Para cada expedición de la Ruta Quetzal, tras el Gran Explorador caminaban habitualmente más de 50 personas: un subdirector, una gerente, nueve ayudantes, dos periodistas, una cronista, un sacerdote, seis profesores, dos titiriteros, tres médicos, dos enfermeras, un productor, un realizador, dos cámaras, dos editores, un jefe y una subjefa de campamento, 12 monitores y... un técnico en satélites.
Su función, básicamente, era montar cada día una antena que permitiera conectar con el satélite Hispasat 1C, ya estuvieran en las fuentes del río Amazonas o siguiendo los pasos de Vasco Núñez de Balboa por la panameña selva de Darién.
La relación de Miguel de la Quadra Salcedo con la empresa de satélites se remonta a hace 12 años, cuando suscribieron por primera vez un acuerdo para, por un lado tener acceso a internet o teléfono en lugares prácticamente incomunicados de Sudamérica, por el otro, avanzar en cerrar la brecha digital en aldeas remotas de Colombia, Perú o Bolivia.
Si Bernal Díaz del Castillo o Alexander von Humboldt, dos de los predecesores de este infatigable explorador, emplearon los mapas o la brújula para adentrarse en los paisajes más recónditos de Sudamérica, De la Quadra Salcedo no dudó en aprovechar las posibilidades que le brindaba la tecnología por satélite.
Este tipo de proyectos han servido para que la empresa, en colaboración con empresas locales de telecomunicaciones, instalara en estos países puntos de acceso a la red. La Ruta servía, de esta manera, casi de evangelizadores digitales, por donde ellos pasaban, quedaba internet.
De las primeras expediciones, los ingenieros de telecomunicaciones que tuvieron que pasar el trance recuerdan que el equipo de la antena para conectar con el satélite, de 120 kilogramos de peso, tenía que ser transportado por mulas, lo que les impedía acceder a lugares como el Pico Duarte, la montaña más alta del Caribe.