Hace unas semanas el astrónomo aficionado Gerrit Kernbauer se encontraba realizando una de sus habituales observaciones astronómicas desde el pintoresco pueblo austriaco de Mödling cuando detectó un repentino cambio en la superficie de Júpiter. El posible impacto fue observado de manera simultánea por otros astrónomos y estaciones repartidos por todo el mundo, aunque a día de hoy no está claro que dimensiones tenía aquel objeto o si se trataba de un cometa o de un asteroide.
Una vez más debemos agradecer al gigante gaseoso que recibiese el golpe, y es que esa especie de hermano mayor a la que llamamos Júpiter sigue siendo la mayor y más efectiva defensa con la que contamos frente a impactos indeseados. No obstante, y como todo hermano mayor, no siempre estará dispuesto a salvarnos y servirnos de sparring por lo que sería conveniente desarrollar nuestras propias soluciones a un problema que, no por improbable, debería dejar de ser importante.
Cada día recibimos el impacto de más de 100 toneladas de objetos procedentes del espacio. Por supuesto suelen ser pequeños objetos que no representan dificultades para nuestra atmósfera que los volatiliza durante su entrada. Aun así, este escudo natural para metralla de bajo calibre no resulta muy efectivo contra cuerpos de mayores dimensiones y es aquí donde comienzan las preguntas incómodas: ¿Qué probabilidad hay de que un asteroide de gran tamaño se acerque peligrosamente a la Tierra? ¿Qué ocurriría si nos enfrentásemos a uno de ellos? ¿Estamos preparados?
El doctor en Astrofísica Josep Trigo Rodriguez, uno de los expertos internacionales más reconocidos en el tema y que actualmente desarrolla sus investigaciones desde el Instituto de Ciencias del Espacio (IEEC-CSIC), trata de responder a estas cuestiones.
Poca gente puede mirar al cielo nocturno, señalar una zona concreta y afirmar con gesto picarón y cierto tono de orgullo: "Por ahí anda mi asteroide... el 8325 Trigo-Rodríguez". "Y cuidado porque no es una piedrecita cualquiera, como venga para acá os vais a acordar de mí", reconoce entre risas.
¿Qué necesitaríamos para defendernos de algo así? La respuesta es doble pero simple: Detectarlo a tiempo y contar con la tecnología adecuada para desviarlo. En la actualidad, la ciencia no cubre ninguno de esos dos requisitos: a efectos cósmicos somos auténticos dinosaurios.
Acerca de la detección, el investigador pone un ejemplo clarificador. A principios de septiembre de 2013, el astrónomo amateur Terry Lovejoy detectó por primera vez el cometa C/2013 R1 en noviembre de ese mismo año, apenas dos meses después ya era visible a simple vista. Y eso que los cometas son mucho más brillantes y fáciles de detectar que otros cuerpos: si nos enfrentásemos a un asteroide no tendríamos tiempo material para hacer nada.
La gran calabaza
2015 TB145 es la denominación astronómica de uno de los mayores sustos que el planeta Tierra ha recibido en los últimos tiempos. Fue descubierto por el telescopio Pan-STARRS de Hawái unas pocas horas antes de la noche de Halloween por lo que se le apodó cariñosamente La gran calabaza. Se trataba de un asteroide de 400 metros de diámetro que terminó pasando a poco más de la distancia Tierra-Luna, solamente tres semanas después de avistarlo por primera vez.
El investigador del CSIC reflexiona: "Desde el momento en el que lo detectamos hasta que lo tuvimos encima pasaron solo veinte días. No nos hubiera dado tiempo a hacer nada".
Los astrofísicos clasifican como "potencialmente peligroso" cualquier objeto mayor de 100 metros de diámetro que se aproxima a menos de 7.5 millones de kilómetros de la Tierra, pues bien... La Gran Calabaza tenía el tamaño de cuatro campos de fútbol y pasó a 480.000 kilómetros de nuestras cabezas.
Otro ejemplo reciente es el gran bólido de Chelyabinsk. Se aproximó desde una geometría prácticamente solar, desde un ángulo de entrada con el que fue imposible detectarlo ya que en esas zonas es de día y, por tanto, desde tierra no se puede hacer este tipo de monitorización.
En el espacio no existiría ese problema y se podría ampliar el arco observacional. Sin embargo, y aunque existen más de 3.000 satélites y telescopios activos en estos momentos, apenas contamos con un par de instrumentos ópticos que puedan resultarnos de alguna utilidad.
Pocos ojos mirando
Cada año, unos 20 o 30 objetos de un diámetro aproximado de un metro bombardean nuestro planeta. No representan un problema grave para la atmósfera, que se encarga de ellos sin mayores dificultades. Objetos de 100 metros de ancho llegan cada 10.000 años, aproximadamente, y los asteroides de un kilómetro de diámetro suelen alcanzarnos cada millón de años. Los registros históricos y las estadísticas son tranquilizadores. Pero todo es relativo, no estamos ante un reloj exacto.
"No es preocupación sino precaución", afirma Josep Trigo, que recuerda que, según los estudios más recientes, el bólido que estalló en Tunguska la mañana del 30 de junio de 1908 no medía más de 60 metros y asoló 2.200 kilómetros cuadrados de taiga y bosque en Siberia. Hoy en día, la globalización y la expansión de las zonas habitadas convertirían un impacto como el de Tunguska en un evento realmente devastador.
Ni siquiera estamos mirando debidamente. Actualmente no contamos con ningún telescopio en el espacio específicamente diseñado para detectar estos objetos potencialmente peligrosos. Podemos aprovechar el telescopio solar SOHO para detectar cometas, pero sólo para determinadas zonas. Además, no sirve para la vigilancia de asteroides.
También se ha reutilizado el telescopio WISE para localizar cuerpos cercanos pero es insuficiente, sobre todo si tenemos en cuenta que muchos de estos objetos poseen albedos -brillo- inferiores al 15%, por lo que son extremadamente oscuros y difíciles de observar.
Desarrollar un telescopio específico en infrarrojo sería el primer escalón para completar esa tarea doble de defensa ante rocas cósmicas no deseadas. La segunda fase ya es algo más complicada, aunque hay que reconocer que empezamos a dar algunos pasos interesantes.
Cómo desviar un asteroide
Además de sus amplios conocimientos sobre asteroides, Josep Trigo lidera un equipo en el Instituto de Ciencias del Espacio (IEEC) preseleccionado por la ESA para formar parte del primer intento en el espacio de desviar realmente un asteroide.
La misión, que encabezan las agencias espaciales estadounidense y europea, se conoce como AIDA (Asteroid Impact and Deflection Assessment misión) y, si todo marcha como está previsto, se lanzará en 2020 y llegará a su destino en 2022.
El proyecto tiene un objetivo bastante simple: evaluar qué consecuencias tiene el impacto de una nave contra un asteroide. Para ello los ingenieros han desarrollado una misión doble con dos sondas: AIM (Asteroid Impact Monotoring) y DART (Double Asteroid Redirection Test).
El objetivo se llama Didymos y es un asteroide de unos 800 metros de diámetro que viaja acompañado de otro cuerpo rocoso, denominado "Didymoon" con unos 170 metros. La diana se situará en esta pequeña luna que será golpeada por la sonda DART, mientras que AIM monitoriza, graba y recoge todos los datos del impacto.
El proyecto de Josep Trigo se llama PALS y se está desarrollando en colaboración con la agencia espacial alemana DLR y una empresa sueca especializada en cubesats, o satélites de tamaño reducido. El plan consiste en desplegar dos pequeños satélites alrededor de Didymoon, observar el impacto de la misión DART contra el asteroide secundario, analizar el previsible cambio en la trayectoria y órbita de ambos cuerpos y, de paso, estudiar su composición.
Una arriesgada y compleja misión que representa el primer paso tecnológico para dejar de ser dinosaurios cósmicos...