Para los biólogos evolucionistas, la jirafa siempre ha sido un animal icónico. En su Philosophie Zoologique de 1809, Jean Baptiste Lamarck apuntaba a que, debido a que en la sabana el suelo es árido y la comida está en la copa de los árboles, el hábito de estirar el cuello durante generaciones llevó a la jirafa desde una fisonomía parecida a la del antílope hasta la actual. Unos 63 años después, otro naturalista, Charles Darwin, escoge también a este animal para introducir el concepto de selección inconsciente: "Aquellos individuos que tenían una o varias partes del cuerpo más largas de lo habitual generalmente habrían sobrevivido, se habrían cruzado y dejado descendencia, bien heredando las mismas peculiaridades corporales, o con una tendencia de variar de la misma forma, mientras que aquellos individuos menos favorecidos a ese respecto habrían estado más expuestos a perecer", escribió el padre de la evolución en su obra seminal, El Origen de las Especies.
Han tenido que pasar más de 200 años para que la genética abra de par en par los secretos sobre la evolución de la jirafa. Un grupo de 16 científicos de instituciones estadounidenses y africanas ha publicado esta semana en Nature Communications la primera secuenciación del genoma de la jirafa, desvelando qué genes determinaron su desarrollo esquelético y cardiovascular.
"Nuestro estudio concluye que las características novedosas de la jirafa no se debieron a la creación de nuevas vías evolutivas, sino que se trataba de modificaciones de genes y vías de desarrollo que son universales a todos los mamíferos, incluídos los humanos", dice a EL ESPAÑOL Douglas Cavener, investigador de la Universidad de Pennsylvania State y autor principal del trabajo. "Aunque a Darwin y Lamarck no les habría sorprendido este descubrimiento, está en franca oposición a las posiciones creacionistas".
Además de ocupar un lugar muy especial entre quienes investigan la evolución, la jirafa también es importante en el folclore africano. "Desde mi punto de vista, el principal hallazgo es que tanto Darwin como Lamarck estaban en lo correcto", apunta Morris Agaba, genetista en el Instituto Africano de Ciencia y Tecnología Nelson Mandela de Tanzania y co-autor del trabajo. "La principal indicación es que vemos señales de Darwin en genes como el Receptor 1 del Ácido Fólico (FLOR1) o metiltetrahidrofolato dehidrogenasa (MTHFD1), que participan en procesos lamarckianos que controlan la metilación del ADN", explica a este periódico.
Uno de los hallazgos más relevantes se centra en el sistema cardiovascular de las jirafas, bastante diferente al de, por ejemplo, el okapi, una especie con la que comparte antecesores y cuyo genoma los científicos también secuenciaron precisamente para poder comparar ambas especies.
Los biólogos del siglo XIX no repararon en que, cuando la cabeza se separa del cuerpo, también hace falta un corazón capaz de bombear sangre hasta allí. "Otros científicos habían mostrado previamente que la jirafa tiene un sistema cardiovascular muy modificado", dice Cavener, que añade: "Nuestra contribución fue descubrir qué cambios genéticos han sido responsables de esta modificación". Y de nuevo, no han sido genes específicos de las jirafas sino comunes a todos los mamíferos.