Para mucha gente, o incluso para la sociedad en general, el momento en el que alguien pasa a vivir en una residencia de mayores es visto como el comienzo del fin de su vida útil o autónoma. Sin embargo, un anciano no es un enfermo, y el simple hecho de necesitar cierta atención, ya sea física o psíquica, no significa que esa persona padezca alguna patología o que sea incapaz de tomar sus propias decisiones. De hecho, la capacidad de decisión es lo primero que pierden los mayores cuando son atendidos en una residencia de ancianos: deben adaptarse a los horarios, a los menús, a las actividades, a la medicación, al resto de internos y, en demasiadas ocasiones, deben acostumbrarse a convivir con las sujeciones físicas. Son correas o cinturones puestos, en teoría, para evitarles caídas, pero que, en realidad, coartan su movimientos y, en definitiva, cercenan su libertad, su autonomía y hasta su autoestima.
Bajo el lema Desatemos a nuestros mayores: retos en la atención, el foro de debate organizado por EL ESPAÑOL-Diario de Avisos y CLECE en Santa Cruz de Tenerife ha abordado con distintos expertos y profesionales del sector sociosanitario la aplicación de las sujeciones físicas y farmacológicas, los perjuicios de su uso, un posible cambio en el modelo de atención a los mayores y los obstáculos que encuentra esa transformación tan necesaria.
Así, el objetivo del foro es “sensibilizar” acerca de lo que supone para una persona mayor el uso de las sujeciones físicas en una cama o una silla, explica Francisco Lázaro, director de Canarias de CLECE. “Buscamos modos de dignificar la estancia de los mayores en los centros, y eso pasa por la eliminación de las sujeciones físicas”, ha afirmado a modo de introducción al encuentro.
Rubén Muñiz Schwochert, codirector de Investigación de la Fundación Maria Wolff, una institución con más de 25 años de experiencia en la asistencia a la tercera edad, ha explicado que cuando se dieron cuenta de que las sujeciones se utilizaban incluso para “moderar conductas” de los ancianos, decidieron que era el momento de iniciar un cambio. Muñiz es muy claro respecto a las sujeciones: se usan demasiado, son “ley de vida en las residencias”, y no para la comodidad o seguridad de los ancianos, sino para comodidad del personal sanitario.
En su opinión, el uso tan extendido de las sujeciones tiene que ver con muchos aspectos, como una “mentalidad equivocada de querer evitar un daño a los residentes, pero esto se hace a costa de privarles de su libertad e incluso del sentido de sus vidas en sí”, defiende. Según su opinión, se recurre a las sujeciones por motivos organizativos, pero se acaba “mecanizando” a las personas. Desde su punto de vista, usarlas supone “una completa falta de respeto y de sensibilidad por parte de quienes trabajan en las instituciones, que no se dan cuenta del sufrimiento innecesario que se inflige a las personas sujetas”, explica.
Problemas asociados a las sujeciones
Teniendo en cuenta su experiencia profesional, Muñiz asegura que ha comprobado en numerosas ocasiones cómo el uso de las sujeciones conduce a un mayor uso de los fármacos. Esto se debe a que las correas o cinturones crean ansiedad y tristeza, entre otras cosas. Así, “cuando son retiradas, de pronto una persona que se pensaba que padecía demencia profunda se recupera, incluso florece”, afirma.
La jefa de la Unidad de Enfermería del Hospital Febles Campos del Instituto de Atención Sociosanitaria (IASS), Alicia Pérez Marrero, añade que en cuanto los pacientes están sujetos se sienten en una prisión. “Eso provoca tristeza, que a veces se confunde con deterioro cognitivo, pero es solo tristeza provocada por la sujeción”, afirma.
Catalina Casimiro, directora Sociosanitaria de la Residencia de Pensionistas de Santa Cruz de La Palma, Cabildo de La Palma, coincide en que se ha generalizado el uso de las sujeciones y que “ese no es el modelo de atención que hay que prestar a los mayores, sino que hay que centrarlo en las personas”. Así, cuando alguien llega nuevo a un centro hay que ofrecerle una atención específica y especializada, “escucharle, conocerle y saber cuáles son sus capacidades, gustos y hábitos” para ayudarle de la mejor manera. “No a todos les gusta el bingo y el dominó”, indica, por lo que “la obligación del centro es adaptarse a las necesidades de los residentes, unas necesidades que, además, cambian”.
Casimiro explica que en la Residencia de Pensionistas de Santa Cruz de La Palma se ha formado y sensibilizado al personal acerca de lo que supone recurrir constantemente a las sujeciones. Pero también se ha hecho lo mismo con los familiares, quienes a veces no entienden determinadas conductas, como que se dé a los residentes libertad para tomar ciertas decisiones. Parece obvio, pero cuando un “adulto residente” no quiere hacer determinada actividad, o no quiere levantarse a la hora pautada, o no quiere ducharse a una hora, está en su derecho de negarse. “No son enfermos ni están en una cárcel, son adultos”, subraya.
Para conseguir que esa capacidad de decisión dure el máximo tiempo posible, hay que potenciar los servicios preventivos, como la atención psicológica o la psicoestimulación, para prevenir las demencias o depresiones. Se trata de integrar la residencia en la vida de las personas y no al revés. “Tiene que ser su hogar, no solo un espacio sanitario”, defiende la responsable del mencionado centro. Y cuando esto no se consigue, explica, aparecen trastornos secundarios como la depresión, la ansiedad o los conflictos con el personal u otros internos.
Recuperar las residencias como “hogar” para los ancianos
Elena Vega, directora técnica de Servicios Sociales de CLECE en Canarias, está de acuerdo en que lo más importante es saber qué quieren las personas que viven en los centros, bajo la premisa de respetar sus opiniones y sus gustos. Antes, explica, la última palabra la tenía el médico, pero ahora la persona “tiene mucho que decir sobre lo que quiere para sentirse cómoda con, por ejemplo, las actividades que se hacen”. La conclusión a la que llega es que “se ha perdido la parte más humana, o de hogar, de los centros de mayores” y que lo ideal sería alcanzar un “equilibrio” en el que estén garantizadas una correcta atención sanitaria y la libertad del residente.
María Dolores Sánchez Quintana, subdirectora del Área de Mayores en la Unidad de Atención a la Dependencia del IASS, considera que se parte de un modelo muy centrado en la atención sanitaria, “más de prevención de caídas”, pero que el paso del tiempo ha enseñado a estos profesionales que “los mayores no son los de antes”. Eso, explica, “nos ha llevado a atender a las personas de otra manera”. A raíz de ese cambio de mentalidad, se ha comenzado a difundir un nuevo modelo de atención, un modelo en el que no caben ni las sujeciones físicas ni las farmacológicas como práctica habitual.
Sin embargo, el IASS atiende a un muy amplio abanico de perfiles de personas, por lo que, en opinión de Sánchez Quintana, no se puede cambiar el modelo de pronto, aunque sí se está estudiando cómo aplicar los cambios progresivamente “Entendemos que lo que debe primar es lo que quiere el mayor, y nosotros, dárselo”, añade.
Alicia María Pérez Marrero, jefa de Unidad de Enfermería del Hospital Febles Campos del IASS de Tenerife, explica que también su centro ha encontrado inconvenientes a la hora de iniciar el cambio de mentalidad. Para implantar el cambio con éxito, en su opinión, “hay que educar al personal, que muchas veces recurre a la sujeción porque es más fácil y cómodo para ellos”. Por otro lado, tampoco los familiares ayudan, porque “a veces no entienden que la sujeción coarta la libertad del residente”.
Por este motivo, todos coinciden en que hay que aumentar la formación y la sensibilización hacia el tema. Al residente no hay que tratarlo como a un enfermo, y eso es algo que hay que cambiar “incluso en los planes de estudio de la Enfermería”, afirma Catalina Casimiro, quien añade que “a veces se les trata así solo por miedo o por prevención”, explica.
Cambiar la forma de atender a los mayores requiere de la implicación de todo el personal, “desde la directiva hasta la limpieza, todos deben entenderlo”, señala María Dolores Sánchez, quien añade que también hay que implicar a las familias en el proceso, que participen en las actividades y también en el rechazo a las sujeciones. Es un cambio “global” que debe hacerse a la vez “en todos los ámbitos”.
Todos los expertos y profesionales participantes en el foro coinciden que no se puede forzar al cambio de paradigma, sino que hay que lograrlo mediante la implicación. El cambio de abajo hacia arriba es tan importante como el de arriba hacia abajo, y es necesario el apoyo político, pero también el del personal, desde el recién llegado hasta el más antiguo.
“Si se habla de atención centrada en la persona, entonces no debe haber sujeciones”, sentencia Rubén Muñiz. “Es inaceptable que se prive así de la libertad a las personas. Hay que aprender de nuestros errores y ayudar a tener unas vidas con más sentido y más respetuosas”, concluye.