Un arqueólogo lee la Historia en los libros y la vive sobre el suelo, arrodillado sobre ella, rascándola, con la nariz a un palmo, como si la estuviera olfateando. A fin de cuentas, son rastreadores de la experiencia humana pasada. Un arqueólogo excava para contradecir lo escrito, para dudar de lo que ha leído. La arqueología limpia los suelos y los hechos consumados, vuelve sobre lo aprendido para ponerlo en duda, para cambiar los renglones de sitio. Ellos sondean y la RAE dice que esto es “hacer las primeras averiguaciones sobre alguien o algo”.
Entonces, ¿por qué cuesta tanto la arqueología si es tan barata? “La financiación de la arqueología es muy complicada, salvo chorradas espectaculares como los más de 200.000 euros para buscar un santo en Boadilla. Excavar sobre la Guerra Civil creen que les traerá problemas y eso es un error”, cuenta a este periódico Alfredo González-Ruibal, arqueólogo del CSIC que dirige la campaña en la Ciudad Universitaria que ha sacado a la luz una decena de bombas sin explotar de hace ocho décadas, a las puertas del Hospital Clínico de Madrid.
Pueden preguntarle al pasado gracias a siete estudiantes norteamericanos que han venido pagando 4.500 dólares. Es la única fuente de inversión que han recibido los especialistas para poder trabajar en las laderas de la zona. El Ayuntamiento de Madrid de Manuela Carmena no dedica ni un euro a la partida de arqueología y la Comunidad de Madrid de Cristina Cifuentes ha invertido en los últimos cuatro años 353.700 euros en un “Plan regional de fortificaciones de la Guerra Civil”, pero nada en yacimientos arqueológicos.
El año pasado fue la primera campaña de excavaciones en la que el proyecto del equipo de González-Ruibal abrió la convocatoria a estudiantes norteamericanos. Llegaron tres. Lo que aportaron supuso el 70% del presupuesto de la excavación. Este año, los siete aportan el 100%. En 2016 estuvieron trabajando en las trincheras de la Casa de Campo y Cuidad Universitaria. Vienen a aprender y, de paso, hacen posible que la ciencia siga avanzando en España. “Es bastante patético que la investigación esté en manos de estudiantes norteamericanos”, asegura Ruibal, que está seguro de que cada año que pase habrá más estudiantes y más financiación.
Buscar la verdad
Aterrizan para intervenir en la reconstrucción de nuestro pasado. En estos dos años hemos encontrado a estudiantes que leyeron a Orwell y a Hemingway, que vieron fotos de Robert Capa, que se ilusionaron con una historia pendiente de conocer. Un mundo atractivo que ellos conocen por su propia guerra civil, por sus excavaciones y sus campos de batallas declarados parques nacionales y custodiados por científicos.
“Este trabajo es fascinante, a pesar de que haya personas que no quieran recordar. Nosotros sólo buscamos la verdad y nadie puede negarse a ello”, explicaba a este periódico uno de los tres estudiantes del pasado año, entre el calor, las encinas y el polvo. Llegó de Colorado a prospectar una zona repleta de munición y vida, junto a un camino por el que pasan cientos de ciclistas, corredores y paseantes al día.
“No lo entienden”, dice Ruibal. “Los alumnos norteamericanos vienen para conocer una Historia diferente a la suya. Los hay que saben mucho y están muy comprometidos en recuperar la Historia sepultada de España y los otros, que están entusiasmados con esto y les parece incomprensible la dejación de las autoridades españolas con respecto a su pasado”.
Olvidar, Marca España
El arqueólogo explica a este periódico que fuera de este país saben muy bien que aquí no se hace nada por recuperar la parte más reciente de nuestra Historia. No se aborda y eso “es mucho más dañino que pasear cocineros por el mundo para que vean lo creativos que somos aquí”. “La Marca España es que necesitamos el dinero extranjero para investigar sobre nuestro pasado”, añade.
Benjamin Brazzel viene de la Universidad de Georgetown (Washington), segundo año de estudios en Historia Internacional. Quiere aprender arqueología del conflicto. “Quería una experiencia histórica”. Ese fue el motivo por el que llegó. No sabe cuánto ha pagado. “Me interesa leer sobre la Guerra Civil, porque me interesa la historia militar y de estrategia. La Guerra Civil española fue un asunto internacional, con combatientes de todas partes”. Le fascina la Historia previa a la Segunda Guerra Mundial.
Se ha traído unas rodilleras deportivas para soportar las horas picando y removiendo tierra sobre el suelo. Hoy viste una camiseta de un equipo de fútbol. Su familia es mejicana, pero su tatarabuelo era vasco. Ansótegui. Por eso ha leído tanto sobre el bombardeo de Guernica. Buscó un proyecto de conflicto urbano. No quería Palestina o Jordania o Egipto.
“Mis estudios están enfocados a la relación entre guerra y religión. Aquí la religión jugó un papel decisivo en la Guerra Civil. Siempre me ha llamado la atención la extraña alianza entre las fuerzas franquistas, católicas, y los musulmanes contra los comunistas”, cuenta a este periódico. Dice que está cansado. Demasiado calor. “Pero así no tengo que ir al gimnasio”, bromea. Empiezan a excavar a las ocho y media de la mañana y acaban sobre las ocho de la tarde. Duermen en el Colegio Mayor Cisneros.
La Historia está viva
Unos minutos antes de hablar con él estaba presente durante el hallazgo del arqueólogo Javier Marquerie de una granada de mortero Erhard Minenwerfer de 75 mm. Completa, sin explotar. “¡Está viva!”, gritó Benjamin. “Nunca había visto nada igual. Y he estado en muchos campos de batalla. Hay una parte de riesgo en este trabajo que dispara la adrenalina. Me gusta”. Mira a su alrededor y dice de estas laderas que son una “cápsula del tiempo”, “una máquina del tiempo viva”.
No le sorprende que estén tan cerca de la ciudad, porque es parte de la guerra urbana. Y lo relaciona con las noticias y las imágenes de Mosul. “Hay muchas similitudes”. Lo que le extraña es que nadie se haya interesado por esto a lo largo de estos ochenta años. “La arqueología es importante porque puede preservar la memoria y contribuye a la pedagogía de nuestra Historia. La construcción del relato de una sociedad es esencial para su futuro, porque los hechos están por encima de las interpretaciones”, dice. Nunca olvidará que ha tocado materiales que ellos usaron. “Me fascina la Historia viva”.
La arqueología no es la ciencia de la nostalgia. Unas veces pone el color al sustantivo, otras mueve las fechas, cambia los sujetos, altera las fronteras y acaba con las leyendas. Excavar sobre el terreno de la Historia reciente es hacerlo sobre las huellas de la democracia. Pregunta por lo enterrado, indaga en el tabú. A los forenses del pasado nunca les faltará el trabajo en este país, porque en este país lo que les falta a los arqueólogos es dinero para trabajar. No es país para Indiana Jones.
Indiana Jones en España
“En realidad, es más para Indiana Jones que para arqueólogos serios, porque siempre hay dinero para ir a buscar momias egipcias. Pero no para conocer el legado de la Guerra Civil. No podemos seguir esquivándolo”. Ruibal cree que un Museo de la Guerra Civil es posible, pero que las autoridades tienen más miedo que los ciudadanos.
La arqueología explica lo más remoto y lo más reciente. “El proyecto de Atapuerca es paradigmático: ha salido adelante con presupuesto y con proyección internacional. Las investigaciones de la Historia más reciente no corre la misma suerte. Los homínidos no son tan peligrosos ni conflictivos en el debate político. La Guerra Civil sí”, asegura el científico a este periódico.
“Cuando queremos estudiarla no podemos porque dicen que abrimos heridas. La herida lleva abierta 80 años y se ha tratado suturar sin haberla curado y lo que tenemos en estos momentos es una infección en la memoria”. Los arqueólogos abren la herida que no se había curado, y la exponen para que le dé la luz. Para curarla. Sin eslóganes, con rigor. Por eso no hacen política de la vieja. Ni de la nueva.