Miguel es doctor en Astrofísica y trabaja en un equipo multidisciplinar de ingenieros, astrónomos y matemáticos que ha pasado los últimos ocho meses investigando una región cercana a la nebulosa Helix. Después de reunir y analizar todos los datos, redactan el correspondiente artículo científico y se preparan para hacer público su hallazgo. "Aquí es donde empieza el lío", confiesa entre risas y después de haberle asegurado varias veces que su identidad quedará en el anonimato.
A pesar de la evidente crisis editorial en otros sectores, la industria de las publicaciones científicas -"porque es una gran industria", recalca el astrofísico- genera cada año más de 10.000 millones de dólares en beneficios obtenidos de la publicación de aproximadamente dos millones de artículos.
La clave para conseguir estas cotas de rentabilidad se basa en haber creado el negocio perfecto en el que apenas existen los costes: ni los autores ni los revisores de los textos cobran nada por su labor. De hecho, lo más frecuente en muchos de estos revistas científicas es que el autor tenga incluso que pagar por publicar su artículo.
Imagina que un productor de Hollywood consiguiera que los actores, el director y hasta el compositor de la banda sonora hicieran una película gratis, o incluso que tuvieran que pagar por aparecer en ella, y que después comercializase esa película cobrando también a los espectadores... así funciona el negocio de las editoriales científicas, explica Miguel.
Sage, Elsevier o Springer son nombres que pasan desapercibidos para el común de los mortales, pero en el mundo científico controlan cientos de publicaciones que abarcan un amplio abanico de materias científicas. La propia naturaleza de la ciencia moderna obliga a que cualquier investigación sea accesible a todos; sin embargo, el sistema que existe para hacer públicos esos trabajos no agrada a casi nadie. Es una paradoja de difícil solución.
Precios elevados
Javier de la Cueva, reconocido experto en temas de propiedad intelectual en la red, nos aporta datos inquietantes: El importe total de dinero público que las Universidades españolas y el CSIC invierte en la suscripción a revistas especializadas supera los 115 millones de euros anuales. Estos costes se derivan no solo del elevadísimo precio que las editoriales imponen a sus publicaciones sino también del comercio por "paquetes" que obligan a pagar: "No es posible suscribirte solamente a las revistas que realmente necesitas", nos explica el abogado, "si quieres la suscripción a revistas como Nature o a Science, las editoriales te obligan a contratar otras publicaciones a modo de pack".
Los recortes en ciencia de los últimos años han llevado a numerosas instituciones españolas a cancelar la suscripción a la mayoría de las revistas que sus investigadores necesitan para realizar su trabajo. El propio Miguel reconoce que, a pesar de trabajar en una de los más prestigiosos centros científicos de España, hace ya varios años que no dispone de suscripción a las principales revistas y que a menudo se ve obligado a "buscar vías alternativas" para conseguir los papers que requiere su investigación.
La situación no es exclusiva de nuestro país. En 2012 la imponente Universidad de Harvard anunciaba que los gastos derivados de suscripciones a revistas científicas, unos 3.5 millones de dólares anuales, se habían vuelto insostenibles e incitaba a sus investigadores a iniciar un plantón frente a los principales grupos editoriales.
En Europa, uno de los elementos fundamentales de la política científica es el Plan Horizontes 2020 que señala nuevamente la gran paradoja: Los resultados, estudios y conocimientos derivados de más de 87.000 millones de euros de dinero público dedicados a investigación científica se encuentran en manos de un selecto grupo de editoriales que adquieren gratuitamente esos derechos de propiedad intelectual y los publican a precios prohibitivos.
En la última década numerosas instituciones científicas del más alto nivel han realizado declaraciones a favor del acceso abierto del conocimiento científico en lo que se conoce como las tres "B": Declaración de Bethesda sobre Publicación de Acceso Abierto, Declaración de Budapest o incluso la desarrollada por el prestigioso Instituto Max Planck, denominada Declaración de Berlín.
Docenas de miles de científicos han apoyado estos manifiestos en busca de un cambio de paradigma en la forma en que el conocimiento científico se pone a disposición de la sociedad. Toda una revuelta académica que muchos comparan ya con una especie de Primavera científica en una llamada a revolucionar el sistema editorial científico imperante.
Open Access, ¿solución definitiva?
Uno podría pensar que con la aparición de las publicaciones Open Access el problema empezaría a solucionarse, pero nada más lejos de la realidad. Internet ha proporcionado una gigantesca ventana al conocimiento consiguiendo que las investigaciones científicas sean más accesibles a cualquier persona, sin embargo las nuevas publicaciones abiertas siguen adoleciendo de muchas de las desventajas de las clásicas editoriales… No hemos solucionado los antiguos problemas y además han surgido algunos nuevos.
En 1966 el escritor de ciencia ficción Robert Heinlein acuñó un curioso concepto al que llamó TANSTAAFL y que se corresponde con las siglas de There Ain`t No Such Thing As A Free Lunch ("No existe el almuerzo gratuito", en castellano). Heinlein se refería a una práctica que se puso de moda en la década de 1950 en la que numerosos restaurantes de Estados Unidos regalaban la comida siempre que el cliente pagase las bebidas... el truco, por supuesto, era que los platos eran de baja calidad y las bebidas tenían un precio altísimo.
Algo parecido ocurre con journals como PLOS ONE, la mayor revista científica Open Access del mundo. Nos encontramos ante una plataforma totalmente abierta en la que cualquiera puede obtener los trabajos que le interesen de manera gratuita, no obstante, no es oro todo es lo que parece.
PLOS ONE soluciona el incómodo aspecto de los derechos de autor al adoptar una licencia Creative Commons, todo un avance si lo comparamos al estricto copyright que las editoriales clásicas imponen a los trabajos científicos que publican y que en muchos casos se extienden durante décadas. Sin embargo el altruismo de las plataformas de Acceso abierto se topa con el eterno problema de la financiación, y aquí al igual que el TANSTAAFL de Heinlein, regalan la comida pero cargan las bebidas a la cuenta del autor: Un científico que envía su trabajo a PLOS ONE debe pagar más de 1300 dólares si quiere ver su investigación publicada en la web.
El otro aspecto a considerar en el "almuerzo gratis" de las publicaciones Open Access es por supuesto el de la calidad de la comida. Mientras que en las publicaciones científicas de mayor impacto los estudios recibidos son analizados por varios expertos en el tema, el rigor de las revisiones en este tipo de plataformas se ha cuestionado en numerosas ocasiones y el alto índice de aceptación y publicación de trabajos es, como mínimo, inquietante.
En 2013 un sarcástico científico y divulgador llamado John Bohannon se dedicó durante diez meses a enviar investigaciones falsas a las principales revistas científicas utilizando el nombre inventado de Dr. Ocorrafoo Cobange.
Durante ese tiempo envió 304 versiones diferentes de aquel estudio falso que, en sus propias palabras "no habría pasado el examen de cualquier universitario con conocimientos básicos de química". Ante su propia sorpresa, y el evidente regocijo de Science Magazine que posteriormente publicó los resultados de su broma, el estudio fue aceptado para su publicación en más del 60% de las Revistas a las que lo envió.
Los científicos se debaten entre ceder el control de sus trabajos a los grandes grupos editoriales o publicar en revistas abiertas con menos factor de impacto, menos repercusión y menos rigor científico en las revisiones. Ninguna de las opciones convence en exceso y muchos han empezado a optar por una tercera vía, más radical, más extrema: la desobediencia civil.
En su obra Teoría de la Justicia, el ensayista y filósofo John Rawls define los elementos que se deben dar en un acto para considerarlo desobediencia civil: Debe ser público, pacífico, contrario a la ley, y cometido conscientemente con el propósito de conseguir un cambio en el ordenamiento jurídico o político imperante.
Bajo el amparo de esta definición, y a través de manifestaciones públicas de desacato directo al sistema de publicación académica establecido, han surgido numerosos proyectos, liderados fundamentalmente por los propios investigadores, que se definen directamente como "piratas". Del mismo modo que el célebre Pirate Bay ofrece todo tipo de archivos de películas o series, en estos últimos años hemos visto nacer numerosas plataformas ilegales, o al menos alegales, que ofrecen descargas gratuitas de artículos científicos.
El caso más actual es el de Sci-Hub, un portal creado por la investigadora de Kazajistan Alexandra Elbakyan que actualmente ofrece gratuitamente 47 millones de artículos científicos procedentes de más de 2.500 publicaciones. No solo eso, la plataforma ha desarrollado un ingenioso sistema en el que participan cientos de investigadores que ceden desinteresadamente a Sci-Hub sus claves de acceso a las más importantes revistas de manera anónima. De esta manera puedes encontrar y descargar en segundos casi cualquier artículo que busques.
Los grupos editoriales se enfrentan ya al rompecabezas que durante años llevan viviendo las grandes productoras de cine con las plataformas de torrents y descargas gratuitas.
LibGen, otra de las plataformas piratas de artículos científicos ya ha sido bloqueada en numerosos países como Estados Unidos o Reino Unido, tras ser denunciada por el grupo Elsevier. El tribunal encargado del caso dictó sentencia ordenando la baja del dominio libgen.org pero en la práctica no ha servido de mucho puesto que sus responsables han migrado la web a otros espejos en un dominio más seguro como es .IO, desde donde siguen operando.
La polémica está servida, pero una cosa está clara: La manera en la que actualmente accedemos al conocimiento científico está viviendo ya su propia revolución.