El asunto resulta bastante sencillo. Basta con acudir a Google y teclear "comprar Viagra", "comprar Orfidal", "comprar antibióticos sin receta" o "comprar crecepelo". Lo que sea. Incluso ibuprofeno y paracetamol. Intro... et voilà. En apenas unos segundos la red escupe decenas de páginas que ofrecen a los usuarios productos farmacéuticos de dudosa procedencia, en apariencia originales y cuyos efectos pueden ser letales para nuestra salud. Bienvenidos al increíble y peligroso mundo del comercio ilegal de medicamentos falsificados, un negocio que mueve miles de millones de euros en todo el mundo y que trae de cabeza a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y a la industria farmacéutica.
Internet ha favorecido el mercado de las imitaciones en los países occidentales, de tal manera que comprar un medicamento sin receta es realmente fácil. En los países subdesarrollados, las mafias los venden e introducen en los hospitales con total impunidad, causando verdaderos estragos, bien por su ineficiencia en enfermos que padecen enfermedades graves o bien por su alta toxicidad.
Distinguir un fármaco falso -"un producto etiquetado indebidamente de manera deliberada y fraudulenta en lo que respecta a su identidad y/o fuente", según la definición de la OMS- es casi imposible. El diseño del envase, la tipografía, el color, el tamaño, la forma del producto en cuestión e incluso el tacto pueden llegar a ser exactamente iguales que en los originales. La diferencia está en lo que ocurre en nuestro organismo una vez que tenemos dentro el compuesto químico. Las consecuencias pueden ser devastadoras y la amenaza no tiene fronteras.
Un problema que se expande
Lo cierto es que las cifras son alarmantes. Un informe publicado hace sólo unos días por el organismo internacional apunta que el 10% de los medicamentos que se consumen en todo el mundo -ya sean fármacos contra el cáncer, anticonceptivos, antibióticos o vacunas- son falsos o de mala calidad. Este porcentaje se eleva hasta el 50% y el 70% en algunos países. En el caso de aquellos que se venden por internet, "más de la mitad son fabricaciones hechas sin garantías a partir de sustancias no autorizadas, de baja calidad o con efectos tóxicos que pueden producir daños irreparables", alerta la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios.
El problema, lejos de amainar, va en aumento. "El fenómeno se está extendiendo por el atractivo financiero que supone para las organizaciones criminales, que llegan a obtener hasta 500.000 dólares (unos 420.000 euros) por cada 1.000 dólares de inversión (840 euros). Internet ha facilitado la proliferación de falsas farmacias en línea, que se benefician del irrisorio nivel de sanciones impuestas a los falsificadores”, asegura Geoffroy Bessaud, director del departamento Antifalsificación de la multinacional farmacéutica francesa Sanofi.
Según Bessaud, alrededor de un millón de personas mueren cada año por el consumo de medicamentos falsos, ya sean genéricos o de marca, sobre todo en países subdesarrollados. Así, mientras que China e India son los países que más exportan estos remedios letales -se calcula que tres de cada cuatro medicamentos falsos vienen de Asia-, África es el país que más recibe.
Allí, la ingesta de fármacos como el ibuprofeno o el paracetamol, con altos perfiles de seguridad en países occidentales, puede provocar graves problemas e incluso la muerte si han sido adulterados. "La gran cantidad de pacientes pobres y con necesidades que hay en el continente africano lo colocan en el centro de la diana de las mafias", confirma el médico francés Marc Gentilini, uno de los mejores especialistas del mundo en enfermedades infecciosas tropicales, que asegura que "ningún país del mundo se encuentra a salvo".
Alta tecnología para la detección
Sanofi fue una de las primeras compañías en crear, en 2008, un sofisticado laboratorio para luchar contra la falsificación de medicamentos. Situado en la localidad gala de Tours y blindado por estrictas medidas de seguridad, hasta este centro llegan cada año miles de fármacos sospechosos, procedentes de todas las partes del mundo. Estos son analizados de forma meticulosa en un proceso en el que no se descuida ni el más mínimo detalle.
Los científicos comprueban aspectos tales como el número de lote, la fecha de manufactura o el diseño del envase, incluyendo las fuentes tipográficas o el tipo de tinta utilizada a través de imágenes de alta tecnología. Pero no sólo eso, los fármacos también son sometidos a rigurosos análisis químicos en busca de sustancias tóxicas o principios activos adulterados y se examina la distribución de sus móleculas mediante técnicas espectrométricas. Titanes como Novartis, Roche o Johnson & Johnson también han abierto sus propios laboratorios y se coordinan para plantar cara al crimen organizado.
En juego no sólo está la salud pública de millones de personas, sino también la reputación de la marca, años de investigación y millones de euros que la industria farmacéutica dedica al desarrollo de fármacos para paliar los efectos del cáncer, la diabetes, o un simple dolor de cabeza. De hecho, según el último informe de la Oficina de Propiedad Intelectual de la Unión Europea (EUIPO), el sector pierde en la Unión Europea más de 10.500 millones de euros al año por la comercialización de fármacos falsos. En el caso de nuestro país, las pérdidas se elevan hasta los 1.170 millones de euros anuales, un 5,9% de la facturación total, llevándose por delante más de 3.000 puestos de trabajo.
"En los últimos ocho años hemos analizado más de 35.000 medicamentos sospechosos e invertido más de 3,4 millones de euros en la lucha contra los fármacos falsos", asegura Nathalie Tallet, responsable del laboratorio de la compañía francesa. "La cartera y variedad de productos es cada vez más amplia, de ahí la necesidad de que un laboratorio tenga que utilizar técnicas cada vez más innovadoras", subraya. Tallet coordina un equipo multidisciplinar que no sólo trabaja de forma interna, sino que colabora con los distintos actores implicados en la lucha contra la falsificación: desde la Interpol hasta las autoridades judiciales o las distintas agencias de salud pública.
En busca de especialistas en cibercrimen
La última gran operación, coordinada por la Interpol a nivel internacional y bautizada como Pangea X, tuvo lugar el pasado mes de septiembre. En ella se incautaron en todo el mundo 4.507.050 dosis de medicamentos falsos (entre los que destacan los potenciadores sexuales como la Viagra) y fueron detenidas 62 personas, 22 de ellas en España. La policía de 123 países distintos había estado investigando durante muchos meses 3.584 páginas de internet a través de las que se vendía la mercancía.
No es de extrañar por tanto que las empresas farmacéuticas busquen con ansia especialistas en seguridad y en cibercrimen para trabajar en sus laboratorios. Novartis, por ejemplo, buscaba hace sólo unos meses analistas en inteligencia que pudieran trabajar en la oficina de Seguridad Global que tiene en China investigando delitos farmacéuticos y el comercio ilegal de medicamentos en la red. Roche también ha ofrecido puestos de trabajo a aquellos perfiles que sean capaces de "dirigir y realizar investigaciones sobre fraudes".
Sea como fuere, la realidad es que la guerra contra las mafias no ha hecho más que empezar. Tal y como apunta Gentilini, "las operaciones policiales actuales son necesarias, pero resultan insuficientes". Sólo a través de la colaboración de los diversos actores implicados en la lucha contra la falsificación se podrá erradicar una lacra que, una vez más y de forma perversa, afecta especialmente a los países más pobres. La batalla está servida.