La típica imagen del científico español más importante de todos los tiempos y el único premio Nobel de ciencias que se puede considerar completamente español –Severo Ochoa trabajó en Estados Unidos y obtuvo la doble nacionalidad- es la de alguna de las fotografías que se tomaba él mismo en su laboratorio, un hombre ya mayor mirando por un microscopio.
Santiago Ramón y Cajal desentrañó cómo era en realidad el sistema nervioso, demostrando que desde el punto de vista de la estructura y la funcionalidad estaba formado por las células individuales conocidas como neuronas. Con este hallazgo dio paso a la neurociencia moderna, lo que le valió el reconocimiento de la Academia Sueca en 1906.
Sin embargo, hasta llegar a ese momento su vida no fue precisamente ejemplar. No hay más que leer sus relatos autobiográficos para saber que al menos en su infancia y juventud no fue el vástago que a todo padre le gustaría tener. Su progenitor era un médico rural destinado en Petilla de Aragón, que a pesar de tener ese nombre y estar rodeado por la provincia de Zaragoza, es un enclave de Navarra. Su afición a romper cristales y a robar fruta no se veían mitigadas por las palizas que recibía en casa.
De hecho, su carrera criminal llegó a lo más alto con tan solo 11 años, cuando pasó unos días en la cárcel tras haber destrozado la puerta de un vecino. Quizá en ese momento ya se le podía reconocer cierto ingenio científico-técnico, puesto que cometió su pequeño atentado fabricando una especie de cañón con madera, alambre y hojalata.
El dibujo como gran afición
Sin embargo, su familia creía que no tenía talento alguno y que estaba negado para el estudio. Los continuos castigos que recibió en el colegio religioso al que lo mandaron tampoco ayudaron a enderezarle. Su única habilidad parecía ser el dibujo, sus caricaturas hacían las delicias de sus compañeros y disgustaban a sus profesores, pero desarrollar estas dotes artísticas sí que le sería útil mucho más tarde y ayudaría a escribir una hermosa página de la historia de la ciencia que hoy nos sigue dejando con la boca abierta, puesto que fue capaz de plasmar como nadie lo que veía en el microscopio.
¿Cómo se convirtió aquel gamberro en un prodigioso hombre de ciencia? A pesar de su trayectoria y de que se veía mucho más inclinado hacia las artes, su padre se mostró inflexible acerca de su futura profesión: tenía que estudiar Medicina. Aunque acabó por sacarse la carrera, nunca fue un buen alumno, dedicado mucho más a su cuerpo que a su mente.
La apuesta que le convirtió en culturista
Sí, porque el joven Ramón y Cajal era culturista. Un día, entre sus primeros tiempos de universitario echó un pulso con un amigo para impresionar a la chica que le gustaba. Perderlo le hirió tanto que a partir de ese momento decidió apuntarse a un gimnasio, pagando las clases de su instructor con clases de medicina. Y se lo tomó tan en serio que, según él mismo relata, se convirtió en "ancho de espaldas, con pectorales monstruosos" y una circunferencia torácica que excedía de los 112 centímetros. Es más, "al andar mostraba esa inelegancia y contorneo rítmico característico de los forzudos o Hércules de Feria", reconoció.
Ya como médico intentó salvar vidas en la Guerra de los Diez Años de Cuba pero su buena forma física no le evitaría enfermar de disentería y paludismo, como los soldados españoles a quienes trataba de atender.
Tras regresar, parecía destinado a ser un médico del montón, pero invirtió parte de sus ahorros en comprar un microscopio y comenzó a observar tejidos. El resto de la historia de este premio Nobel de Medicina ya es más conocida.