Aunque son muchos los que optan por dar rodeos o irse por las ramas, la realidad es que, en relación a las malas noticias, los seres humanos preferimos comunicarnos de forma directa, hiriente y sin edulcorantes que valgan. Eso es lo que se desprende de una nueva investigación llevada a cabo por el profesor de lingüística Alan Manning, de la Universidad Brigham, y Nicole Amare, de la Universidad de Alabama del Sur (Estados Unidos).
Según dicho estudio -presentado recientemente en el congreso ProComm-, cuando se trata de dar malas noticias, la mayoría de los individuos prefieren no andarse con rodeos y optar por la franqueza y la sinceridad. Para llegar a esta conclusión, Manning y Amare dieron a elegir diversas formas de recibir malas noticias a un grupo de voluntarios, ya fuese en formato visual, textual o verbal.
Según estos investigadores, si alguien intenta dar malas noticias sobre una relación, ya sea sentimental -una ruptura amorosa- o laboral -un posible despido-, normalmente se intenta poner cierto freno emocional con el objetivo de facilitar la situación. Sin embargo, los participantes del estudio valoraron más la franqueza antes que un exceso de cortesía en estos casos.
Tal y como apunta Manning, no es una cuestión de ser excesivamente directo. Empezar incluso con el típico "tenemos que hablar" es suficiente para dar a entender en apenas unos segundos que se producirán malas noticias tras esta frase.
Asimismo, cuando se trata de recibir malas noticias sobre hechos físicos -como las noticias sobre enfermedades-, la mayoría de los individuos también prefiere que les digan las cosas de forma directa. Según Manning, la explicación para que la gente opte por dar malas noticias de forma edulcorada tiene que ver con que es psicológicamente más cómodo entregarlas de dicha forma. Sin embargo, si nos encontramos en el lugar del receptor, la realidad es completamente diferente.
Aunque Manning afirma que edulcorar estas situaciones es casi siempre mala idea, hay muchos casos donde puede no sólo ser valioso sino incluso necesario. Por ejemplo, cuando se intenta persuadir a alguien para que cambie una opinión firmemente sostenida.