Seguramente, el mayor placer que uno puede experimentar después de una durísima jornada de entrenamiento en el gimnasio o una extenuante carrera popular es el de una cerveza bien fría. Las personas realizamos deporte por el beneficio que éste tiene para nuestra salud, pero también por el componente social que conlleva. Y las cañas con los colegas de después son uno de esos rituales a los que es prácticamente imposible negarse. Más aún si viene aparejado de un "venga tío, que una cervecita no puede hacer daño, que el zumo de cebada sirve para rehidratarse, que lo he leído yo".
¿Qué hay de cierto en todo esto? Pues bien, desde el punto de vista cuantitativo y centrándonos exclusivamente en la pérdida de peso, efectivamente, una cerveza no tiene por qué resultar especialmente negativa. Un ejemplo: si tenemos en cuenta que una persona de unos 68 kilos de peso puede llegar a perder una media de 400 calorías de media durante una carrera de seis kilómetros y que una pinta contiene unas 200 calorías, es imposible que el consumo de una cerveza después de hacer ejercicio provoque un aumento de peso. Pura matemática.
Ahora, si hablamos del resto de nuestro organismo, la cosa cambia. El ejercicio prolongado tiene como resultado el agotamiento de las reservas de glucógeno y la pérdida de agua y electrolitos debido a la sudoración. Muchos deportistas, además de algunos suplementos ricos en glucosa, recurren a las bebidas isotónicas ricas en sodio y potasio para recuperarse. La cerveza también contiene estos componentes, así que, ¿por qué no recurrir a ella para la rehidratación?
El principal inconveniente proviene de la cantidad de alcohol que posee (entre un 4% y un 5% de media). El alcohol tiene efectos diuréticos en nuestro organismo, por lo que buena parte de la cerveza que ingerimos es expulsada por la orina, contribuyendo aún más a la deshidratación. Así lo han demostrado estudios como el del Centro de Investigación en Ciencias del Movimiento Humano de la Universidad de Costa Rica, que determinó que la cerveza carece de potencial hidratante. La Sociedad Española de Medicina del Deporte ya advirtió sobre ello hace algún tiempo, después de que se promocionasen en los medios las supuestas virtudes de una "cerveza isotónica" como bebida especialmente diseñada para cuidar al deportista.
Pero la deshidratación no es la única pega. El alcohol afecta negativamente a la recuperación de los músculos y los tejidos dañados durante la práctica deportiva, aumentando las posibilidades de caer lesionados. Así se ha comprobado a través de algunas investigaciones como la llevada a cabo por la Universidad de Massey (Nueva Zelanda), que demostró que el consumo de alcohol "puede alterar la función endocrina normal, el flujo sanguíneo y la síntesis de proteínas, de tal modo que la recuperación del músculo esquelético podría verse afectado".
Tal y como señalan en The Conversation, "el consumo excesivo de alcohol también puede suprimir la capacidad del músculo de actuar como un sumidero de glucosa". Uno de los beneficios importantes para la salud del ejercicio físico es que, gracias a él, podemos controlar el nivel de azúcar en sangre y evitar la diabetes. El alcohol podría perjudicar este efecto sensibilizador. Pero no sólo eso, también se ha demostrado que puede alterar el metabolismo muscular por su influencia negativa sobre la testosterona, directamente vinculada con el crecimiento de los músculos, y aumentar el efecto de algunas hormonas catabólicas de nuestro organismo tales como el cortisol.
Así, si lo que te preocupa es el aumento de peso, no pasa nada por tomar una cerveza después de realizar ejercicio. Una. Seguramente hayas quemado más calorías de las que vas a consumir con una sola pinta. Ahora, si en lo que piensas es en una recuperación muscular adecuada y en la rehidratación, la cervecita de después no es nada recomendable. Una, vale. Después, agua.