo porque supone dejarlo todo, pero había una fuerza y una pasión que eran imparables.
Una vez que entré en la comunidad comencé la formación en Valencia, dos años y medio; después me fui un año a Loeches y al año siguiente, en el 96, ya me fui a Salamanca, donde estuve diez años hasta 2006, primero formando a otras misioneras y a laicos, sobre todo universitarios, con los que me iba a Bolivia y a Honduras; y después estudiando Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca (UPSA).
P. ¿Cómo se lo tomó su familia? ¿Se sintió apoyada?
R. No mucho. Fue difícil. Mi abuela, que era la católica y la que practicaba, me dijo que si no podía ser como todos, ir a misa los domingos y ya, porque para ella fue como un desgarro enorme desprenderse de su nieta. Y para mi madre también fue muy doloroso porque sentía que me perdía, pero que si era lo que quería lo apoyaba.
Luego para mis hermanos fue un poco shock y para amigos también. Los que estaban más metidos en la iglesia me felicitaron y luego otros era como: “no, no te vayas”.
Por eso yo tenía mi lucha interior y mis dudas, pero había una pasión, un convencimiento y un encuentro con Jesús tan fuerte que podía a todo lo demás. A mí me daba una alegría inmensa, era como: “esto, aunque suponga renuncias, vale la pena”. Ahora pienso que la llamada que Dios me ha hizo a ser misionera es lo mejor que me ha pasado en la vida porque el poder vivir con los ricos y los pobres, poder estar ahí, poder aportar lo que tienes, acompañar en el sufrimiento a la gente y tener una palabra de aliento para ellos, no tiene precio. Eso es un tesoro que cuando lo compartes se multiplica
P. ¿Alguna vez se ha replanteado dejar de ser misionera?
R. Si, sobre todo al principio. Claro que ha habido dudas de yo qué hago aquí y para qué me he metido en esto si a mí me encantan las motos, la playa, viajar…, pero hay algo que se hace como más fuerte. La duda es una pluma y lo otro son quintales de amor, de alegría y de un gozo profundo.
P. ¿En qué países ha ejercido como tal?
R. He estado en Bolivia, en Honduras, en Guatemala, en Brasil y sobre todo en Argentina, que estuve 11 años.
P. ¿Cuál es el destino que más le ha marcado? ¿Por qué?
R. Argentina por todos los años que he estado allí, aunque cada uno a su manera. En Honduras he visto una generosidad como en pocos lugares he visto. He visto mucho sufrimiento, pero a la vez una pobreza alegre porque son gente con una capacidad de amar muy fuerte. En Guatemala como un sufrimiento amargo, con todavía mucho miedo en el cuerpo por el conflicto armado; y Argentina ha sido un lugar donde yo he sentido que he podido entregarme del todo. Para mí ha sido como ser ese Jesús del siglo XXI que en vez de caminar las calles de Galilea caminaba las calles de Argentina.
P. ¿Cuál es el peor recuerdo que tiene de sus más de 30 años como misionera?
R. La situación más dura que viví fue en Centroamérica. La hermana de una chica que estaba en nuestros grupos mató a sus dos hijos y después se suicidó ella. Recoger a la hermana y tía de los niños, que estaba destrozada y paralizada, cruzar el país con ella y llevarla hasta su casa para velar a sus familiares con sus papás destrozados, ha sido para mí el momento más duro.
P. ¿Qué aprendizaje se ha llevado de todas sus experiencias como misionera?
R. He aprendido a amar y a querer con un amor incondicional, he aprendido a querer a unos y a otros y a tener relaciones preciosas con los obispos en relaciones de hermanos. Poder querer a las personas cuando te están contando su vida, poder decirles lo valiosos y capaces que son, y ver cómo de verdad se anclan en Dios para salir adelante y transformar sus vidas.
P. ¿Cómo consigue que la gente se deje ayudar? Porque supongo que se habrá encontrado personas reacias a ello.
R. Lo primero siendo auténtica. No hay falsedad en lo que digo, lo digo de corazón porque así lo creo, entonces mis palabras ya no son ideas, no son teorías, no son dogmas o doctrinas, es que yo te estoy diciendo que tu vida bien vale mi vida y que yo te miro y así te veo. Y si yo, siendo humana sé mirarte así, cuánto más Dios que ama infinitamente más. Esa autenticidad traspasa y llega. Saben que no es ni falso ni una cosa bonita para tranquilizarles, es que voy en serio. Pero no es magia, hay mucha escucha, que la persona pueda volcar todo su dolor y sufrimiento, y darle ‘tips’ para que encuentre un ambiente sano.
P. ¿Hay algo que le gustaría haber hecho y que no ha llegado a hacer por dedicarse a las misiones?
R. Ahora, recogiendo el fruto de estos 31 años, no me quedo como con ese vacío de decir: “Uy, me hubiera gustado esto o lo otro”. Sí tenía una espinita clavada que era formarme en psicología, porque cuando me acercaba a las personas, a sus realidades y a sus sufrimientos me daba cuenta de que con el nivel espiritual se me quedaba corto. Había herramientas que yo no alcanzaba a poder aportar. Pero esa espinita me la saqué estudiando un máster en psicología humanista integrativa y un diplomado en acompañamiento psicoespiritual. Para mí fue un regalo porque en estos últimos años he incorporado toda esta beta de la psicología y ahora puedo tocar la intimidad y curar el corazón herido de la persona, no solo con el amor de Dios, sino también con las herramientas que la psicología nos ofrece.
P. Es de Madrid, ¿por qué está en Valladolid?
R. Al pertenecer a una congregación, las responsables nos van moviendo en función de las necesidades. Aquí en Valladolid había tres misioneras, pero una se marchaba, entonces me propusieron venir porque se necesitaban manos para tanta labor.
Aquí lo que hago es acompañar a las congregaciones en convivencias y ejercicios espirituales para jóvenes universitarios y también por otro lado para adultos.
Yo estoy recién llegada, llevo dos meses en Valladolid, entonces todavía no me ha dado a hacer los contactos. Es verdad que me encantaría volver a Honduras y a Argentina, pero ahora lo que deseo es poder insertarme aquí en Valladolid y vivir mi misión aquí con la gente, por ejemplo, dando charlas, que me encanta, para que a través de mis palabras y de mis gestos yo pueda alcanzar el corazón de otros y ser consuelo y ayuda para ellos.
P. ¿Hasta cuándo piensa seguir dedicándose a las misiones?
R. Toda la vida, hasta que me muera si Dios me lo permite.
P. ¿Qué visión cree que tiene la sociedad española de los misioneros?
R. Creo que los adultos de 40 para arriba reconocen, valoran y admiran al misionero, lo que la persona misionera significa y que es capaz de dejar para ayudar, pero me parece que de 40 para abajo no. Quizás sea porque se ha perdido un poco la fe y porque ahora hay más indiferencia con la religión porque se han introducido muchas ONG`s, pero sí es verdad que se ha perdido lo que es realmente el misionero, que no es ni un trabajo ni un voluntariado, sino la entrega de la vida.
A mí lo que me gustaría es que se tenga más en cuenta que esta realidad existe y que hay gente que ha dejado todo para meterse en lugares inhóspitos con realidades sociales muy crudas. Y creo que, si los jóvenes tuvieran más presente lo que significa el misionero, a muchos les despertaría esa atracción y todos sumaríamos para construir el reino.