El pasado año falleció una representante de la realeza europea, la princesa Joan de Sealand. Pero si son seguidores de estos asuntos y no les viene a la memoria haberlo leído en las revistas del corazón, no se alarmen: apenas algún medio dio cobertura a la noticia, ya que el Principado de Sealand no tiene un sólo milímetro cuadrado de tierra firme. Su territorio se limita a un cochambroso pontón de 550 metros cuadrados sobre dos herrumbrosos pilares huecos de hormigón; total, unos 4.000 metros cuadrados de espacio habitable, todo ello rodeado y embestido por las frías aguas del Mar del Norte.
Aunque no ha sido históricamente el primer caso, Sealand es probablemente el ejemplo más conocido de las denominadas micronaciones, territorios autoproclamados como independientes sin ningún reconocimiento oficial salvo, si acaso, el de otras micronaciones. Sealand aporta una diferencia, y es su ubicación en el mar; una circunstancia que está en el origen de sus pretensiones de soberanía, basadas en el hecho de que originalmente el enclave estaba situado en aguas internacionales.
Antes de renacer como micronación, el territorio artificial de Sealand fue HM Fort Roughs o Roughs Tower, una de las cuatro plataformas antiaéreas operadas por la Royal Navy frente a la costa oriental de Inglaterra para defender a Gran Bretaña de las incursiones alemanas en la Segunda Guerra Mundial. Por entonces, el fuerte marino contaba con una dotación de más de un centenar de personal militar. Pero al terminar la guerra, aquellas instalaciones dejaron de tener un propósito, y a comienzos de los años 50 quedaron abandonadas.
El origen, una radio pirata
En 1965, un antiguo militar británico llamado Paddy Roy Bates se instaló en una de estas plataformas, Knock John, para fundar una emisora de radio pirata llamada Radio Essex. En aquella época ésta era una actividad tan frecuente como perseguida por la ley, ya que este tipo de estaciones ocupaban una parte del espectro de radio sin tener licencia para ello. Algunas de las emisoras clandestinas operaban desde barcos anclados lejos de la costa, y las plataformas militares ofrecían la ventaja de disponer de algunos de los equipos necesarios.
Para esquivar el cerco legal a sus operaciones, en 1966 Bates cambió el nombre de la emisora a Britain’s Better Music Station, pero poco después se vio obligado a cerrar por falta de fondos. Bates se trasladó entonces con su mujer y sus dos hijos a otra plataforma, Roughs Tower, una instalación que contaba con una peculiaridad: por entonces, las aguas territoriales de Reino Unido sólo se extendían a tres millas náuticas de la costa; el fuerte estaba a siete millas náuticas, unos 13 kilómetros, por lo que técnicamente se hallaba fuera del dominio británico.
Bates nunca llegó a reabrir su estación de radio. En 1967, una nueva ley prohibía específicamente la emisión desde plataformas marinas como Roughs Tower. Pero entonces, el exmilitar dio un giro completamente inesperado: el 2 de septiembre declaraba la independencia del Principado de Sealand, para el estupor de las autoridades británicas. Aquel día la mujer de Bates, Joan, cumplía 38 años; el regalo de su marido fue un título de princesa.
Los primeros tiempos de la nueva autoproclamada nación fueron convulsos, pero también reafirmaron a Bates en su propósito, e incluso proporcionaron a su dinastía los argumentos en los que aún hoy se fundamenta su reivindicación de soberanía. Después de un incidente en el que los ocupantes de Sealand lanzaron disparos de advertencia contra un barco de la Marina, los Bates fueron llevados a los tribunales, pero el juez desestimó el caso por encontrarse la plataforma en aguas internacionales.
"Éste es un incidente de capa y espada tal vez más propio de los tiempos de Sir Francis Drake, pero es mi dictamen que los tribunales británicos no tienen jurisdicción", fue la conclusión. Naturalmente, los Bates interpretaron este argumento como un reconocimiento de facto de su independencia, y unos años después terminaron de definir su identidad nacional con todos los elementos al uso: constitución, himno, pasaportes, moneda –el dólar de Sealand–, sellos, escudo...
Una guerra de andar por casa
El Principado tuvo incluso su propia guerra a pequeña escala, desencadenada por un intento de golpe de estado en 1978. Aquel año, un grupo de empresarios alemanes y holandeses convocó a Bates a una reunión en tierra firme para discutir la posibilidad de convertir la plataforma en un casino. Era una maniobra de distracción: mientras Bates se encontraba ausente, un equipo de mercenarios ocupó la plataforma y tomó como rehén a Michael Bates, el hijo de Roy. Los Bates contraatacaron con una incursión que logró recuperar el control de Sealand. Uno de los rebeldes, un ciudadano alemán, fue retenido como prisionero acusado de traición, ya que poseía pasaporte del Principado.
Aquel incidente dio a los Bates nuevas razones para defender sus derechos de soberanía: cuando Alemania reclamó a Reino Unido la liberación del prisionero, las autoridades británicas se acogieron a la decisión judicial de 1968 para justificar que no era asunto suyo. Esta decisión, junto con la posterior negociación de un diplomático germano con los gobernantes de Sealand, fueron hitos aprovechados por los Bates para sostener que sus relaciones internacionales satisfacen los requisitos de una nación según la Convención de Montevideo.
Todo lo cual chocó contra un importante escollo en 1987, cuando Reino Unido extendió sus aguas territoriales a 12 millas, dejando la plataforma dentro del dominio británico. A lo que, naturalmente, Sealand replicó reclamando sus propias 12 millas.
El embate de The Pirate Bay
Desde entonces, nuevos embates de todo tipo han sacudido los cimientos de hormigón de Sealand, desde un incendio en 2006, pasando por un intento de adquisición por parte de la web sueca de enlaces de descarga The Pirate Bay, hasta la pretensión de los propios Bates de vender la plataforma a través de una inmobiliaria, cómo no, española.
Hoy la familia Bates ya no reside en su propio país. Tras la muerte de Roy en 2012 y de su esposa Joan en 2016, el príncipe heredero Michael continúa siendo la cabeza visible de Sealand, pero desde su hogar en Inglaterra; en la plataforma apenas residen un par de personas de forma permanente, según contó Michael Bates a la BBC en 2015.
Lo cual no implica que el país esté de capa caída; pero el espíritu romántico con el que Roy Bates obsequió a su esposa con un título de princesa parece haber dejado paso al negocio puro y duro. La web de Sealand está adornada en su esquina superior derecha con un carro de la compra en el que uno puede meter desde un llavero hasta un título nobiliario, para aquellos con aires de grandeza: desde 29,99 libras, unos 34 euros, es posible añadir al propio nombre un prefijo de Lord o Lady.
Sealand también obtiene ingresos como paraíso de datos y hosting de internet, a lo que se añaden las almejas que Michael Bates exporta al mercado español. El príncipe de Sealand declaraba el pasado enero al Mail Online que, tras el triunfo del Brexit en Reino Unido y de Donald Trump en EEUU, ha recibido miles de solicitudes de ciudadanía. Ahora, Sealand se prepara para su 50º aniversario en septiembre con la aspiración de ampliar su población, tal vez con plataformas flotantes. Y es que 50 años ya son suficientes para empezar a pensar en colonias.