Fobia: dícese del estado caracterizado por un intenso miedo a un objeto o situación que el paciente reconoce conscientemente como un peligro no real, sobre todo si dispone de buena información al respecto pero, a pesar de ello, lo teme. Añádase el prefijo radio y tendremos la definición del trastorno que padecía un paciente que llegó hace unos años al Centro de Radiopatología del Hospital Gregorio Marañón de Madrid y que contó a su -suponemos- atónito director, Rafael Herranz, su caso.
El joven había adquirido por internet una de esas chapas identificativas de metal que llevaban los soldados estadounidenses en la guerra de Vietnam y que se pusieron posteriormente de moda como accesorio. Hasta ahí, todo bien. Los problemas vinieron cuando leyó dónde habían estado almacenados los colgantes, que habían vivido desde la rendición en una nave situada en el desierto de Mojave, una zona donde se probaron numerosas bombas nucleares durante la Guerra Fría y en la que se habían registrado niveles altos de radiación.
Al paciente de Herranz no pareció importarle que hubieran pasado años, que se tratara de un objeto de metal ni cualquier otra explicación lógica para descartar que el uso de esa chapa fuera a provocarle cáncer. La radiofobia le impedía pensar con claridad. "Le hicimos una prueba para objetivizar la información que le estábamos dando", recordó el radiólogo en la primera sesión de la XVI Reunión del Convenio firmado entre la Asociación Española de la Industria Eléctrica (UNESA) y el Gregorio Marañón.
Al final, el asunto se resolvió con "largas conversaciones individuales" acompañadas de la demostración de que no había estigmas en su cuerpo.
Otro caso similar no se sabe si tuvo un final tan feliz. Una mujer obsesionada por el miedo al cáncer -enfermedad que se había matado a su hijo de 18 años- estaba tan convencida de que lo iba a padecer que abusó de las técnicas de diagnóstico precoz de la patología.
Durante dos años, se sometió a 12 TACs, cinco rastreos óseos y "alguna que otra" radiografía de tórax. Cuando volvió a España -esto ocurrió en Francia- encontró un nuevo motivo para preocuparse: estas pruebas de diagnóstico por imagen emiten una cierta dosis de radiación y un uso indiscriminado de las mismas podría aumentar el riesgo de cáncer.
Herranz recurrió de nuevo a la entrevista personal, pero también le prescribió una dosimetría biológica, una técnica que permite la determinación estimativa del grado de exposición a las radiaciones ionizantes a través de la valoración de los efectos biológicos ocasionados por las mismas.
Aunque la mujer resultó estar completamente sana, era tal su miedo a padecer un tumor maligno que, cuando le llamaron para darle el resultado de la prueba, no pudo contestar al teléfono: lo cogió su madre, que informó al hospital de que su paciente estaba ingresada en un centro psiquiátrico.
Estos dos son una muestra de los escasísimos casos de radiofobia que ha atendido Herranz a lo largo de su extensa carrera. El jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Gregorio Marañón, Enrique García Bernardo, coincidió con su colega en que este trastorno es "muy raro".
Este especialista contó ejemplos reales generados por esta situación: algunas personas no se hacen una radiografía aunque tengan la constancia de que se han roto un hueso; otras se enorgullecen de no tener nada en su casa que emita radiaciones, ni siquiera microondas, a pesar de que las radiaciones que emite este electrodoméstico son no ionizantes y con una relación con el cáncer mucho más discutible.
Trastorno raro, pero real
Es indudable que algunas personas sufren radiofobia patológica, lo que les impide hacer su vida normal. Y la psiquiatría ofrece soluciones para ello, basadas casi siempre en la psicoterapia. "Aparte de la prescripción puntual de ansiolíticos, la farmacología pinta poco en esta historia", subrayó el psiquiatra. Así, terapias como la desensibilización sintomática es la herramienta clásica para acabar con este problema.
Es la que aplicó, sin saberlo y sin ser psiquiatra, Arturo Vargas, especialista en Medicina del Trabajo de la Central Nuclear de Garoña, que contó cómo un joven que obtuvo una plaza de técnico medio en las instalaciones se presentó en su consulta a los tres meses de su incorporación. "Me dijo que era incapaz de entrar a la zona controlada", comentó el médico.
La solución: "Le fui llevando poco a poco a distintas áreas de la central, que conozco bien; primero a lugares más habituales y después a sitios que son claustrofóbicos hasta para mí; fue una cuestión de acompañamiento, comprensión y paciencia y, dos meses después, conseguí lo que buscaba. Ahora entra en su lugar de trabajo sin problemas".
'Alarmismo'
Pero lo que más preocupa a los expertos no son tanto estos casos puntuales, como la radiofobia que no alcanza la categoría de patología y que, comenta Herranz a EL ESPAÑOL, es mejor calificar de "alarmismo frente a las radiaciones". Para este experto, éste sí es un sentimiento común, ligado en muchas ocasiones a la política, sobre todo en lo que se refiere al miedo a convivir cerca de una central nuclear.
"El problema es que no se saben separar los temas: se mete en un mismo saco Hiroshima, Nagashaki, las radiografías... No se tienen en cuenta los niveles de dosis de radiación y nos fiamos poco de las explicaciones y los datos objetivos", relata el radiólogo.
Es algo a lo que muy poca gente es inmune y que afecta por igual a personas con independencia de su nivel cultural o su formación, como lo demuestra el hecho de que muchos ginecólogos recomienden abortar a mujeres que se han hecho una radiografía antes de saber que están embarazadas, aunque sea una panorámica de la mandíbula, sin ningún riesgo para el feto.
Lo saben bien en el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN), donde atienden llamadas y consultas personales casi a diario. Un trabajador de este organismo recordó en la jornada cómo una de ellas le preguntó: "Pero ¿no disponen de alguna herramienta como la que tienen las aerolíneas para quitar el miedo a volar?".
Herranz no niega que la exposición a la radiación esté asociada al riesgo de cáncer, pero en unas dosis mucho más elevadas de las que teme la gente. "Abundan las leyendas negras", destaca y concluye con una anécdota muy definitoria que, aunque no documenta, asegura haber encontrado en la Red: "¿Sabe por qué la gente cree que los microondas son radiactivos? Porque una empresa japonesa que comercializaba uno de los primeros modelos decidió incluir un lema en la caja, que decía: 'Este modelo no produce cáncer'. Por supuesto, la interpretación que se hizo fue obvia: si ése no causaba la enfermedad, estaba clarísimo que el resto sí".