El tomate gusta a mucha gente, pero en algunas zonas del planeta es un bien excesivo. En Florida (EEUU), por ejemplo, cada año se generan 396.000 toneladas de basura de esta solanácea. Pero esto podría tener sus días contados si sale adelante la idea que un grupo de investigadores estadounidenses acaba de presentar en la 251 Reunión de la Sociedad Estadounidense de Química, que se está celebrando en San Diego.
Los científicos solucionarían dos problemas al mismo tiempo: generar un combustible natural y acabar con el problema que supone la eliminación del tomate sobrante que, según advirtieron, puede producir metano, un poderoso gas de efecto invernadero.
La teoría que han presentado en la reunión es curiosa pero eficiente. El equipo ha desarrollado una célula de combustible microbianas que usa bacterias para oxidar el material orgánico y hacer que éste suelte electrones, que fluyen a través de un circuito y son capturados en dicha célula y se convierten por lo tanto en una fuente de electricidad.
Más allá del proceso ideado por los investigadores, de la Universidad Florida Gulf Coast y la Facultad de Tecnología y Minas de South Dakota, hay un responsable natural de esta nueva capacidad del tomate: el pigmento natural licopeno, que da a esta planta su típico color rojo y que hace unos años vivió sus primeros 15 minutos de gloria cuando el urólogo Juan Carlos Ruiz de la Roja, del Instituto Urológico Madrileño, aseguró que podría, en combinación con el aceite de oliva, mejorar la erección en varones con disfunción eréctil leve moderada.