Los físicos que fundieron sus medallas del Nobel para no dárselas a los nazis
Los alemanes Max von Laue y James Franck disolvieron los galardones en agua regia y los escondieron en Dinamarca.
22 enero, 2018 00:48Noticias relacionadas
El alemán Max von Laue recibió el premio Nobel de Física en 1914 por sus investigaciones sobre la cristalografía de rayos X. Su compatriota James Franck obtuvo la misma distinción en 1925 por descubrir las leyes que gobiernan el impacto de un electrón en un átomo. Estos dos científicos no solo tienen en común haber logrado ese prestigioso galardón, sino también una curiosa anécdota de cómo consiguieron salvar las medallas de oro con la efigie de Alfredo Nobel que les acreditan como ganadores.
Max von Laue destacó por su oposición al nazismo y James Franck era judío, así que cuando Hitler llegó al poder decidieron que tenían que poner a salvo sus medallas, con sus respectivos nombres grabados en ellas, y las enviaron a Niels Bohr, físico danés que también había ganado el Nobel en 1922. Sin embargo, poco después estalló la II Guerra Mundial y los nazis invadieron Dinamarca el 9 de abril de 1940.
Bohr ya no tenía su propia medalla, puesto que la había donado para que fuera subastada y los beneficios fueran a parar al Finnish Relief Fund, una organización de ayuda humanitaria para los civiles finlandeses que sufrían la Guerra de Invierno, que enfrentó a Finlandia y la Unión Soviética. Sin embargo, estaba en posesión de las de sus colegas alemanes.
¿Qué podía hacer con ellas? Él mismo estaba pensando en el exilio y, de hecho, acabó por huir con su familia en septiembre de 1943 salvando los pocos kilómetros que separan Copenhague de la costa sueca a bordo de una embarcación pesquera. Poco después se fue a Londres y de allí a Estados Unidos, donde se involucró en el desarrollo de las primeras bombas atómicas.
¿Qué había pasado con las medallas? Enterrarlas no parecía buena idea e intentar llevarlas al extranjero era bastante peligroso porque los nazis no permitían sacar oro de los territorios ocupados. Bohr le explicó el problema al químico húngaro George de Hevesy, quien también acabaría ganando el Nobel, el de Química, en 1943 –se ve que los genios se juntan entre ellos– y al fin dieron con la solución.
Intactas en el laboratorio
Resulta que el oro se puede disolver en agua regia, una mezcla compuesta por una parte de ácido nítrico y tres de ácido clorhídrico, así que el químico húngaro procedió a ello. Los recipientes con el extraño líquido que quedó tras haber fundido las medallas permanecieron durante toda la guerra en los laboratorios del Instituto de Física Teórica de la Universidad de Copenhague (llamado a partir de 1965 Instituto Niels Bohr) y aunque estas instalaciones recibieron la visita de los nazis –no era de extrañar, puesto que acogieron a numerosos científicos judíos– pasaron totalmente desapercibidos y nadie les tocó.
George de Hevesy también acabó exiliado, precisamente en Estocolmo, y cuando acabó la guerra regresó a Dinamarca y se encontró las medallas disueltas justo donde las había dejado, así que se las envió a la Fundación Nobel y les explicó lo que había sucedido. Los suecos volvieron a acuñarlas con los nombres de Max von Laue y James Franck y se las devolvieron a sus legítimos dueños. El primero se había jubilado en Alemania durante la guerra y el segundo había huido a Estados Unidos.
Existen otras versiones de la historia, como la que afirma que en realidad Niels Bohr no tuvo absolutamente nada que ver en todo lo sucedido, pero ésta parece la más divulgada y verosímil.
Por cierto, habíamos dicho que Bohr subastó su medalla para ayudar a Finlandia, pero lo que sucedió también tiene su pequeña historia. La oferta ganadora fue anónima y posteriormente alguien donó la medalla al Museo de Historia Nacional del castillo de Frederiksborg, cerca de la capital danesa, donde se puede ver hoy en día.